La Jornada Semanal, 30 de mayo de 1999



Víctor Manuel Mendiola

De la poesía

Nueva Advertencia al Lector

1. En el texto ``Advertencia al lector'', publicado en el núm. 219 de La Jornada Semanal, Eduardo Milán vuelve a hacer gala de confusión y oscuridad. Al suponer, de manera equivocada, que no leí su primera advertencia y al tratar de explicar la omisión de por lo menos diecisiete autores importantes, dice: ``esos poetas no están incluidos porque la muestra no es una antología poética que cubra ese periodo anterior de la poesía latinoamericana sino que comienza en 1940''. Milán pretende ahora que aceptemos que la antología de Prístina y última piedra no comienza donde comienza; es decir, Antología de poesía hispanoamericana presente no principia en la página 1 del libro sino en la página 69. La selección inicial es ``una presencia críticamente afectiva''. ¿Qué quiere decir esto? Se trata, una vez más, de una frase tan confusa como vergonzante. Si analizamos la fórmula ``presencia críticamente afectiva'' nos damos cuenta de que con críticamente se nos está proponiendo una selección meditada y objetiva, producto de un análisis, y con afectiva se nos sugiere una relación de cercanía subjetiva. Esto quiere decir, si leemos con cuidado, que los siete poetas de ``Vestíbulo gradual'' forman parte de la selección porque quienes hicieron la antología los consideraron, desde un punto de vista objetivo, crítico, los mejores, y desde un punto de vista afectivo, sus amigos o sus preferidos. ¿Por qué tanto temor a decir que estos siete poetas son los autores más apreciados, tanto objetiva como subjetivamente, en su lectura? ¿Por qué no aceptar que los otros poetas son menos interesantes para ellos? ¿Por qué esta actitud cobarde? ¿Por qué este miedo enorme a llamar a las cosas por su verdadero nombre? De cualquier forma, el hecho de que esta ``muestra'' se encuentre dentro del cuerpo general del libro la hace, querámoslo o no, parte integrante de la antología. Es patético que Milán, en su segunda advertencia, quiera convencernos de que los siete autores incluidos en ``Vestíbulo gradual'' no están en el libro o que nosotros no deberíamos verlos como parte de la antología. De ahí, Milán podría pasar con facilidad a proponernosÊtambién que los diecisiete autores que no están deberíamos considerarlos como incluidos y, por supuesto, una presencia críticamente no afectiva. Realmente era necesarísimo revisar de un modo minucioso la enrevesada advertencia. También sería recomendable advertir al editor que la no tan prístina antología tiene pero no tiene (cantinflescamente) 569 páginas, pues las primeras 68 propiamente no existen. Gracias a estos razonamientos tan lúcidos de Milán, el editor podría ofrecer el libro a un precio más bajo.

2. Si Milán cree que la prodigiosa imagen ``como el movimiento de un acordeón, como el encuentro de dos mazos de naipes'' sirve para dar coherencia al batidillo de autores de los capítulos II y III (para Milán los capítulos I y II) y si, al mismo tiempo, no le concede ningún valor a su propio texto introductorio, entonces está claro que la llevada y traída conciencia crítica que él invoca a la primera provocación -como una forma de conjurar toda clase de males- es sólo un pretexto para divagar. Una frase lírica de mala calidad, ``mazo de naipes'', que podemos leer de mil maneras, le permite eludir la responsabilidad de explicar por qué conviven de un modo absurdo autores contradictorios. Quizá tendríamos que ir a alumbrarnos al galimatías del epílogo. Ernesto Lumbreras tendrá en su lenguaje ininteligible respuestas como: ``un logos de focalidad'' o ``lugar de avistamiento'', o esta, que ya no tiene medida y es el colmo del disparate: ``digestión temporal del conjunto de estudio'' (las cursivas son mías). Como dice Gil Gamés (Dominical, Crónica, núm. 111), a estos nuevos críticos, deseosos de opinar sobre lo que sea, no les caería nada mal asistir a unas clases de redacción y de psicología en una secundaria nocturna.

3. En su ``Advertencia al lector'', Milán quiere reducir las objeciones a Prístina y última piedra a la ``muestra'' de los autores que nacieron antes de 1940. Se equivoca. La antología también tiene problemas con la lista de los autores que nacieron después de esa fecha. La exclusión de Tamara Kamenszain, Antonio Deltoro, José Watanabe, Daniel Friedemberg, Miguel çngel Zapata, Manuel Ulacia, Verónica Volkow, Enrique Verástegui, Blanca Strepponi o Marco Antonio Campos, entre otros, también merece una explicación.

4. Para que a Milán no le quede ninguna duda de que mi conformidad o mi inconformidad no sólo se encienden con su antología, le refresco la memoria: en la primera parte de ``Poesía Hispanoamericana'', publicado en el número 216 de La Jornada Semanal, hice una rápida revisión de las antologías existentes sobre el tema. Ahí apunté, ciertamente, que Norte y sur de la poesía iberoamericana ``funciona mejor'', pero también señalé que ``el libro nos ofrece una reunión incompleta de mini-antologías''. Lo cual quiere decir que, a final de cuentas, la consideré defectuosa, a pesar de que yo estoy en ella. Además, valoré la antología de Julio Ortega al decir: ``el texto de Ortega atrevía una exploración más arriesgada al incluir poetas nacidos hasta 1951''.

5. En sus razonamientos, Milán cambia las cosas de lugar. Ahora viene con la nueva noticia de que está interesado en la memoria y que por ello quiere preservar el recuerdo de los hermanos Campos y de las vanguardias. Estamos totalmente de acuerdo: hay que conservar esos momentos, sin duda importantes. Pero ¿por qué no le interesan otros instantes de la memoria? Eso es lo que él no quiere o no sabe responder.

6. La crítica de poesía debería significar, precisamente, correr riesgos y un intento de clarificación. Si algo le ha hecho daño a la poesía latinoamericana, en general, y a la poesía mexicana, en particular, es la acomodaticia y verbosa crítica de los últimos años. En el estilo retórico de una parte de la crítica actual, se vale decir todo sin decir nada. Milán es un maestro de esta nueva técnica. Basta con leer sus comentarios a Rubén Darío, Eliot o Mallarmé para darse cuenta de que no sabe nada de ellos o que, por lo menos, no le interesa decir nada concreto. Estos poetas son un pretexto para falsas especulaciones.