nDISQUERO Ť Pablo Espinosa

Una música reina
izquierda De entre el vasto territorio del soundtrack, es decir, de la música de filmes, la cartelera mexicana muestra una serie de posibilidades sumamente interesantes (las mezclas duras en la banda sonora de 8 mm., o bien las "blandas", je, de Fuerzas de la naturaleza, o mejor: el buen gusto de Woody Allen en Celebrity), de entre las cuales podemos elegir ųpor lo prontoų dos ejemplos, el primero de los cuales enlaza la gran tradición de la música fílmica en la persona del compositor David Hirschfelder, digno sucesor de los transterrados europeos que hicieron de Hollywood una banda sonora memorable. El disco en cuestión se titula Elizabeth (London) y corresponde al soundtrack de esa excelente película inglesa, dirigida por Shekhar Kapur y para la cual el señor Hirschfelder escribió una partitura formidable, en un equipo asimismo memorable, pues el actor Geoffrey Rush es el protagonista de un filme también extraordinario al igual que su soundtrack: Shine. El punto de partida de Hirschfelder, en esta ocasión, es una epicidad en torno a la reina virgen, encarnada de manera magistral por la actriz Cate Blanchett. El primer corte del disco es una obertura, titulada precisamente Elizabeth, y que se asocia de manera directísima con la suite sinfónica Los planetas, de Gustav Holst, y ese tono inglés repercutirá en aires de cantata, dramaturgias sonoras de varios linajes y un recorrido de médula espinal que culminará, de manera gloriosa, con un fragmento mozartiano. Un gran disco que revive en la memoria sensorial y de entendimiento a una gran película. Qué mejor ejemplo de gran música de cine.

Una música virgen
derecha

Otra muestra de gran cine, enormísima la música, está a la vista y al oído en Melanesian choirs: The blessed islands. Chants from The thin red line (RCA Victor), que va más allá del soundtrack y de los discos que suelen ponerse en los estantes de world music. Su nombre lo dice todo: "Coros melanesios: las islas bendecidas. Cantos de La delgada línea roja". Trátase de la música desposada con las imágenes, de belleza hasta el éxtasis ambas, de ese filme de poderes metafísicos, humanísticamente puro, que le dio tremendo guantazo blanco a la industria de la guerra hollywoodense. Quien haya tenido la fortuna de ver La delgada línea roja recordará cómo entró en trance desde las primerísimas escenas: el paisaje inenarrable, las madrugadas homéricas, el agua, el viento, las plantas y las flores. Aun los musicólogos más severos, los antropólogos más fríos, no han podido evitar la imagen de una flor (una lily, por ejemplo) para referirse a los coros, hipnotizantes, dulcemente narcóticos, epifánicos, de los hombres y las mujeres, los niños que habitan las islas del sur. En 26 tracks, este discazasazo florece con los cantos de The Choir of All Saints, de Honiara (qué chingón: el coro de todos los santos, aborígenes, negros, bellos), y por The Melanesian Brotherhood, de Tabalia. Estas canciones, estos cantos paradisíacos fueron grabados en noviembre de 1997, en la isla de Guadalcanal, precisamente donde sucede La delgada línea roja, y gracias al florecimiento de las secciones, cada vez más abundantes, de los soundtracks en las tiendas de discos podemos ir y recoger las flores que, una vez puesto el disco en el tornamesa, florecemos.