La Jornada Semanal, 30 de mayo de 1999
Una gran llanta de camión atraviesa el escenario vacío. Inmediatamente después, dos personajes desnudos bajan colgados de los pies, muy despacio, desde el telar hasta que sus cabezas rozan el piso (evocación seguramente involuntaria del memorable Sankai Juku). Mientras tanto, desde el muy lejano fondo del escenario, una mujer vestida con atuendo de los años cuarenta avanza al compás del ``Berlín'' de Lou Reed, empujando una clásica carriola de bebé. Al llegar junto a los cuerpos pendientes les polvea las nalgas y, con total parsimonia, las envuelve con sus respectivos pañales.
Agustín Meza -autor y director de este delirio plástico denominado Fe de Erratas- es un creador de imágenes escénicas insólitas de gran poder visual, que transforman el escenario en una enorme ``instalación plástica'', o mejor dicho, en una serie de ellas.
Como surgidas de un cuadro que Magritte nunca pintó, veintiocho cubetas de metal flotan en el aire contra un atardecer naranja. De ellas cae una lluvia de pepinos que inunda el piso, con los que Trabucle y Mamey Money delinean, sobre el escenario, un círculo al estilo Richard Long, discurriendo largamente sobre ``el adentro y el afuera''. Poco después, Pepa Lumpen pasa a recoger los cincuentaitantos pepinos y los pone en la caja de su triciclo rojo. No existe una anécdota sino una serie de situaciones que ponen de manifiesto el sinsentido de la existencia.
Junto con la iluminación de Carolina Jiménez, los actores Isabel Romero, Gustavo Muñoz y Harif Ovalle contribuyen enormemente a la creación de este festín visual con su magnífico manejo corporal y una muy interesante recodificación gestual.
Sin embargo, en este teatro de actores y objetos, la poderosa carga visual no es suficiente para sustentar un texto muy menor en contenido y, por lo mismo, demasiado extenso. A pesar de algunos hallazgos interesantes, como una serie de preguntas muy elementales a simple vista -pero que derivan en profundos cuestionamientos existenciales-, así como algunos destellos de humor bastante disfrutables, el texto está poblado de reiteraciones chatas que no llevan a ningún lado y de lugares comunes que rompen groseramente con la irrealidad mágica de las imágenes. Todo aunado a un trabajo vocal que si bien es interesante en un principio, termina volviéndose tedioso, carente de matices, de cambios o de algún desarrollo interesante.
Para finalizar, cabe mencionar el importante papel que juega la música en relación con el poder evocativo de las imágenes. Sin embargo, ciertas canciones muy reconocibles rebasan -con mucho- a las mismas imágenes, dada la fuerte carga subjetiva que ya existe en la historia personal del espectador con respecto a dicha música. Si bien la selección musical está hecha con buen gusto, no deja de llamar la atención una clara tendencia hacia la música anglosajona y su connotación cultural, con la que, inevitablemente, se barniza al espectáculo en su conjunto.
Fe de Erratas de Agustín Meza se estuvo presentando en el Teatro Salvador Novo del Centro Nacional de las Artes en una brevísima temporada, que actualmente continúa los lunes en el Teatro Santa Fe.
Como antecedente de este trabajo, se presenta también la primera obra del mismo Agustín Meza en el Teatro El Galeón, dentro del ciclo dedicado a los jóvenes egresados de la Escuela de Teatro de Bellas Artes. Esta ópera prima deja en claro el interés de su autor por el teatro del absurdo al utilizar el Ubu Rey de Jarry como referencia para hablar sobre las vicisitudes por las que atraviesa un actor, prescindiendo también de una anécdota formal, y con la misma tendencia a verbalizar más de lo necesario. También en este caso, la capacidad de Meza para la plástica escénica ya es evidente en la utilización del espacio, en su gusto por aprovechar al máximo la distancia y profundidad del escenario, en alterar los planos visuales. Incorpora con gran naturalidad la óptica cinematográfica al punto de vista del espectador. Como ejemplo, coloca a dos personajes dialogando de pie sobre el ciclorama (apoyándose acrobáticamente en una mano) creando la ilusión de un top shot cinematográfico. Otro elemento interesante que logra utilizar con mucha facilidad es el rompimiento de la realidad en varios planos. El personaje llamado ``Recolector de cartas'' rompe la acción escénica de los personajes, sustituyéndola por la lectura en voz alta del guión escénico, de tal forma que dichos personajes, ya liberados de su tarea anterior, participan lúdicamente en acciones repetitivas y muy dinámicas que sugieren apenas alguna relación con el guión, promoviendo, así, una lectura más rica que la ofrecida por la mera anécdota. Aquí la música también tiene un papel preponderante y aun llega a rebasar el poder evocativo de las imágenes. Sin embargo, en este caso, la selección es mucho más rica en cuanto a referentes culturales.
En este Pasatiempo de los derrotados el trabajo actoral es muy disparejo. Desde la grandilocuente teatralidad de Jesús Nieves, pasando por una personificación muy estereotipada del director y el alumno por parte de Paulo Riqué y Octavio Trejo, contrastando con el trabajo mucho más mesurado de Gabriela Pérez Negrete y Gabriel Fragoso, y terminando con un Harif Ovalle todavía en ciernes (comparado con su trabajo posterior).
Es raro que coincidan en el tiempo dos puestas en escena de un mismo creador, correspondientes a dos etapas de su desarrollo artístico. En este caso -y felizmente-, es notorio el crecimiento tanto del director como del equipo que lo sigue, así que enhorabuena y vale la pena no perderles la huella.