Más vale prevenir que lamentar... máxime si lo que está en juego es la libertad. Ahora que la sociedad vuelve a luchar en serio por un México democrático, y mientras los partidos se distraen con maniobras electorales hacia el 2000, el fantasma del gorilato se apresta a hacer de las suyas. Espantando con el petate del fascismo, se apresta a inhibir la sed de cambio lo mismo que a destruir ese móvil de toda lucha humana que es la libertad.
``Primero el gorilato, que perder el poder''. Tal parece ser la consigna del viejo régimen. Y la verdad es que era una consigna bastante predecible. Todos sabíamos que la transición de México a la democracia enfrentaría la reacción de las huestes autoritarias. Pero en el fondo esperábamos que esa reacción fuese poco cruenta. Por desgracia, esa esperanza se desvanece día a día, y no queda más que redoblar la lucha por una transición exitosa.
Tan sólo en las últimas semanas, el fantasma del gorilato ha hecho tres apariciones. Y su blanco han sido tres pilares del cambio democrático: 1) la decisiva fuerza moral desencadenada por los indígenas zapatistas, 2) la masa de conciencias manipuladas por los medios de comunicación (caso Stanley), y 3) la indispensable combatividad de la juventud, máxime si es educada en el pensamiento crítico (caso UNAM).
Tal como lo denunció el pasado 9 de junio la Red Civil de Apoyo a la Causa Zapatista, para entonces ya eran seis las comunidades chiapanecas tomadas por el Ejército y la fuerza pública: San José, Betania, El Censo, Francisco Villa, Nazareth y Santa Lucía. Al día siguiente se supo de más incursiones militares, incluyendo ahora al mismísimo poblado de La Realidad, que fue la sede del segundo Encuentro entre el EZLN y la sociedad civil, hace un mes. Lo cierto es que la ofensiva antizapatista se recrudeció desde la exitosa consulta del 21 de marzo sobre los derechos indígenas y la guerra que busca su exterminio. Pese a ello, los zapatistas no responden más que con las armas de la dignidad, de la ética y del trabajo político con la sociedad. Es decir, con los nutrientes de toda democracia verdadera.
Pero eso no hace más que acrecentar la furia del clan guerrerista así como el espectro del gorilato. Desbocado el militarismo en Chiapas, ¿quién y cómo impedirá su expansión por todo el país? Por lo pronto ya es evidente que, en lugar de paz, dicho clan busca el aplastamiento de la libertad más incómoda para cualquier dictador, y la más acreditable al zapatismo: la libertad de decir ¡basta! y de caminar con la frente en alto; la libertad de soñar y luchar por un mundo mejor, que es la libertad más fundamental. Sin ella, las demás libertades quedan huecas, muy huecas.
Por su parte, la libertad de conciencia ha exhibido y aumentado su debilitamiento con un solo golpe: la manipulación informativa del asesinato de Paco Stanley. Además, tan grotesca manipulación ha servido para embestir contra el ideal democrático encarnado en el gobierno del Distrito Federal (por fin elegido democráticamente). De pilón, ha servido para anidar más a fondo el huevo de la serpiente --el clamor por un gobierno dictatorial-- en la sociedad mexicana.
Y todas las libertades que derivan de una educación trascendente, ahora mismo enfrentan al fantasma de los cuchillos largos. La huelga estudiantil de la UNAM continúa entrampándose ante un rector proclive a las soluciones unilaterales, y no al santo-y-seña de los universitarios (y de los demócratas): el diálogo. En el horizonte ya asoma el arma de los gorilas: la fuerza tan bruta como represiva y... otro aliento más al militarismo.
Enhorabuena, el segmento más participativo de la sociedad está enfrascada en el diseño de un nuevo proyecto de nación y en la promoción de acuerdos mínimos para garantizar una gobernabilidad democrática. Pero ambas cosas perderán todo sentido si de inmediato no se desnuda y detiene la ofensiva del viejo régimen contra libertades fundamentales de la ciudadanía.
Nada parece más importante en estos momentos, que la conformación de un amplio frente en defensa de la libertad. Sin ésta, simplemente no es posible la democracia, mucho menos la justicia ni el bienestar así material como espiritual, así de los individuos como de la nación.