Sergio Zermeño
UNAM: ``en pedazos no la quiero...''
Hay sentimientos encontrados en el medio universitario: casi todos entendemos que sustituir la figura de ``cuotas'' por la de ``aportaciones voluntarias... en función de (la) situación económica'' de los alumnos significa un cambio sustancial en la materia que dio origen a este conflicto. Y sin embargo casi nadie acompaña esta evidencia con muestras de júbilo, no se diga ya entre los estudiantes huelguistas, que la rechazaron 27 a 9, considerándola ``una provocación para dividir al movimiento''.
No se necesita tanta ciencia para entender lo que pasa: el movimiento de los estudiantes --de la gran mayoría de los universitarios, agregaríamos--, no es por el dinero sino por la identidad. Digámoslo de otra manera: este movimiento, como muchos otros en el mundo presente, lucha contra el desmantelamiento del espacio público: la palabra privatización es sinónimo de pulverización, de desaparición del espacio público y del lenguaje pronunciado en el Agora, es decir, en voz alta, para todos, para que lo oigamos nosotros y nuestros adversarios, para crear una identidad. Lo contrario a esto son las nuevas redes de Internet propuestas por muchos miembros ``excelentistas'' del personal académico en sustitución de los colegios del personal académico. Nos encontramos ante una especie de encierro cibernético autocomplacido en la construcción de su adversario: el ``populismo''. Ahora bien, todos sabemos que dividir, pulverizar, desmantelar es vencer al otro; los cibernautas no producen un mundo igualitario; son átomos perfectamente vigilables y suprimibles por los pocos y poderosísimos núcleos del poder global.
El rector Barnés nunca reconoció a un sujeto de interlocución: reconocer es dar vida, identidad, y sería contradictorio con el proyecto desmantelador del nuevo orden dominante: propuso un primer Reglamento General de Pagos y lo dio a discutir en las altas y cerradas esferas de los consejos internos y técnicos y luego lo hizo aprobar por el Consejo Universitario con el apoyo de las otras dos grandes palancas del desmantelamiento identitario: los medios de comunicación de masas y su hermano siamés, el control discrecional de los dineros públicos. A quienes estallaron la huelga los llamó secuestradores de la UNAM y reconoció al resto de los estudiantes en las clases extramuros. Nombró luego una comisión de encuentro que, increíblemente, se encontró con todos menos con el Consejo General de Huelga. Los profesores e investigadores comenzamos a reunirnos en colegios y asambleas y a la comisión plural que de ahí surgió no la recibió nunca el rector: ``ni los veo ni los oigo'' (en medio de esto, con fingida inocencia deconstructiva Krauze proponía separar de la Universidad a los institutos de investigación). Luego vino la idea genial de abrogar (palabra de los huelguistas) el reglamento de la discordia y sustituirlo por ese mismo reglamento con algunas tachaduras que terminaron de ser redactadas en la propia sesión del Consejo Universitario que lo aprobó. Dos estudiantes de corbata se agregaron a la soberbia Comisión de Encuentro (evitándose así crear una nueva comisión menos dependiente de su patrón, mejor representada con estudiantes, como muchos le pedíamos), y todo quedó listo, según esto, para repoblar las escuelas, ya que los huelguistas se evaporarían por la fuerza de la razón y de la publicitada tolerancia de las autoridades universitarias.
``¿Qué no entienden que no existen, que se decretó el fin de la sociedad civil; que la concentración de más de tres ya puede ser sancionada por populista?''. Pero ahí están, firmes en su terquedad, y tomar las escuelas va a ser un problema. Quizás la estrategia sea tomar primero las facultades menos pobladas, o reabrir, con todos los reflectores, los institutos humanísticos misteriosamente cerrados por las propias autoridades... Vaya usted a saber lo que planean los ingenieros de la construcción identitaria, pero en la lógica que ahora nos ocupa, el tedio, el cansancio, la apatía y hasta la violencia y el sentimiento de repudio que nos deja son terreno fértil para lograr el objetivo: desorganizar, acelerar la pedacería identitaria que permita dar paso a un reordenamiento de la UNAM (esa combinación de violencia y olvido, pero jamás de diálogo, como con los zapatistas). En este contexto es comprensible que los estudiantes desconozcan al rector, den por cerrada esta etapa, aunque no la huelga, y llamen a la celebración de un Congreso Universitario. Muchos piensan ya que va a ser un esfuerzo inútil, la repetición del de 1990, y que de ahí no saldrá nada, pero no debemos olvidar que la ``congregación'' en sí ya es el espacio de la disputa, sin olvidar que en la nueva e inminente restructuración de las licenciaturas se juega el futuro de la Universidad pública.