La premisa de todo partido político contemporáneo está en practicar procesos democráticos internos. Instaurar procesos democrá- ticos acredita ante la ciudadanía el carácter y la voluntad con la que se quiere gobernar.
Las instituciones políticas pueden tener, por diferentes argumentos, movimientos disidentes. Pero los procesos democráticos, oportunamente, inhiben y desautorizan la división y la disidencia.
Los procesos democráticos al interior de nuestra organización nunca serán un ejercicio estéril, pues dan vida y fortaleza, legitiman nuestras estrategias, consolidan la militancia y despiertan interés en nuestros simpatizantes.
El partido no es una organización de dirigentes, es una organización de cuadros y de masas. Esta es una de las principales diferencias con nuestros adversarios, y en esta diferencia está una poderosa razón para mantener procesos democráticos incluyentes.
En el partido, nadie es menos. Una sola voz, la del militante de las tareas más modestas o desapercibidas, tiene derecho a ser escuchada y valorada
Pero no se quiere ni se puede todo. Los procesos democráticos tienen un contexto y deben responder a una estrategia superior. Por eso, nuestro partido reconoce modalidades, tiempos, alternativas para asegurar que la participación de la militancia tenga orden, sea afín y consecuente con los usos y costumbres de los pueblos, el nivel de competitividad de nuestros cuadros, las expectativas de las comunidades y el posicionamiento de nuestra organización.
Los procesos democráticos, a su vez, se deben apoyar en un marco general de respeto y unidad que contenga, al menos, tres principios fundamentales:
Un principio ético, por el que se reconozca que los hombres del partido rechazamos la descalificación del adversario, reconocemos la caballerosidad y todas las normas de conducta personal que junta, contribuyen a la confianza en el partido y a estrecharnos las manos sin doble juego.
Un principio político, por el que se fortalezca nuestra conciencia de que la política primero es servicio.
Ser militante del partido para hacer política comienza con tareas y actitudes de cooperación y ayuda entre nosotros, se robustece luego, cuando en el ejercicio de nuestra actividad servimos a causas superiores del pueblo y de la organización, madura cuando hacer política entre nosotros se constituye en un hábito de servicio, de ejercicio de responsabilidad pública, no para pensar por los demás, sino para pensar en los demás.
Y en un principio de lealtad, porque sin ella la suerte de nuestro partido quedaría expuesta a los trastornos y la confusión, que entre otras cosas produce la falta de fidelidad. La fidelidad ideológica, la lealtad a nuestras organizaciones y a nuestras dirigencias, de compromiso con nuestros estatutos y el programa de acción del partido.
La lealtad es un principio de vida, y en política es un principio de evolución.
*Senador de la República