n Con su célebre libro develó hace medio siglo un rostro de mujer sin artificios
De Beauvoir, un pensamiento por la verdad: Monsiváis
Mónica Mateos n No se nace mujer, se llega a serlo. Esta es la frase que, repetida a manera de sortilegio, le da alas propias a quien se deja inspirar por ella. Convertidas en estandarte del feminismo de este siglo, esas palabras casi mágicas y muchas otras de su tipo develaron un rostro de mujer sin artificios ni producto de visiones masculinas cuando fueron pronunciadas, hace 50 años, por la filósofa francesa Simone de Beauvoir en su libro El segundo sexo.
Para celebrar el medio siglo de la llegada al mundo de esa voz certera, la revista Debate Feminista organizó un encuentro en el que Margo Glantz, Elena Poniatowska, Hugo Hiriart y Carlos Monsiváis compartieron con el público sus recuerdos en torno de la primera vez que leyeron el libro de la pensadora existencialista. Hugo Gutiérrez Vega no asistió, pero envió un texto.
Escrito entre los 38 y 41 años de Simone, El segundo sexo provocó, cuando apareció en el mercado editorial parisiense, que a su autora la llamaran insatisfecha, frígida, madre clandestina, ninfómana, neurótica, resentida, amargada y hasta misógina. Sin embargo, quien fue compañera de Jean Paul Sartre venció a sus detractores no sólo con la contundencia de sus argumentos, sino con la sapiencia del tiempo que se ha encargado de esparcir por el mundo y entre varias generaciones su obra.
''Las jóvenes de hoy no se detienen a pensar que no podrían elegir una vida en familia, tener derecho al voto o a estudiar, si no hubiera existido una mujer como Simone de Beauvoir", señaló Hortensia Moreno, del consejo editoral de Debate Feminista.
Monsiváis recordó que fue Rosario Castellanos quien lo hizo leer por segunda vez El segundo sexo: ''Rosario, con su modo magisterial, fundado en la ironía obstinada y cíclica, me hizo consciente de las resonancias del libro. A ella la había transformado al modificar, organizándolo panorámicamente, su entendimiento de la condición femenina, y como a ella, a muchas universitarias de esas generaciones que por fin disponían de un instrumento de precisión ideológica, histórica, sociológica, incluso científica. Sin El segundo... no se concibe la mirada sardónica de Rosario Castellanos".
De Beauvoir, dijo, ''es memorable por su capacidad intelectual, su valentía interpretativa y la decisión de enfrentarse a los conceptos liquidadores de las mujeres y a la impunidad verbal, legal, moral, patrimonial y física del sexismo. Al confrontar en la teoría y la práctica el canon impuesto de feminidad, al rechazar el esencialismo de lo femenino, al rehusarse a considerar fatal el cerco tradicionalista, ella aclara, como nadie lo había hecho antes, el esfuerzo considerable que hacen las mujeres para vivir integralmente su condición de ser humano''.
Insatisfechos, los reclamos feministas
''Lo que está en El segundo sexo, en parte, se había dicho ya, pero por lo común con énfasis desesperado y desesperanz ado. Algo extraordinario de El segundo... es su estilo desdramatizado, la ausencia del filo melodramático tan esperado en las mujeres. Al renunciar al melodrama, De Beauvoir abandona un vínculo clásico con el esencialismo y al no aprovechar lo que serían las ganas de la sensibilidad y elegir el tono objetivo del ensayo francés transforma la falacia que identifica la escritura femenina con la solicitud del perdón a través de la gracia y el coqueteo. Esto es fundamental porque permite releer la literatura femenina de Elliot o Virginia Woolf y observar cómo la sensibilidad que ahí actúa forma parte de la educación y el punto de vista, pero no de la esencia. La escritura no es femenina, sino literaria.
''Ahora ya es posible decir en la mayoria de los países: no se nace mujer, hay diferentes modos de llegar a serlo. Y esos modos también contienen alternativas. Si la derecha, como lo prueba políticamente en México y en todas partes, sólo admite una forma de ser mujer, sumisa, abnegada, en casa y con la pata rota, el pensamiento democrático se ha preparado contra el esencialismo y dispone ya de una abundante literatura y de movimientos sociales y logros legales y constitucionales. Todo esto no ha enviado al desván el libro glorioso de Simone de Beauvoir, pues todavía es la expresión de un pensamiento muy inteligente al servicio de la verdad.
''Para las jóvenes que hoy son por lo menos la mitad de las estudiantes universitarias, para las indígenas de Chiapas que al adquirir el uso de la palabra adquieren una visión del mundo, para las feministas que han lanzado la única revolución del siglo XX que no termina en la autocracia o en los campos de concentración -esto no es un elogio desde el punto de vista de Lenin, Stalin, Fidel Castro y el PRI-, a 50 años de publicado El segundo sexo conserva su utilidad porque los feminismos no ven para cuándo ver satisfechas sus mínimas demandas", concluyó Monsiváis.
Para Poniatowska, su encuentro con El segundo... fue en 1953, cuando recibió duras críticas de una de sus tías, porque Simone ''era una burguesa, sin un miligramo de poesía en su escritura. Lo que escribe huele a restos de cocina".
Por ese motivo ''logró que asociara a De Beauvoir con una cañería descompuesta, al hacerse visible, reclamar, indignarse sobre todo a partir de la menstruación. šPobre mujer! Había convertido lo privado en político, la intimidad en patetismo. Le quitaba a la mujer su aura de poesía y de misterio. La mujer debía ser etérea, inalcanzable, deslizarse delgada hasta los huesos, envuelta en suaves chalinas, esconder su rostro y sus penas bajo un ancho sombrero, no darse nunca por aludida, pasar por encima de las ordinarieces de la vida, sobre todo de las infidelidades del marido. Ese pedazo de carne en busca de orgasmo que nos presentaba De Beauvoir era la antítesis de todo aquello a lo que la clase social de mi tía representaba. Convertía a la mujer en ser nauseabundo en cuyo cuerpo se cumplían procesos ajenos a su voluntad. No había nada más detestable que una mujer enojada, y De Beauvoir era eso, una señora muy enojada que hablaba a puñetazos y asestaba sus juicios a martillazos, y ofendía el mal olor de su ensayo''.