Mauricio García Lozano, quien ya nos había entusiasmado con un par de escenificaciones plenas de espíritu lúdico, acomete ahora con La noche de Molly Bloom, un monólogo de corte realista basado en el capítulo final de Ulises, de James Joyce, en adaptación de José Sanchis Sinesterra. Como es sabido, el monólogo de Molly en el texto original se basa en el fluir de la conciencia en un estado de duermevela y se compone de ocho grandes oraciones sin puntuación en los que la mujer salta de un tema a otro, sin inhibición moral alguna -``la carne que siempre afirma'', sostiene el autor- en que se mezclan los recuerdos de infancia en Gibraltar, la memoria de amantes y aventuras amorosas, el desprecio-amor que siente por su marido, la esperanza de la gira para cantar que le organiza su promotor y actual amante, Hugh Boylan, los posibles menús para el día siguiente, su escasez de trajes, sus celos, su malestar menstrual, el orgullo de sus pechos, y un largo etcétera cargado de concupiscencia.
El monólogo, que en el esquema que Joyce dio a conocer a sus amigos para situar su novela en paralelo a la Odisea, corresponde de manera irónica su Penélope, y está estructurado como ``monólogo de estilo resignado'', significando Tierra. Enmarcado en el original es un aporte más a la técnica joyceana que en nuestro siglo resultó fundacional. Desprovisto de este marco, y en la versión escénica de Sanchis Sinisterra, puede verse como un retrato femenino muy complejo y contradictorio, que pierde lo técnicamente novedoso pero conserva toda la candorosa obscenidad de la propuesta. Se agradece que se conserve en él la idea de la época y el lugar en que fue escrito, pues molesta un poco eso de que es ``la disección del alma femenina'' de que habla el director (en entrevista con Carlos Paul). Se trata de esa mujer llamada Molly, porque a estas alturas se tiene que admitir que las féminas somos variopintas.
Gabriel Pascal, obedeciendo a esa sana tendencia de que teatristas de mucha trayectoria colaboren con jóvenes directores, diseñó una escenografía tipo ring, con piso de duela y una cama de latón en la que duerme Leopold Bloom muy cubierto por la colcha (y con la cabeza en la piecera, como se acostó en el capítulo anterior de la novela, con sus ropas esparcidas en un banco piecero). Molly, a su lado, en su semivigilia, con un muy adecuado ropón de dormir diseñado por Marina Meza. La actriz Verónica Merchant está muy lejos de parecerse a la blanca y regordeta Molly, pero mantiene el pícaro candor del personaje y los tonos de todas las transiciones, con pequeños gestos que la dirección le otorga: si el dramaturgo español dramatizó a Joyce, García Lozano lo teatraliza. Su capacidad de humor coincide con el texto y tiene momentos de gran brillantez, como es el final del monólogo y, aunque en lo personal prefiero sus escenificaciones más lúdicas e imaginativas, con este montaje no defrauda.
El Ulises de Joyce sufrió todos los embates de la censura por los puritanos espíritus anglosajones. La mojigatería no suelta su garra censora, bien lo sabemos en nuestro país en que la lucha contra ella no puede cejar y los censores no se han extinguido, aunque en los últimos años se hayan suavizado bastante. Pero en nuestro laico Estado el peso de una sola religión, de la que se supone separado, influye todavía mucho en el gobierno, díganlo o no los pudores para hablar del condón o la planificación familiar y la disputa acerca del aborto, por no hablar de tácitas prohibiciones para exhibir alguna película (como La última tentación de Cristo, de Martin Scorsese que hay que buscar en video).
Por ello resulta muy importante -más allá del interés para el estudioso- que se haya editado conjuntamente por el CNCA, el CITRU y Escenología, AC, la excelente antología de textos que la investigadora Maya Ramos Smith, al frente de un equipo, sistematizó por primera vez de documentos dispersos en diferentes países, al igual que otros, hasta ahora inéditos. Censura y teatro novohispano (1539-1822) consta también de ensayos que enriquecen el volumen, que resulta todo un tratado teatral en que son separados el teatro de aficionados y el profesional. Amén de ello, su lectura permite conocer muchas costumbres de la época, como la burocracia del Santo Oficio y algunas disputas Iglesia-Estado. Hoy en día nos mueve a risa que fueran censurados Calderón, Lope y Quevedo y el estremecimiento que el solo nombre de Voltaire producía en los censores. También nos resulta interesante advertir cómo en la época neoclásica la censura añade las torpezas dramatúrgicas de acuerdo con lo que los neoclásicos entendían de la Poética aristotélica a la lista que impedían que alguna obra se estrenara.