Angeles González Gamio
La otra hazaña de Gante

Ya hemos hablado en estas crónicas de las proezas extraordinarias que realizó fray Pedro de Gante, noble europeo que renunció a fama y fortuna para tomar los hábitos franciscanos y venir a la Nueva España a cristianizar a los naturales, pero la cosa no quedo ahí: inteligente, culto y sensible, se abocó a educar a esos seres en quienes supo ver talento y capacidad creativa. Así, creo la afamada Escuela de Artes y Oficios, en la que formó excelentes talabarteros, doradores, carpinteros, guanteros, plateros, sastres y muchos artesanos más de distintas especialidades, que contribuyeron al engrandecimiento de la capital del Virreinato.

De acuerdo con la mentalidad de la época, esta escuela era sólo para varones, pero el humanista y brillante fraile se dio cuenta de que en las mujeres también había talento que requería formación, por lo que fundó el Colegio de Niñas de Santa María de la Caridad, con el fin de enseñarles la doctrina cristiana y a leer, escribir, bordar, cantar y tocar instrumentos musicales. Conocedora de su noble labor, el fraile obtuvo el apoyo de la acaudalada Archicofradía del Santísimo Sacramento, que se encargó de dirigir la institución y administrar los cuantiosos bienes que recibía por donaciones y legados.

Al aplicarse las Leyes de Reforma, el colegio fue clausurado y las pupilas trasladadas al de las Vizcaínas, que se salvó porque los vascos que lo fundaron tuvieron el tino de hacerlo laico. El convento fue vendido a particulares que lo convirtieron en hotel; después alojó al Casino Alemán y por último fue la sede del famoso Teatro Colón. En todos estos usos tuvo múltiples modificaciones, pero el gran patio, los arcos y las columnas sobrevivieron.

Hace alrededor de seis años el inmueble, tras una larga temporada cerrado, fue adquirido por los banqueros, quienes lo restauraron para instalar el Club de Banqueros, conservando interesantes elementos arquitectónicos de las distintas épocas y poniendo su propia huella, con un moderno elevador transparente y un domo con pirámides, ambas obras polémicas, al igual que las dos fachadas, una sobre la calle de 16 de Septiembre con la decoración de zinc que se conservó de su época como Teatro Colón y la de Bolívar con elementos del siglo XVIII.

Sin embargo, la obra del arquitecto Ricardo Legorreta le devolvió la dignidad y grandeza a una construcción majestuosa que estaba en el abandono. Impecable, pintada de un tono rojizo, primo del que luce el tezontle que cubre parte de la fachada deciochesca, hacía violento contraste con la descuidada iglesia adjunta. Esta nunca se vendió y siempre estuvo abierta al culto. Como casi todos los templos de monjas, tiene dos portadas gemelas, éstas muy sencillas pero de una gran elegancia.

En las columnas estípites que las adornan aparecen unas guirnaldas con uvas granadas, exquisitamente talladas en la cantera color perla y por suerte magníficamente conservadas. Idénticas en sus escuadramientos, las portadas se distinguen por los temas de los altorrelieves que las ornamentan. En la puerta sur aparece la señora Santa Ana que conduce de la mano a la divina infantita y del otro lado San José con el Niño Jesús. Aparece como cuerpo escultórico principal la Visitación de la Virgen y las figuras de Nuestra Señora, su prima Santa Isabel, Santa Ana y San Joaquín. Debajo se lee labrado en la piedra: ''Santa María de la CaridadųAño de 1744''.

Estas bellezas difícilmente se podían apreciar por la mugre que las cubría y la decadente pintura blancuzca de los muros. Hace unos meses fue arreglada, se sustituyeron piezas faltantes, se limpio y pintó, esto último más con buena intención que con talento, ya que le pusieron un rojo vinoso fulgurante que debe de hacer temblar los espíritus de las severas monjas que lo habitaron. Sin embargo, el trabajo es encomiable, pues ya se pueden admirar sus encantos --entrecerrando los ojos-- y ya armoniza con el antiguo convento en donde hoy hacen ejercicio los banqueros, en un excelente gimnasio y después degustan una suculenta comida en el soberbio patio.

Si tiene alguna influencia puede comer allí, y si no, enfrente de la iglesia está la tradicional cantina El Gallo de Oro, que conserva buena comida y ahora tiene un anexo de carnes a la parrilla muy sabrosas.