Iván Restrepo
Zona de desastre
El gobierno federal, a través de la Secretaría de Gobernación, declaró zona de desastre natural a Sinaloa, Sonora, Coahuila, Durango y Chihuahua, y anunció la posibilidad de hacerlo también en San Luis Potosí, Zacatecas, Tamaulipas y Baja California Sur. El motivo: mitigar los daños por una sequía ``atípica y prolongada'' que afecta a esas y otras entidades.
Son cuantiosos los daños a la agricultura y la ganadería, mientras falla el abasto de agua potable, lo que incide en la salud y la calidad de vida de millones de personas. Inicialmente, unos 3 mil 640 millones de pesos serán destinados a paliar la situación por la que atraviesan los productores, cuidando beneficiar a los que menos recursos tienen y no a los grandes propietarios agrícolas o ganaderos. Prometen entregarlos dejando a un lado consideraciones de índole política. Por su parte, las secretarías de Agricultura y del Medio Ambiente señalaron la imposibilidad de sembrar extensas áreas con maíz y frijol por falta de agua, las enormes pérdidas en la ganadería del norte y centro del país por el estiaje, y la crisis en que se encuentran las principales presas almacenadoras de agua. En suma, un panorama desolador.
Nuevamente, algo falló en los cálculos de las oficinas responsables de la marcha del agro y de dotar de agua a la población. El año pasado, y como fruto de los desajustes que nos ocasionó El Niño, los funcionarios nos dijeron que habían asimilado la experiencia negativa que dejó ese fenómeno climatológico: sequía, pérdida de cosechas y de cientos de miles de hectáreas de selvas y bosques a causa de los incendios, amén de varias vidas debido a que se mandó a controlar el fuego a gente sin la preparación adecuada. Al principio de 1999, las autoridades repitieron que tomarían las medidas más pertinentes para evitar problemas debido al estiaje.
En abril, cuando el calor, la falta de agua y humedad comenzaron a revelar un año más de carencias en el agro y en el abasto de agua potable en las comunidades rurales y en las ciudades, los gobernadores denunciaron el panorama desolador que tenían en sus estados. Uno, el de Sinaloa, haciendo un paréntesis a su cargada en favor de su paisano Francisco Labastida para que sea el candidato del PRI a la Presidencia, se dijo dispuesto a celebrar hasta ceremonias indígenas para pedir lluvia. El clero no se quedó atrás y el de Coahuila en su homilía diaria reza mirando al cielo que el ``Señor bendiga a tu pueblo, que implora de tu misericordia la lluvia necesaria y el buen temporal para nuestro campo, a fin de que, asegurado nuestro sustento diario, podamos con más tranquilidad buscar los bienes terrenos''. En otras entidades, hay igual de plegarias y procesiones con los santos patronos. Pero el cielo calla, San Isidro Labrador no pone el agua y quita el sol.
De nuevo, la falta de previsión, de medidas adecuadas para evitar las emergencias, los desastres. Los funcionarios otra vez llegan presurosos a tratar de paliar carencias. La experiencia enseña que lo adecuado hubiera sido imponer un uso racional del agua de las presas y también de la que cae en época de lluvias, por medio de acciones para retenerla y utilizarla racionalmente. En paralelo, para ocupar productivamente a la población rural en tareas diversas, muchas de las cuales se relacionan con la construcción de pequeños sistemas de captación de agua de lluvia, mejoramiento de canales y reforestación; en las ciudades, estrategias para evitar la fuga y el desperdicio del líquido que consume la población. Se sabe que, por lo menos, más de una tercera parte del agua que entra a la red de distribución se desperdicia, con lo cual todos resultamos perjudicados. Además de que la industria y los estratos sociales altos siguen derrochando un recurso que a millones falta.
Por enésima ocasión, olvidaron lo básico, lo que hasta enseñan en la primaria: evitar la deforestación y poner en marcha una gran cruzada para plantar árboles. Estos, no lo olvidemos, son clave para garantizar la existencia de los manantiales, evitar la erosión y el azolve de cuencas, presas y sistemas de riego; atraen lluvia y garantizan humedad. Sin cubierta verde, sin esos pulmones inigualables, naturales, que son nuestros bosques y selvas, ni las plegarias al cielo ni los programas emergentes darán frutos.