Horacio Labastida
Carpizo tiene razón

Ya no es extraño que en unos cuantos días estallen problemas preocupantes y en ocasiones dolorosos para la opinión pública, según ocurrió en los últimos días en que, por ejemplo, saltaron sin más ni más los terribles y a la vez significativos errores que la OTAN comete al bombardear sin piedad alguna transportes o centros civiles en Yugoslavia, o contra las embajadas extranjeras ubicadas en Belgrado, desde la de China hasta las de Suecia y España, entre otras. Son temas punzantes en el ámbito nacional el diálogo entre el PRD y el PAN, orientado a fundar una alianza opositora que enfrente al PRI en las elecciones del 2000; y el otro asunto lleno de hondas preocupaciones es la huelga universitaria y la imposibilidad aparente de encauzarla en los términos de una solución razonable y positiva para los intereses de una casa de estudios, la UNAM, donde se cultivan y perfeccionan los más altos valores de la nación.

Sin duda esos temas son merecedores de hartas y cuidadosas reflexiones, pues en cada uno de ellos hay importantes aspectos enhebrados con el destino del país; y a pesar de su enorme importancia decidí ocuparme de la fuerza moral que asiste al distinguido universitario Jorge Carpizo para enfrentar las poco meditadas declaraciones del cardenal Juan Sandoval Iñiguez; nadie, absolutamente nadie, tiene derecho de ofender y deshonrar a otro. El dicho Cardenal afirmó al margen de evidencias conocidas que el ex jefe del Ministerio Público escondió pruebas relacionadas con el asesinato del también cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo, en el aeropuerto de Guadalajara, hacia el 24 de mayo de 1993. Conviene anotar ahora que la verdad en asuntos judiciales, civiles, penales o de otro tipo, es la verdad probada o acreditada en autos, o sea en el expediente que recoge los trámites, declaraciones, registro de hechos y documentos de un litigio o de una investigación; esta verdad es la verdad jurídica y la autoridad sólo en ella puede apoyarse para construir una hipótesis cierta sobre el asunto planteado que, al fin, sustente el fallo que defina dicha verdad en relación con las partes; la autoridad jurisdiccional o la procuraduría en su caso, cometerían una equivocación gravísima de laesac maiestatis, si emitieran un punto de vista ajeno a lo que el procedimiento contiene, dejándose llevar por inspiraciones teológicas, fantásticas o metafísicas; y esto es lo que debió haber sopesado muy bien el citado presbítero Sandoval Iñiguez al deponer en la forma en que lo hizo en su entrevista con Televisa y estaciones de radio, en las que afirmó sin más que el ex procurador ``esconde pruebas... porque se lo encargaron; eso le pidieron que hiciera'', y en contraste con estas aseveraciones, José Luis Ramos Rivera, subprocurador de Coordinación y Desarrollo de la Procuraduría General de la República adujo, al hablar sobre el particular, que los videos (pruebas) referidos por el sacerdote están incluidos en la investigación (La Jornada, No. 5288 y 5289).

El escándalo suscitado por las mencionadas declaraciones encontró pronta y justa respuesta. En primer lugar Carpizo negó rotundamente haber ocultado prueba alguna; y en segundo, solicitó al Ministerio Público Federal que llame al arzobispo de Guadalajara para que de manera responsable, bien apercibido de las sanciones en que incurre quien declara falsamente, exponga lo que tenga que exponer en relación con el asunto Posadas; y que dicha autoridad también lo haga comparecer, reciba sus declaraciones y, sujetos al polígrafo, promueva un careo entre el propio Carpizo y el dicho Sandoval Iñiguez, en el cual se registren preguntas y respuestas sobre la cuestión a esclarecer. Lo expuesto por Jorge Carpizo se corresponde sin duda con los sentimientos más vivos de la gente sobre la necesidad de que florezca la verdad en el homicidio de Posadas Ocampo y de otros muchos delitos que agobian a la conciencia de los mexicanos.

Hablar por hablar no es válido, y mucho menos calumniar o herir a los demás con motivo de dolencias o inclinaciones personales. Entre los humanos deben prevalecer relaciones inspiradas en lo objetivamente verdadero y no en impresiones puramente subjetivas: cuando el acento subjetivo excluye la objetividad veraz, el producto es la mentira, lo inmoral o aún más, el delito.