1 Este año se cumplen 50 de la publicación de El segundo sexo, de Simone de Beauvoir, libro traducido en Latinoamérica desde el momento de su aparición, ampliamente trabajado, discutido. Su influencia en figuras importantes de nuestra literatura debe ser subrayada, por ejemplo la utilización que de sus planteamientos hizo Rosario Castellanos, una de nuestras primeras feministas coherentes. Es por ello que leí con gran asombro que este libro fundamental para cualquier movimiento feminista se publicó por primera vez en España, justamente este año. En el prólogo de la edición publicada con el concurso de varias casas editoriales -Catedral, la Universidad de Valencia y el Instituto de la Mujer, financiadas además por la embajada francesa- se explica el porqué de este incomprensible retardo. Se dice lo siguiente: ``No es casual que haya tardado tanto tiempo en editarse en nuestro país, pues en 1949, y en las dos décadas siguientes, vivíamos en un régimen político dictatorial para el que el contenido de este libro era subversivo. También así lo estimaron en el Vaticano, donde el Santo Oficio (¡Sí, el Santo Oficio!) se apresuró a incluirlo en el Indice de Libros Prohibidos. Finalmente, es también oportuno, porque todavía entre las teóricas del feminismo se sigue haciendo exégesis de este ensayo, que es ya un clásico y como tal nos sigue interpelando sobre muchos aspectos en los que se vive aún hoy la condición femenina''. Sin comentarios, lo dejo aquí como un testimonio y para que los que me lean se contesten las preguntas.
2. Me gustaría mencionar algunos recuerdos de mí ya antediluviana estancia en París, en los años cincuenta. En Francia estaba en pleno apogeo el existencialismo, las mujeres y los hombres se vestían de negro y oían a Juliette Greco, eran pálidos y flacos, circulaban esos cochecitos llamados quatre chevaux que parecían latas de sardinas, la vida era aún barata y los libros también; el barrio latino estaba habitado por gente común y corriente, había magníficas librerías, algunas de las cuales se han desplazado ahora barrios menos a la moda porque el bulevar Saint Germain alberga boutiques de alta moda y la famosa librería El diván ha sido sustituida por Christian Dior, las más tradicionales editoriales no se habían convertido en holdings, las Prensas Universitarias de Francia estaban en todo su apogeo, había, como ahora, muchos cines por Saint Michel, por ejemplo el Champollion que sigue allí exhibiendo eternamente sus clásicas películas, se caminaba hasta la torre de Saint Germain y enfrente se veía el Deux Magots y el Café de Flore, lugares casi de peregrinación porque muchas veces se podía ver sentado a Sartre y ocasionalmente a De Beauvoir, tocada eternamente de un turbante.
Me he arrimado alguna vez a mis fantasmas; también en París iba yo al café que frecuentaba Verlaine y me sentaba junto a la mesa en que bebía su ajenjo y conversaba o peleaba con Rimbaud. En Londres, en esa misma década memorable del cincuenta, cuando hacía mis investigaciones en la British Library solía sentarme al lado de la mesa de trabajo de Carlos Marx. Y en uno de los múltiples viajes que hicimos Paco López Cámara y yo, durante un verano pasado en Suiza, específicamente Lucerna, vimos de repente frente al lago, y como retrato antiguo, sentados en una banca a Sartre con su característica mirada bizca que le hacía parecer poco inteligente y a de Beauvoir vestida de claro con su eterno turbante blanco que le daba cierto aire campesino. Más tarde, en el invierno de 1993, pasé por París, entré con unos amigos al Deux Magots y me tocó sentarme en una silla detrás de la cual había un letrero que anunciaba que ese era el sitio donde Sartre y Simone solían tomar café o quizá chocolate caliente en el invierno.
3. Curiosamente, y como Beauvoir lo relata en su libro de memorias, La fuerza de las cosas, la escritura del Segundo sexo está muy vinculada con Sartre, cosa que no debería parecer extraña por la relación intelectual que ambos guardaron. Sin embargo, no deja de asombrarme. Como muchas mujeres que han vivido de manera excepcional su libertad, Simone de Beauvoir no se había planteado ninguna pregunta respecto del hecho de ser mujer: ``Nunca me he sentido inferior por serlo, la feminidad nunca ha sido una traba para mí''.
Y ella misma refiere cómo Sartre reaccionó ante esa declaración contundente: ``Y con todo, no has sido educada como muchacho, convendría que reflexionases sobre ello''. También es sorprendente verificar que De Beauvoir encuentra como posible solución para las mujeres ser educadas no por sus madres sino por sus padres, quizá porque según su teoría basada en la filosofía existencialista se piensa en la mujer como una construcción social, un artificio. En ese libro escribe una de las frases más célebres del feminismo, ahora casi un slogan: ``No se nace mujer, se llega a serlo'', lo cual en cierta medida anticipa las teorías de género que han estado desarrollando los feminismos durante las últimas dos décadas.
La mirada masculina está en la base de la opresión de las mujeres, piensa De Beauvoir, siguiendo los postulados de la filosofía existencialista tal y como fue definida por Sartre. Y esa opresión nacida de la radical alteridad de la mujer respecto del hombre es de orden biológico y concierne a los cuerpos, pues el cuerpo de la mujer está sujeto a la especie, a la reproducción; de allí que la maternidad se viva como ``una maldición'', para De Beauvoir, tema éste que ha suscitado muy enconadas polémicas y que me conformo con citar aquí.
Sin embargo, Simone de Beauvoir pretende resolver la contradicción dándole a este hecho biológico un carácter contingente, es decir, el cuerpo de la mujer está también sometido a las contingencias históricas. Es evidente que al negar los esencialismos, la escritora anticipó los cambios fundamentales que gracias a la ciencia han liberado al cuerpo de la mujer.
* Algunos fragmentos de este texto forman parte de una ponencia presentada en la Casa de Francia sobre El segundo sexo, organizada por Debate Feminista.