Teresa del Conde
Humanidades, educación y tecnología

El conflicto en la UNAM, al que ya se le verían opciones de solución, entre otras cosas pone en evidencia la falta de calificación ųpor diversos sectoresų acerca del papel de las humanidades no sólo en la máxima casa de estudios, sino en una gran mayoría de instituciones de carácter oficial o privado, que se dediquen o no a la cultura.

Me temo que existe indefinición acerca de lo que significa ser un humanista o un heredero de la tradición humanística. Es cosa distinta de las labores humanitarias, por más valiosas y necesarias que éstas sean. Esa tradición, dígase lo que se quiera, se conserva tan vigente como en tiempos de Demócrito o de Montaigne, pero está reducida a pocos círculos, no porque éstos se encuentran encerrados en sus torres de marfil (como las de Remedios Varo), sino porque las tecnocracias consideran, primero, lo que es útil de manera inmediata. Los huelguistas se les parecen en este sentido. Eso implica considerar que el hombre es un fenómeno entre los demás fenómenos, un episodio azaroso en la larga cadena que es la ''realidad". Si sus capacidades para generar capital, para agenciarse poder, para ''vencer" son evidentes, entonces su rango quedará elevado; si se detiene a contemplar, observar, analizar, comparar, dudar e intentar entender el por qué de la duda, entonces ese hombre, esa mujer, ese grupo, son considerados no aptos para un diálogo, como incomprensibles entes que pertenecen a sectas herméticas y que sabemos que no se puede ''educar" sin las humanidades. De allí deriva el concepto inicial de democracia.

Las acciones humanas, individuales o colectivas, como las que vivimos en la UNAM, requieren para su entendimiento causal no de una metodología determinada, aunque ésta también interviene, sino de un pluralismo que objete los parámetros únicos. No puede evitarse que las presiones sociales existan y más en un país, como el nuestro, que se caracteriza por sus desniveles. Eso no equivale a considerar que aquellas disciplinas y soluciones no ligadas a funciones prácticas, de causa a efecto, queden soterradas bajo una avalancha de propuestas que avalan sólo aquello que se denomina ''la verificación social". Si no se intenta eliminar los prejuicios al efectuar el acercamiento entre dos posturas que pueden no ser todo lo opuestas que parecen, será imposible ''descubrir" lo que el paro o huelga depara a una comunidad que no sólo es vasta, sino que es una representación (vorstellung en psicoanálisis) del país.

La tecnología no es un mal necesario, es una evidencia que el cultivador de las humanidades debe asumir, someterla a un orden, descubrir sus potencialidades, comprender sus particularidades y lanzarse a la aventura de asimilarla. Uno de los aspectos más enriquecedores, implícito en la huelga universitaria con todo y el dolor que produjo, es haber mantenido una comunicación electrónica continua con un joven investigador inmiscuido con los estudiantes, observador atento (y por lo mismo sujeto a la duda) y conocedor de que la situación por la que atravesamos ha sido capaz de crear conciencia en un sinnúmero de personas que tenían poco acceso a la posibilidad de asimilar o formular ideas. Una sola cosa le objeto a R.G.M., profesor en Filosofía y Letras e investigador en uno de los institutos que fueron tomados el jueves 27 de mayo, y es su renuencia a hacer aún más pública su voz a través de los medios consabidos, como éste que utilizo ahora.

Las clases extramuros son vetadas. Eso provocó el desalojo de los institutos, con todo y que el CGH objetó desde los inicios la realización de tal acción que se antojó vandálica y que traumatizó a un número considerable de académicos y de técnicos por igual. Tales institutos son precisamente los que salvaguardan las humanidades; en cambio, los centros de pronto socorro fueron preservados. No es que esto último sea lamentable, sino que eliminar las humanidades, que simbolizan y son eje de diálogo, coarta la posibilidad de éste. Una cosa es un diálogo y otra muy distinta un debate. Peor aún un ''ultimátum". El diálogo implica discusión, ''que debe ser respetuosa y constructiva", según palabras de Arnaldo Córdova.

Respeto, en latín, viene de respiscere que quiere decir ''saber ver al otro". Pero no es necesario hoy día (antes lo era) saber latín o griego para considerarse heredero de la tradición humanística que incluye, desde luego, el conocimiento así sea generalizado de los avances de la ciencia. Intercalo esto porque a veces los practicantes de las llamadas ''ciencias duras" son totalmente ajenos a las humanidades. No generalizo, pero algunos pasan de lado, por ejemplo, ante una gloriosa exposición de pinturas que quitó el habla y arrancó suspiros a un filósofo psicoanalistas en el ámbito mismo donde se concurría a unas conferencias. El mundo subjetivo de las experiencias viene a ser tan ''objetivo" como el de la estética en una ecuación algebraica. Las humanidades crean modelos.