1991, agosto. 1993, octubre. 1999, mayo. Las tres veces en Moscú. ¿De qué estamos hablando? De la terca voluntad del viejo Partido Comunista (PC) que no ha olvidado nada, que no ha aprendido nada, de volver al poder, cueste lo que cueste. De Boris Yeltsin se puede hablar muy mal, y con toda razón. Ha hecho o dejado de hacer cosas imperdonables, como la guerra de Chechenia. Por cierto, resulta gracioso que hoy en día el PC ruso incluya la guerra de Chechenia en la lista de los cinco cargos de ``alta traición'' (¿?) para destituir al presidente, si uno recuerda que, desde un principio, el PC había sido el más estridente en pedir mano dura contra ``el bandido, el criminal, el dictador'' Dudayev, presidente de Chechenia. Los otros motivos de destitución tampoco resisten al examen (sin mencionar el hecho de que carecen de fundamento jurídico).
El primer cargo --``conjura'' con los presidentes de Ucrania y Bielorrusia para desmembrar la URSS-- no menciona que aquel acuerdo fue ratificado por el Soviet Supremo de Rusia, controlado por los mismos líderes que encabezan hoy el PC ruso. El cargo de ``destrucción premeditada'' del ejército no está para nada comprobado. La acusación de ``genocidio'' contra el pueblo ruso con base en los datos demográficos recientes es absurda, ya que cualquier estudiante de preparatoria puede ver que el descenso actual de la población es el resultado de la historia demográfica de los últimos 50 años. Alemania y toda Europa han sufrido un derrumbe de la natalidad sin que nadie --excepto un adversario solitario del aborto y de la píldora-- hable de genocidio.
El último cargo --la disolución del Soviet Supremo y su bombardeo en 1993-- nos remite al problema de fondo. Ciertamente, pudo haberse evitado el bombardeo final de la Casa Blanca, pero no su sitio que fue posterior al intento violento de varios grupúsculos pardirrojos de tomar el poder.
El problema de fondo es que el errático Yeltsin ha sido en 1991 y en 1993 el defensor de la balbuceante democracia rusa. Y que ha seguido, de 1993 en adelante, funcionando como defensor de las libertades, especialmente de la libertad electoral --ha perdido muchas elecciones federales y locales, aceptando los resultados-- y de la libertad de expresión.
Eso explica que su adversario político, el ex general Alexander Lebed, actual gobernador de Krasnoyarsk, haya firmado, con 17 presidentes de repúblicas autónomas y gobernadores de regiones, una carta destinada a la Duma, pidiendo a los diputados ``detener el proceso de destitución del presidente (É) Pensamos que es indisputable e históricamente comprobado que Boris Yeltsin colocó los cimientos de la democracia en la Rusia postsoviética''.
Al provocar la caída de Primakov en su terca búsqueda de la destitución de Yeltsin, los comunistas que dominan en la Duma no han manifestado irresponsabilidad. Saben lo que hacen: desde 1991 buscan su revancha y por eso su política es la de lo peor. ``Lo peor para Rusia es lo mejor para nosotros''. Con Milosevic, el partido pardirrojo está en el poder en Belgrado; con Lukashenko, en Minsk. El amigo serbio ha apoyado el golpe de Estado de Yazov contra Gorbachov en 1991, el de Rutskoi contra Yeltsin en 1993 y el financiamiento de la campaña nacional estaliniana de Zyuganov, desde 1996.
Seguro que acaba de sufrir una decepción en este fin de mayo que vio a Yeltsin derrotar dos veces a los comunistas. No sólo no pudieron empezar el proceso de destitución del presidente, sino que aceptaron su candidato al puesto de primer ministro.