Ugo Pipitone
Excepcionalismo chileno

Desde hace años, sociólogos e historiadores de Estados Unidos reflexionan sobre lo que, retomando una expresión de Tocqueville, han llamado el "excepcionalismo" americano. Una unicidad que tiene dos vertientes: la ausencia de una cultura aristocrática anterior a la modernidad y la posterior debilidad del socialismo, como movimiento político, no obstante el gran peso social de la clase obrera. Ahora bien, si nos limitamos al segundo aspecto, el excepcionalismo va más allá de Estados Unidos y abarca el entero hemisferio americano.

La izquierda ha sido históricamente débil también en la América al Sur del Río Bravo. Lo que resulta evidente en la persistente estrechez de sus bases sociales y en la pobreza de propuestas políticas verdaderamente originales que hayan surgido en su seno. Populismos, movimientos mesiánicos, sectarismos doctrinarios y estallidos ocasionales de ira colectiva tomaron el lugar de propuestas progresistas que no podían consolidarse en ambientes de escaso desarrollo productivo y con estructuras sociales dominadas más por la oposición de ricos y pobres que por la de capital y trabajo. La izquierda latinoamericana quedó entrampada por décadas entre una teoría socialista que no explicaba la excepcionalidad latinoamericana (un cruce de tiempos históricos en que el pasado no impedía el futuro, sólo se limitaba a deformarlo antes de que naciera) y una práctica política incapaz de fijar rumbos viables para superar miserias y exclusiones.

Los tiempos cambian y sin embargo, en alguna medida, ahí seguimos, entre locuras, vulgaridades y estupideces: como el ELN colombiano que hace del militarismo el sustituto de un proyecto político ausente, Fidel Castro que nombra a su secretario particular canciller y Lula, del PT brasileño, que pretende ahora derrocar al presidente Cardoso con un movimiento destinado a producir nuevas derrotas y más frustraciones.

Frente a ese corte presente en que lo viejo y lo nuevo confirman su trabazón enfermiza, los acontecimientos chilenos recientes constituyen un vislumbre de futuro deseable. Por lo pronto tenemos una izquierda que desde hace 20 años, desde la alianza entre el Partido Socialista y la Democracia Cristiana, entendió algo fundamental: una transformación social positiva y sólida requiere consensos políticos amplios, que resultan aún más esenciales cuando se tiene enfrente la maquinaria, siempre potencialmente asesina, del pinochetismo sin Pinochet. El socialismo chileno, aun con inevitables incertidumbres y caídas de tensión, aprendió la terrible lección de 1973: nada es posible si no avanzan al mismo tiempo el crecimiento económico, la consolidación democrática de las instituciones y la marginación política de los sectores más reaccionarios de las clases dominantes. La Concertación entre los dos partidos, que llevó a la presidencia de Chile a dos demócrata cristianos (Aylwin y Frei), acaba de nombrar, en sus primarias internas, al socialista Ricardo Lagos como su candidato para las elecciones presidenciales que se realizarán el próximo 12 de diciembre. Y así, después de la tragedia del golpe y a culminación de un lento trabajo de maduración interna y de construcción de convergencias, la izquierda chilena se pone hoy en las condiciones de llevar otra vez un representante suyo a la cabeza del gobierno. Dejemos a un lado los aspectos simbólicos y morales que son gigantescos y que sólo podríamos trivializar aquí. Pero hay otro aspecto que merece ser subrayado.

ƑLa eventual victoria de la alianza socialista-cristiana chilena podría tener efectos positivos sobre la izquierda latinoamericana en su conjunto? Hay por lo menos dos aspectos en que ese éxito podría resultar importante fuera de las fronteras de Chile. Por la irradiación regional de una idea esencial: la consolidación de instituciones democráticas es condición esencial para volver el Estado más permeable a las exigencias de la sociedad. Sin instituciones democráticas el deseo de desarrollo produce líderes, más o menos carismáticos, cuyas ruinas materiales y culturales salpican la historia latinoamericana del siglo XX. Pero hay otro aspecto igualmente importante: la mayor difusión de la conciencia de que el capitalismo no es el producto de una gigantesca conspiración mundial frente a la cual oponer milenarismos económicos ingenuos, sino la condición material dentro de la cual la izquierda se enfrenta al reto histórico de reforzar los elementos de solidaridad e igualdad sin destruir las fuentes de la creación de riqueza. Si la victoria de Lagos se cumpliera, como todo parece indicar, las consecuencias podrían ser positivas adentro y afuera de Chile. Adentro, en las condiciones materiales de vida de muchos chilenos. Afuera, en la difusión de un ambiente cultural favorable a una nueva, posible, estación de progreso para América Latina.