n El ceramista emprende nuevo ciclo creativo
Inspirado en Etzatlán, Jalisco, Velásquez recreará más mundos
n ''Me fascina hacer algo de lo que no estoy seguro'', afirma
Angélica Abelleyra n Con 40 años de trayectoria como ceramista, Hugo Velásquez cerró hace dos semanas un ciclo, dio por concluido el trazo de un círculo y ahora se afana en la construcción de otro: un nuevo periodo en el que a partir de su pasado familiar en Etzatlán, Jalisco, y de la cerámica ''gozosa" que allí se confecciona, tratará de recrear más mundos mediante el barro, el horno y de sus manos que tornean máscaras, flores y piedras.
Fue el lanzamiento de una de ellas en aguas de Nueva York, de una piedra que Hugo Velásquez realizó colmada de alambre de púas y de sangre, luego de su visita a La Realidad y a Guadalupe Tepeyac, en Chiapas, que el artista resolvió poner término a otro más de sus ciclos. ''Como que se me acabó la nostalgia de Nueva York", explica, al mismo tiempo que le dio un regalo a la ciudad en la que se ''doctoró" como ceramista, donde conoció a Franz Kline y Willem de Kooning, sus instructores en el arte del beber buen whisky; donde se embelesó con ''la cadencia del taller" de sus maestras Karen Karnes y M.C. Richards; donde se acercó ''al Picasso de la cerámica", Peter Voulkos, y donde a final de cuentas ''me convertí de un muchacho de la colonia Roma, a ser un hombre", resume.
De esta manera, ya sea como ''ofrenda, deuda, homenaje o agradecimiento" a Manhattan, el creador estableció un nexo entre esa ciudad y Chiapas. ''Quería hacerle un regalo al lugar en que me formé. Viéndolo a toro pasado, sí fue un acto importante para mí eso de regresar con tierra mexicana a ofrecerla a Nueva York. Conozco muy bien Chiapas, llevé el teatro guiñol a San Cristóbal, después de Rosario Castellanos, y fue una gran lección trabajar allí. Pero hace tres años que estuve allá, por primera vez me sentí tan extranjero como un sueco. En las comunidades de la Sierra y las Cañadas me sentí muy extraño siendo tan mexicano. Fue muy grande el impacto".
Descubrir las raíces
No sólo dejar a un lado la nostalgia por Nueva York y concluir un ciclo fueron resultantes de la acción realizada hace unos días por Hugo Velásquez desde aquel ferry. Incluso más relevante que ello serán los proyectos a futuro que esa acción traerá a cuento. Explica:
''Al tirar la piedra hice un descubrimiento importante: empecé a ver de dónde vengo, a descubrir mis raíces. Esto que suena tan a lugar común es cierto y me da mucho susto porque siempre he tenido mucha resistencia a copiar nuestra herencia precolombina, a traducirla mecánicamente al momento actual. De tener una influencia de ese tipo, siempre he deseado que me nazca de manera natural, no como un proceso intelectual. Así que desde mi regreso de Chiapas, pero más a partir de que eché la piedra en Nueva York, advertí que Etzatlán, Jalisco, el pueblo de mi abuela, es uno de los pivotes de la cultura de Occidente. Y lo relacioné con mucha fortuna al tipo de cerámica que allí se produce: una cerámica que celebra la cotidianidad, una cerámica siempre gozosa, festiva, con parejas abrazándose o alguien tocando un instrumento o disfrutando de la comida. A partir de ese hallazgo me ubico en el dintel, en la entrada de una puerta; sentí de pronto un destello, un chispazo fugaz que me asusta porque no sé qué puede resultar de esa marca del pasado hacia mi trabajo actual", refrenda el autor que ya tiene terminada su serie De amor y de ruptura, una treintena de piezas de porcelana o ''servilletas" que Hugo construyó, sin tener aún el espacio galerístico para mostrarlas.
En retrospectiva, es el propio Velásquez quien relata cómo surgió el proyecto de lanzar su piedra en aguas neoyorquinas, una de esas piedras a las que dio vida ''como un dios imposible", según recuerda Carlos Payán en el catálogo de la muestra que primero estuvo en el Jardín Borda de Cuernavaca (julio de 1998), después se trasladó a la Capilla de las Animas del Ex Teresa Arte Alternativo del Distrito Federal (septiembre de 1998), luego fue a La Cerería de Tlayacapan, Morelos, hasta que una de las piezas concluyó su periplo en el universo acuoso estadunidense.
Todo se desencadenó después de que fue invitado por la Universidad de Fortham para ofrecer una conferencia en el Lincoln Center de Nueva York. Cuenta: ''Estando en la cantina El Nivel, comenté con unos amigos la manera en que podría transmitirle a la gente el verdadero sentir de la cerámica. Entonces a mi amiga Luisa Riley se le ocurrió que mostrara una de las piedras que había hecho. Se me hizo una idea padrísima que las personas pasaran de mano en mano una piedra para sentir más cercano mi trabajo y luego decidí que sería bueno echarla al lago del Central Park". Así, un primer impulso del artista fue pensar en arrojarla en el conocido ''estanque de Greta Garbo", donde todo mundo cuenta que la actriz se acercaba para leer. Pero la opción podía complicarse con el trámite de permisos y otros requerimientos engorrosos en La Gran Manzana.
Finalmente, hace dos semanas, Hugo se decidió a lanzarla desde el ferry que va a Staten Island porque ųabundaų ''es un paseo que siento más cercano a mi experiencia de cuatro años en esa ciudad y porque si antes ese era el trayecto más barato, ahora es gratis, cosa que me preocupa pues algo que es gratuito en NY se convierte en una especie en vías de extinción".
Arriesgue y maravilla de un oficio
Acerca de esa experiencia, Hugo realizará un video como constancia del ''alivio" que sintió al arrojar su pieza al agua de esa urbe a la que llegó a principios de los años sesenta ''con 39 dólares en la bolsa, una camisa y la idea de quedarme por tres días. Al final viví cuatro años, me formé como ceramista, fui lavaplatos, luego un idea man de una compañía que fabricaba antigüedades del siglo XVI, y al término del periodo viví como cualquier neoyorquino con un departamento en Manhattan, mi cabaña en el bosque y mi terapeuta en el Village. Estuve realmente integrado, me fue bien y allí tuve la gran fortuna de aprender el arte de la cerámica, a ver la cadencia de un taller y ver cómo el barro va fluyendo hasta que llega al horno y sale, en ese cúmulo de sorpresa, arriesgue y maravilla del oficio de ser ceramista.
''Porque a mí, como decía Bill de Kooning, me fascina hacer algo de lo que no estoy seguro, y que tampoco estén los demás", concluye Velásquez, en espera del arribo de la futura serie de piezas con la marca de Etzatlán.