En 1978 propuse a la UNAM y al INBA realizar una actividad conjunta de investigación y difusión musicales dentro del seminario Creación Musical y Futuro que tuve a mi cargo. Manuel Enríquez (1926-95), entonces al frente de la música del INBA, tuvo el encargo de organizar conmigo los conciertos del seminario, para lo cual el instituto aportó un millón de pesos. Menos de un mes antes de iniciar aquel encuentro, Enríquez tomó la sorpresiva decisión de eludir la propuesta original, proponiéndose realizar, meses después y con aquel mismo dinero, el foro que hoy lleva su nombre. Con apoyo de Fonapas pude salvar algo de mi propuesta original, obteniendo casi enseguida la mitad del presupuesto para organizar, ya solo, una serie de conciertos en El Colegio de México. En ellos participaron, entre tantos otros, desde Enríquez hasta el compositor griego Iannis Xenakis.
El Foro de Música Nueva reflejó la desconfianza de Enríquez hacia la mayoría de sus colegas que pudiesen remplazarlo en el puesto; de ahí su modo singular de seleccionar la música o de hacerla ejecutar. Fortaleció una idea más informativa que selectiva que con frecuencia condujo al foro a ser el espacio de una vanguardia insulsa e improvisada. Los ejecutantes tendían a ser los propios compositores, algo que influyó en que los conciertos carecieran por lo general de calidad interpretativa profesional y del exceso de ejecuciones de autores casi siempre fijos. La discusión crítica fue vista como un ataque a la institución y a su cabeza, un desafío que enfrenté personalmente y que me mantuvo, como a mi música desde entonces, al margen de dicho medio y otros similares.
Pocos meses antes de morir Enríquez, Fernando García Torres, responsable musical del INBA desde 1994, creó una comisión de programación del foro para permitir que ésta fuese el producto de una discusión entre pares. Aun a pesar de mi postura crítica hacia la cultura del mundo oficial -en particular desde 1989-, García Torres me invitó a participar como miembro de dicha comisión por un periodo fijo de dos años: 1998-99. La muerte de Enríquez hizo incluso pensar a García Torres en mí como un nuevo director artístico del foro en amalgama con la comisión. Si acaso dicha posibilidad me pareció atractiva para reformar el foro, preferí permanecer más como Hamlet que como su padrastro. En discusión abierta, los miembros de la comisión llegamos por consenso a la idea de que una dirección individual era poco deseable y que podría conducir con el tiempo a viejos estilos.
Al asumir el papel de par me fijé como condición el propiciar una mayor democracia en el proceso selectivo; propuse fijar entre todos un mínimo de reglas que, por encima de gustos o disgustos, fuesen la norma colectiva a seguir. Por ejemplo, que la música seleccionada no hubiese sido ejecutada antes en la red de festivales de México, buscando debilitar el favoritismo hacia intérpretes y compositores y obligando a todos al esfuerzo de producir obras en verdad nuevas para músicos y público. También, que la propia comisión propusiera nuevas composiciones y diese una norma de calidad y de exigencia, para lo cual puse mi archivo musical a disposición de todos, riesgo del que, dicho sea de paso, aún no me recupero. Propuse que cada miembro de la comisión presentase un método de puntuación propio, de manera que el conjunto global de las argumentaciones afinase el proceso de evaluación colectivo. Algunos criterios, por ejemplo, dar un juicio sobre la calidad musical de cada obra a partir del análisis de su forma, estructura e instrumentación, evaluar su originalidad o su estética lo mismo que la presentación de materiales o de su duración dentro de un programa, o incluso el fundamentar posibles objeciones.
Dentro de un sistema perfectible pero, con mucho, más justo que toda decisión unilateral, reglas del juego y métodos de puntuación afectaron sin discriminación a compositores e intérpretes durante estos dos años. Ante cualquier reclamo la comisión pudo sostener sus decisiones, más que con disculpas, con racionalidad, como lo denotaron la declaración de principios de cada programa anual. La comisión del foro es un logro frente a la costumbre de empobrecer el juego dando cabida sólo a camarillas que no producen necesariamente una música nueva, sino mansedumbre.
Frente al neo-salierismo musical que vino con el neoliberalismo, dos respuestas: aspirar a la calidad mozartiana y al principio de la democracia. Es cierto, el camino para desarrollar el talento es difícil, lento y nada seguro, pero es preferible a la vejación de recibir inmerecidas becas vitalicias que insultan al Arte y la inteligencia.
El servirse de argumentos racionales, el respeto al otro como norma de relación y la defensa del Arte como objetivo ofrecen un frente digno al poder y al dinero, que si son oportunidades importantes, no mejoran a la música desde su raíz. Al dejar el foro como miembro de su comisión deseo, no sin cierta desconfianza, que éste prosiga en la línea democrática que encabezó García Torres y consolidó Ricardo Miranda, hoy al frente de la música del INBA.
La música, como la cultura y tantos otros rubros del México actual, están llamados a propiciar una transformación hecha de la discusión abierta, de un proponer sin imponer condiciones sólo individuales. Desde el respeto al otro y a mí mismo puedo concluir que la muestra está dada.