La abuela de una amiga judía solía preguntar frente a cualquier acontecimiento mayor o menor, nacional o internacional: ``¿Es bueno para los judíos?'' Preocupación normal de una buena mamá que había vivido muchos desastres.
El antisemita francés y hombre de letras Louis Ferdinand Céline tenía un rosario interminable de palabras denigrantes e insultantes para designar a los judíos; afeccionaba, entre otros, el término de ``palestino''. Su antisemitismo era global de tal modo que confundía generosamente judíos y árabes, hebreos y cristianos bajo ese adjetivo geográfico. De cierta manera su maldad intuía que había una sola tierra para dos pueblos y esos dos pueblos, primos hermanos, iban a ligarse en un abrazo que él hubiera querido mortal y que nosotros necesitamos fraterno.
Por eso, después de las elecciones en Israel, es válido preguntarse: ``¿Es bueno para los palestinos?'' Tan es cierto que lo que afecta a los unos, afecta a los otros, aunque no lo vean los miopes.
Decir que la derrota de Benjamin Netanyahu, que la victoria de Ehud Barak es una buena noticia, no es mi intención. Es difícil no alegrarse de la salida de Bibi el pirómano, el responsable intelectual del asesinato de Yitzhak Rabin; eso no significa que el general laborista Barak sea una paloma. Al contrario. Ese antiguo jefe de estado mayor general, el hombre más condecorado del ejército, se opuso a los acuerdos de Oslo aceptados por Rabin y Shimon Peres. Durante su campaña electoral alejó a Peres y dejó en claro que la seguridad de Israel es la condición sine qua non de toda negociación con los palestinos.
En el ajedrez de la política interna no va a ser ni Netanyahu, ni Peres se va a situar al centro, lo que significa que no va a ser un interlocutor cómodo para Yasser Arafat. Se ha dado un año para retirar las tropas israelíes de Líbano --lo que no es asunto de Arafat--, pero no lo hará sin conseguir algo de Siria. Como Siria no garantizará la seguridad de Israel si no recupera el Golán que Barak no está dispuesto a devolverÉ
Las primeras declaraciones del vencedor no son alentadoras: ``Nos moveremos hacia la separación de los palestinos, según cuatro líneas rojas. Jerusalén unificada bajo nuestra soberanía para la eternidad. No habrá regreso bajo ninguna circunstancia a las fronteras de antes de 1967. No habrá ejército extranjero (palestino) al oeste del Jordán. Y la mayoría de los (150 mil) colonos en Judea y Samaria (la ribera occidental del Jordán) quedarán en bloques de colonias bajo nuestra soberanía''.
Eso dejaría a los palestinos menos de 60 por ciento de Cisjordania y nada en Jerusalén oriental; eso no corresponde para nada a los acuerdos de Oslo y no se diferencia de la línea seguida por Benjamin Netanyahu.
¿Entonces? Habrá una diferencia de estilo, cuando mucho. Barak será más inteligente, pero esa inteligencia será táctica, incapaz de concebir la gran estrategia que daría realmente la paz a Israel, y por lo mismo a Palestina. Si Barak desespera a los palestinos, le dará la razón a los adversarios de Arafat, a los que consideraban al difunto rey Hussein como un traidor, a los que asesinaron al presidente Anuar el Sadat. Los electores israelíes habrían escogido entre la peste y el cólera y la abuela podría lamentarse: ``¡Malo para los judíos!'', por ser malo para los palestinos.