Si yo fuera el mejor escritor, y tratara de expresar mi indignación por el uso impune y abusivo de quienes detentan el poder de los medios, al aprovechar un crimen como el ocurrido para desinformar a la sociedad y violentar el orden establecido, nada podría lograr para que estos hombres repararan los daños de su conducta.
Si la fuerza de mi palabra y la claridad de mis argumentos encontraran el asentimiento de mis lectores y aun el convencimiento de quienes no pensaran así, haciéndoles ver el dolo con el que los señores Salinas y Alatorre actuaron desde los estudios de Televisión Azteca, acompañados de comparsas conscientes e inconscientes, y los objetivos aviesos que con sus intenciones buscaban, quizá lograría desahogar mi enojo, pero muy poco cambiaría las cosas.
Y si con toda la inteligencia lograra desenmarañar las redes de complicidades y definir los hilos de transmisión de los intereses asociados con las televisoras y sus conductores, escribiendo de ellos en este diario, tampoco lograría mucho, porque con todo ello mis palabras llegarían quizás a 100 mil lectores, y lo más desafortunado es que aun con los muchos hombres admirables, inteligentes e íntegros que tienen y han tenido posibilidad de denunciar este abuso cometido en agravio de la sociedad, sus argumentos alcanzarán quizás a uno o a dos millones de personas.
En cambio el sueño de TV Azteca, sus subordinados y sus aliados circunstanciales de Televisa y de Imevisión, como Pedro Ferriz, sin esforzarse mucho en sus razonamientos, sin medir la dimensión de sus actos y sin que nadie lo pudiese impedir, llegaron a decenas de millones de espectadores de todas las edades y en todos los rincones del país para difundir sus argumentos, ocultando sus intereses y mostrando hasta dónde son capaces de llegar en la satisfacción de sus apetitos y en el servicio a intereses poco claros.
En los escenarios políticos que vivimos, antesala de próximos comicios que se presentan como definitorios del futuro de México o al menos, de lo que queda del país, la conducta de estos medios constituyen una señal clara de los tiempos que nos esperan.
Ello requiere una respuesta contundente de la sociedad. No se trata de convencer a nadie de que la posición de estos señores en este asunto es tan falso como el llanto y los lamentos de las plañideras contratadas por ellos para dar el toque dramático, que con tanto éxito lograron las cortes egipcias. No, requiere pensarse en algo distinto, como la posibilidad de convocar a la sociedad a iniciar un conjunto de acciones que tengan como culminación poner los medios de comunicación a su servicio.
Lo primero que se encuentra en entredicho, es la legitimidad de los derechos del señor Ricardo Salinas para disfrutar de la concesión que le fue otorgada en condiciones poco claras por el otro Salinas. La conducta antisocial del dueño de TV Azteca y de sus colaboradores, entre los que hoy destaca necesariamente el señor Stanley, muestra con claridad la urgente necesidad de restablecer los valores éticos que eviten que hechos como estos se repitan.
Y ello no es un asunto que ataña exclusivamente al ingeniero Cárdenas o al PRD, sino a todos aquellos que están preocupados por los inciertos rumbos que el país ha tomado.
Deber ser también motivo de preocupación del Estado, porque si se desatienden los problemas de la ingobernabilidad se está fallando en alguno de los puntos rectores, que es la conservación de la armonía y la paz social.
Se equivocan quienes piensan que ese grupo actúa así asociado con el PRI. Su asociación no es con el PRI, es con intereses oscuros ligados directa o indirectamente a la corrupción y al delito, en términos de ganancia. Atacan a Cárdenas porque más allá de cuestiones éticas o ideológicas, concluyen que con él no pueden hacer tratos.
De igual manera atacarán a quienes se les opongan, sean del PRI, del PAN, del PRD o de cualquier otra manifestación política. Su asociación no es con organizaciones específicas sino con quienes, dentro de ellas, se presten a sus juegos e intereses, sean del signo que sean. Esencialmente, por la naturaleza de sus objetivos y de sus acciones, están y estarán en contra de los intereses de la sociedad mexicana.
Nuestra propuesta es repetir lo que se hizo en La Jornada para construir el capital que permita adquirir la concesión de TV Azteca y, en paralelo, construir una gran movilización social que no deje alternativa al gobierno, obligándolo a recuperar estos bienes del Estado y a entregarlos a la sociedad a cambio del pago correspondiente.
Tenemos poco tiempo. Esta batalla tenemos que ganarla antes de que se inicien los procesos electorales formales. No pueden los medios permanecer en manos de quienes irresponsablemente convoquen a la inestabilidad. Es el sistema político en su conjunto el que está en riesgo. Y ese riesgo está tocando en todas las puertas políticas y sociales de la nación.