Hacia el final de su vida, cuando trabajaba sobre la historia de la sexualidad y en los últimos seminarios que impartió en El Colegio de Francia, Michel Foucault empezó un nuevo campo de investigación que definió como la biopolítica, más o menos con las siguientes palabras, inscritas en el primer tomo de esa historia: ``Durante siglos el hombre siguió siendo lo que había sido para Aristóteles: un animal viviente con capacidad para la existencia política; el hombre moderno es un animal cuya política pone en cuestión su existencia como ser humano''.
En una entrevista publicada póstumamente en El País, en 1989, se lee: ``Sin duda el problema filosófico más ineludible es el de la época presente, de lo que somos nosotros en este momento preciso. Sin duda el objetivo principal de hoy no es descubrir, sino precisamente rechazar lo que somos. Nos es preciso imaginar y construir lo que podríamos ser a fin de desembarazarnos de esta especie de doble constricción política que son la individualización y la totalización simultáneas de las estructuras del poder moderno. Podría decirse... que el problema a la vez político, ético, social y filosófico que se nos plantea hoy no es tratar de liberar al individuo del Estado y de sus instituciones, sino librarnos nosotros mismos del Estado y del tipo de individualización que está ligado a él. Nos es preciso promover nuevas formas de subjetividad rechazando el tipo de individualidad que se nos ha impuesto durante siglos''.
Es evidente que el Estado como noción ha cambiado enormemente y que nos enfrentamos a un big brother escondido detrás de este mundo global y televisivo que contamina y dirige a los individuos y los vuelve masa informe como la que vimos haciendo valla para despedir a uno de esos conductores chabacanos y venales que ``educan'' a nuestra sociedad, que la ``divierten'' e ``iluminan'' su vida, uno de esos capos televisivos ``honrados'' y ``decentes'', ``trabajadores sanos y buenos'' a ``los que no se vale calumniar'', y cuya muerte produce en México un cataclismo, al grado que uno de nuestros ``mejores y más honestos locutores'' puede equiparar lo que está pasando en nuestro país -debido a la inseguridad pública- con lo que ocurre en Kosovo. Y esa comparación debe hacernos reflexionar acerca del tema sobre el cual he escrito últimamente varios textos: el problema de la biopolítica, iniciado por Foucault, antes esbozado por Hanna Arendt y desarrollado recientemente por otro filósofo, Giorgio Agamben, sobre todo en Homo sacer (1995) y Lo que resta de Auschwitz (1998). En estos libros se analiza el campo de concentración como paradigma del reino de la biopolítica.
``Con el surgimiento de la biopolítica -explica Agamben- podemos observar un desplazamiento y una gradual expansión más allá de los límites de lo que puede considerarse como vida en estado puro hasta constituir un estado de excepción. Si existe una línea en todos los Estados modernos que marque el límite en donde la decisión sobre la vida se convierta en una decisión sobre la muerte, en donde la biopolítica se convierte en tanatopolítica, esta línea ha dejado de ser una frontera nítida que divide dos zonas claramente delimitadas. Está línea de demarcación es imprecisa y va emigrando gradualmente hacia áreas distintas de las de la vida política, áreas en las que la idea de soberanía penetra de manera cada vez más simbiótica no sólo en lo político sino en lo jurídico, relacionándose con el médico, el científico, el experto y el sacerdote. Me interesa demostrar que ciertos acontecimientos que son fundamentales para la historia política de la modernidad... (como por ejemplo, la eugenesia nazi y su eliminación de la vida que no merece ser vivida o el debate contemporáneo sobre los criterios normativos de la muerte o eutanasia (y yo agregaría los recientes proyectos de depuración étnica en la ex Yugoslavia). Desde esa perspectiva el campo de concentración (principalmente Auschwitz y ahora los campos de refugiados para los kosovares, o las matanzas sistemáticas en Algeria o en Ruanda, y para no ir más lejos los problemas de los indígenas de Chiapas) adquiere su verdadero sentido sólo si se inserta en el contexto biopolítico (o tanatopolítico) al que pertenece -en la medida en que está fundado en el estado de excepción- para convertirse entonces en el paradigma oculto del espacio político de la modernidad cuyas metamorfosis y disfraces tenemos que aprender a descifrar''.
¿Exageraría yo si dijera que los acontecimientos del lunes pasado y el manejo que hicieron de ellos la televisión y la radio constituye precisamente uno de esos cambios o disfraces bajo los que se oculta la biopolítica actual, intensamente puesta en marcha en nuestro país de manera cada vez menos oculta durante los últimos años? ¿El trabajo de uniformación mental que llevan a cabo los canales trasmitidos por cable no es también una de esas metamorfosis totalitarias? ¿No entrarían también en cierta forma aquí, aunque pudiera parecer exageración decirlo, los problemas por los que pasa nuestra todavía máxima Casa de Estudios, especialmente las tajantes declaraciones que pretenden salvar sólo los institutos de investigación como única forma de vida universitaria digna y deshacerse del resto?