Emerge ųahora sí contundente- el propósito del PAN y el PRD de buscar un acuerdo de alianza para afrontar las elecciones del año 2000. Es probable que otros partidos se vayan sumando. Se hicieron públicas y formales negociaciones que llevaban meses, y cuyo antecedente remoto fue el acercamiento del inolvidable Manuel Clouthier con Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo al filo del 6 de julio de 1988. Hay que reconocer que los dirigentes de los dos partidos han actuado de modo inteligente, protegiendo un proceso que puede ser de importancia histórica. Han privilegiado un sistema de posibilidades en lugar de exigir un acuerdo totalizador. Además, se ha creado una atmósfera de respeto mutuo antes inexistente.
Esta alianza no tiene viabilidad para muchos. Piensan que es imposible una candidatura única a la Presidencia de la República y concentran obsesivamente el examen del posible acuerdo en ese punto. Enumeran los obstáculos: a) restricciones que impone la ley y que logró el PRI en 1996 (no es muy probable que logren otra reforma importante en el periodo extraordinario); b) en política económica hay diferencias muy fuertes entre el PAN y el PRD. Aquél ha endosado reformas clave de los neoliberales y el PRD ha sido incapaz de llegar a puntos de consenso a pesar de tenerlos casi al alcance de la mano; c) muchos perredistas preferirían a Labastida que a Fox, y muchos panistas al priísta que a Cárdenas; d) la celebración de elecciones primarias para definir una candidatura entre muchas precandidaturas sería difícil y peligroso. No hay tradición de respeto al voto y tampoco el instrumento que pudiera garantizar la certeza.
Todos esos obstáculos pierden vigor si los partidos renuncian a una meta "maximalista". Si siguen otra ruta: aceptar, concretar progresivamente acuerdos partiendo de lo mínimo y esencial para llegar tan lejos como sea posible. Por ejemplo: empezar con un acuerdo por la transición con estos fines:
1) Defender el voto y exigir el cumplimiento de la libertad y de la equidad en las elecciones. 2) Defensa mutua de los triunfos que cada quien obtenga, y 3) No agresión. La eliminación de la retórica de la descalificación y del insulto. El empleo de toda la energía y de la agresividad necesarias para combatir al adversario común. 4) Una reforma política integral que aprobarían los partidos de la alianza en caso de lograr mayoría en el Congreso. 5) El compromiso para crear una política económica para la transición. De modo de garantizar que los cambios políticos que se promovieran no tuvieran un efecto devastador sobre la economía. 6) Un acuerdo de reconciliación nacional que abarcara una amnistía completa para delitos y otros ilícitos que no fueran crímenes mayores.
El triunfo obtenido conllevaría (probable aunque no inevitablemente), el mantenimiento de la unidad en un periodo breve pero suficiente para garantizar la culminación del proceso de transición gradual y concertada, y simultáneamente el inicio de la recuperación económica, sin la cual la democracia no tiene sentido.
Por supuesto que muchos pensamos que una verdadera transición debería incluir al PRI mientras éste sea un protagonista central de la vida política. Pero ni el Presidente ni el PRI, realmente existente, desean la transición. La demoraron y bloquearon las pocas reformas que "concedieron". Se atrincheraron. Creyeron sus propias mentiras de que estábamos viviendo la normalidad democrática. Hoy podemos estar seguros de que el candidato oficial se va a proclamar a sí mismo como el artífice de la transición. Va a prometer también un cambio en la política económica. Va a optar por la tercera vía, una especie de nueva política económica socialdemócrata. Esta ha sido la práctica del PRI en toda la vida, generar expectativas, hacer promesas de cambio para mantener todo con los menos cambios posibles.
Sobre alternativas más avanzadas para una alianza opositora, incluyendo un solo candidato a la Presidencia, conversaremos las próximas semanas.