Brígida García, destacada estudiosa del mercado de trabajo, afirma que, a pesar de la recuperación económica, ``sigue siendo débil el vínculo entre el crecimiento de la economía y el mejoramiento de la situación laboral''. Añade que ``el principal problema que permanece es la insuficiente creación de empleos adecuadamente remunerados''. No podría estar más de acuerdo. La investigadora destaca dos rasgos de la creciente precariedad del trabajo en México: 1) ``Más del 70 por ciento de las nuevas ocupaciones que se crearon entre 1991 y 1997 han sido ocupaciones no asalariadas o en muy pequeños establecimientos (de hasta 5 trabajadores)''. 2) ``En 1997, 65 por ciento de la población activa (asalariada y no asalariada) recibía como máximo dos salarios mínimos o no recibía ingresos. Además, 57 por ciento de los asalariados no contaba con ninguna forma de prestación social''.
Ante esta situación, la política oficial de las últimas administraciones, añade B. García, ``principalmente busca mejorar y adaptar algunos de los recursos humanos con que cuenta el país a las exigencias de las nuevas condiciones productivas. La intervención gubernamental, directa o indirecta, se juzga como ineficiente, inflacionaria y desencadenante de mayores distorsiones''. A estas políticas las califica como limitada en su alcance y concepción, con lo cual, nuevamente, no podría estar más de acuerdo. El trabajo1 termina señalando la necesidad de que ``la generación de empleos y la elevación del nivel de ingresos ocupe un lugar central en la política gubernamental y no sólo constituya un producto esperado del crecimiento y la estabilidad macroeconómicas''.
Esta última frase ha sido radicalmente puesta en duda por André Gorz, en Miserias del presente, riqueza de lo posible (Paidós, 1998), apasionante libro en el cual el autor asume como un hecho inevitable el fin del trabajo asalariado, tal como lo conocemos. Un editorial del Asian Wall Street Journal, citado por Gorz, se pregunta si el ``jobless growth (crecimiento económico sin generación de empleo) es un fenómeno planetario, y no sólo un fenómeno específicamente europeo''. Gorz señala que algunos estrategas del desarrollo del capitalismo preconizan para el tercer mundo el desarrollo ``a rayas'', es decir, ``el desarrollo no ya del país o de territorios, sino solamente de enclaves, cuyo ingreso por habitante podrá llegar a ser diez o 20 veces más alto que el de los habitantes del resto del país''. El ``desarrollo, en suma, no deberá difundirse fuera de los enclaves, el capitalismo deberá amurallarse en `Estados ciudades' y en `villas privadas', conducir sus `guerras privadas' contra las poblaciones convertidas en nómadas y guerreras, tras la descomposición de la sociedad'' (p.34). Según Gorz, éste es el modelo que toma cuerpo en China, en India, en Malasia, en México, en Brasil. Citando a Jeremy Rifkin (El fin del trabajo, Paidós, 1996), dice que éste: ``demuestra que las filiales de las transnacionales en Brasil, al igual que las maquiladoras en México, están a menudo más automatizadas que sus equivalentes en Estados Unidos''. Por tanto, continúa Gorz, ``distribuyen una masa muy baja de salarios para propulsar la expansión económica por medio de la demanda solvente. En cambio, abren el país a los productos de masa importados, lo que entraña la ruina de las pequeñas industrias locales y artesanales'' (p.36). He aquí una explicación a los hallazgos de Brígida García.
Por tanto, concluye Gorz, ``preocuparse por alternativas a la sociedad salarial no es un lujo de intelectuales decadentes de los países ricos''. Si aceptásemos los argumentos de Gorz, en vez de proponer políticas de pleno empleo, tendríamos que aceptar que éste es ya irrecuperable. Tendríamos, más bien, que pensar, con Gorz, en la construcción de una nueva sociedad en la que el empleo asalariado deje de ser el elemento central, en la cual el derecho a un ingreso suficiente y estable ya no tendría que depender de la ocupación permanente y estable de un empleo. Para Gorz, el problema no radica en una resistencia de las mentalidades a una vida multiactiva, que constituye la alternativa al sistema asalariado. Apoyándose en encuestas en Estados Unidos y en Europa, muestra que una mutación cultural ha tenido lugar, que los jóvenes ya no desean el empleo permanente, y ya no ven el mundo del trabajo como lo más importante en la vida. El problema, entonces, radica en que ``la plenitud de los derechos económicos (derecho al pleno ingreso), sociales (derecho a la protección social) y políticos (derecho de acción, de representación y de organización colectivas) sigue asociado sólo con los empleos, cada vez más raros, ocupados de manera regular y a tiempo completo. Está en el riesgo de perder, con el empleo estable, todo ingreso, toda posibilidad de actividad, todo contacto con los otros''. (p.74). Se me agotó el espacio. Lástima, el tema es central y apasionante.
1. El artículo se titula ``Población, trabajo y desarrollo'' y será incluido en la edición 1999 de Demos. Carta demográfica sobre México, que coordina Raúl Benítez Zenteno.