Cada año, con la prolongación de la temporada de estiaje, surge de nueva cuenta la angustiosa problemática del agua en la ciudad de México.
Pero también, en torno a la escasez de este recurso natural, se repite el discurso oficial como justificante coyuntural de lo mucho que se promete o hay que hacer, comparativamente con lo poco que realmente se hace.
Las medidas que se toman son meros paliativos, pues si bien atenúan los efectos de la falta o insuficiencia de agua, en muchas de nuestras colonias y barrios no resuelven estructural y funcionalmente este enorme problema que históricamente hemos padecido y que, sin duda, va a agravarse en el futuro inmediato.
Ya desde la crisis que se generalizó aquí en el Distrito Federal, durante los años de 1929 a 1932, como se precisa en la estupenda investigación, en el escenario social se dieron múltiples brotes de protesta y lucha por parte de movimientos de colonos e inquilinos para mejorar los servicios públicos.
Desde aquel entonces, dice en las conclusiones, ``padecieron la desigualdad social de la Ciudad de los Palacios, que se caracterizó por la aplicación de una política urbana elitista. Es decir, las autoridades y los fraccionadores cumplían con la dotación de servicios públicos de preferencia, donde vivían los ricos: Reforma, Lomas de Chapultepec, Condesa, etcétera. Los barrios populares fueron prácticamente olvidados. Habría que agregar la prepotente negativa de fraccionadores y propietarios de viviendas para mejorar los barrios más humildes.
Como se aprecia, en las últimas décadas se ha carecido de un plan urbano, de una planeación certera para la dotación de los servicios, y de un mantenimiento adecuado. En cambio, se han aplicado criterios discrecionales y de favoritismo en la obra pública y otras tantas decisiones erráticas u omisiones, que extienden sus efectos perniciosos hasta nuestros días.
Sin embargo, hay que aceptar que tanto en el pasado y especialmente en el presente, se han emprendido igualmente obras que ha podido sostener, así sea con dificilísimos y riesgosos equilibrios al borde del crack, el consumo del agua para la mayor parte de la población, así como para unos industriales.
Sin complacencias diríamos que nos es factible seguir así. Resulta inadmisible que todavía hoy muchos carecen de agua potable o que se surta a cuentagotas, y no podemos subsanar permanentemente estas carencias con el consabido reparto de las pipas de agua o argumentando, como lo hacen los conformistas, que se nos fuga el agua por las fallas en las tuberías de nuestras redes urbanas. Tampoco podemos seguir lamentándonos de la falta de una cultura del uso y consumo del agua en la ciudad. Esto, sin contar la mala calidad del agua que recibimos en diversas zonas, la contaminación de ríos y fuentes de aprovisionamiento, leyes anacrónicas, ausencia de campañas de comunicación social, desaprovechamiento pluvial, hundimientos, clientilismo en el reparto del agua, etcétera.
Tenemos ya que enfocar y enfrentar este inmenso reto, con una renovada voluntad política y una concepción integral que empiece por dimensionar correctamente cuál es la situación actual, pues en diagnósticos que se elaboran se entrecruzan en diversos momentos lo mismo la demagogia que el populismo o el terrorismo verbal.
Cabe por ello mencionar la estupenda propuesta de un grupo de diputados federales, que coordina la diputada perredista Violeta Vázquez, que apunta precisamente a la definición de estrategias y soluciones que incidan en un cambio social urgente, necesario e impostergable respecto al Manejo integral del agua en el marco del desarrollo nacional 1998-2000.
Se trata de emprender un cúmulo de acciones que abarcan, desde una nueva legislación, modificaciones fiscales, mejoramiento de la administración pública, hasta el uso intensivo de los medios de comunicación.
De verdad, es ahora o nunca.