nDISQUERO Ť Pablo Espinosa
Otra muestra de gran cine, enormísima la música, está a la vista y al oído en Melanesian choirs: The blessed islands. Chants from The thin red line (RCA Victor), que va más allá del soundtrack y de los discos que suelen ponerse en los estantes de world music. Su nombre lo dice todo: "Coros melanesios: las islas bendecidas. Cantos de La delgada línea roja". Trátase de la música desposada con las imágenes, de belleza hasta el éxtasis ambas, de ese filme de poderes metafísicos, humanísticamente puro, que le dio tremendo guantazo blanco a la industria de la guerra hollywoodense. Quien haya tenido la fortuna de ver La delgada línea roja recordará cómo entró en trance desde las primerísimas escenas: el paisaje inenarrable, las madrugadas homéricas, el agua, el viento, las plantas y las flores. Aun los musicólogos más severos, los antropólogos más fríos, no han podido evitar la imagen de una flor (una lily, por ejemplo) para referirse a los coros, hipnotizantes, dulcemente narcóticos, epifánicos, de los hombres y las mujeres, los niños que habitan las islas del sur. En 26 tracks, este discazasazo florece con los cantos de The Choir of All Saints, de Honiara (qué chingón: el coro de todos los santos, aborígenes, negros, bellos), y por The Melanesian Brotherhood, de Tabalia. Estas canciones, estos cantos paradisíacos fueron grabados en noviembre de 1997, en la isla de Guadalcanal, precisamente donde sucede La delgada línea roja, y gracias al florecimiento de las secciones, cada vez más abundantes, de los soundtracks en las tiendas de discos podemos ir y recoger las flores que, una vez puesto el disco en el tornamesa, florecemos.