En esta primera mitad de 1999, el déficit comercial de Estados Unidos (EU) registra una clara tendencia al empeoramiento, al alcanzar en el mes de marzo cerca de 20 mil millones de dólares. Lo que no debería ser tema de preocupación global, si no fuera porque EU representa el 27 por ciento de la producción planetaria y tiene, por consiguiente, la capacidad para afectar el desempeño económico del resto del mundo. Es inevitable, entonces, que el observador escrute en el presente de EU los signos del posible futuro económico de muchos otros países.
De los dos déficit gemelos heredados de la época reaganiana, el desequilibrio comercial se está mostrando más persistente que el presupuestal. No ha sido poco el mérito de la administración Clinton en eliminar en siete año un déficit que había alcanzado casi 300 mil millones de dólares en 1992; para entendernos, algo así como el entero PIB mexicano en ese año. Pero, evidentemente, el otro escollo se está revelando un hueso más duro para roer. Ahí residen profundos y complejos desequilibrios estructurales de la economía estadunidense.
Comencemos con decir que la explicación del Consejo de Asesores Económicos del presidente no es del todo convincente. En el informe anual de este organismo, presentado al Congreso de EU en febrero pasado, se sostiene que el déficit comercial es un fenómeno macroeconómico asociado a la apreciación del dólar frente a las otras divisas. Una explicación con cierta dosis de verdad y que, sin embargo, es insuficiente. Si bien existe cierta correspondencia de largo plazo entre las dos curvas, el último ciclo de valorización del dólar comienza en 1995, mientras la tendencia al incremento del déficit comercial (como porcentaje del PIB) empieza en 1992, tres años antes. Se tiene la impresión de que el déficit comercial esté más ligado al crecimiento de la economía. Un síndrome curiosamente similar al de las economías en desarrollo.
Señalemos también que en la cúspide del boom clintoniano, el déficit comercial alcanza un 2 por ciento del PIB, por debajo del 3 por ciento en la cúspide del boom reaganiano. Sin embargo, el problema persiste y suponer que sea un reflejo de la política cambiaria es, para decir lo menos, reductivo.
Introduzcamos otro elemento explicativo: la caída dinámica del comercio internacional a lo largo de 1998 y su persistencia en lo que va de 1999, sobre todo a consecuencia del retraso de la recuperación de Asia oriental. En los países asiáticos más afectados por la reciente crisis financiera, en la segunda mitad del año pasado las exportaciones bajaron en 4-5 por ciento mientras las importaciones se desplomaban en valores cercanos al 25 por ciento. Y es evidente que los exportadores estadunidenses no podían no resentirse por una situación de esta naturaleza.
Pero, más allá de estos acontecimientos recientes, hay otros elementos de largo plazo que es oportuno no perder de vista. El primero es el persistente escaso dinamismo de la productividad en Estados Unidos. Aunque se haya hecho mucha alharaca en los últimos meses acerca de la recuperación de este indicador, evidentemente crítico, es todavía demasiado pronto para declarar una inversión histórica de tendencia. Lo único que puede decirse por el momento es que en lo que va de los años 90 la tasa media anual de incremento de la productividad avanza apenas por arriba de un punto porcentual, un nivel entre dos y tres veces inferior respecto a la tendencia dominante entre el fin de la Segunda Guerra mundial y mediados de los 70. Y si a eso añadimos los bajos niveles de ahorro privado y el porcentaje decreciente de las utilidades que se convierten en inversiones, se tendrán los primeros indicios de los problemas estructurales, y no exclusivamente "macroeconómicos", que están atrás del persistente desequilibrio exterior estadunidense.
ƑCuál es el peligro de la actualidad? En los próximos meses un creciente déficit comercial podría convencer a Wall Street de la insostenibilidad a largo plazo del actual tipo de cambio del dólar, con la posibilidad de que esto ocurra simultáneamente con una inversión del ciclo de crecimiento de los últimos ocho años. Señalemos al margen que sólo Wall Street, en la excitación de las ganancias bursátiles de los últimos tiempos, no percibe la peligrosidad de una situación en que EU ha quedado virtualmente solo como factor dinámico de la economía mundial. Y si la inversión cíclica ocurriera sin haberse madurado las condiciones de una sólida recuperación en Europa o en Asia, la economía mundial podría encontrarse en la peor de las situaciones posibles, con EU en recesión y con contracción de sus importaciones, y una nueva fase de dólar débil, con reducción de los tipos de interés, para sostener un nuevo impulso exportador.