Primer acto. Dos paramilitares cuelgan la imagen de Cuauhtémoc Cárdenas sobre un paredón y salen. Segundo acto. Entran más paramilitares formados en hilera. Tras-tras, tras-tras, tras-tras, tras-tras, suenan las botas marciales. Grita el jefe del comando. ``Aaaal-to. ¡Ya! PeeeeelotónÉ'' (Se oye un redoble de tambores). ``¡Preeeeparen!'' (Truish-trank hacen las armas cuando los hombres cortan cartucho). ``¡Aaaapunten!'' (El redoble se intensifica). ``¡Fuego!'' (Y al instante se escucha: ¡Blam!) Todos los fusileros caen muertos. Tercer acto. La autopsia revela que a todos, sin excepción, el tiro les salió por la culata. ¿Cómo se llamó la obra? El asesinato de Paco Stanley visto por Televisión Azteca.
Lunes 7 de junio de 1999, día de la llamada ``libertad de prensa''. En todos los periódicos la noticia más grande, y por ello más negra, avisa: ``Desmiente Presidencia a Cabal Peniche''. En letras más pequeñas, y por ello más claras, se explica: Fernando Lerdo de Tejada, vocero de la oficina presidencial, niega que en enero de 1994, el entonces coordinador de la campaña de Luis Donaldo Colosio, doctor Ernesto Zedillo, hubiese recibido una millonaria aportación, en dólares, de parte del banquero tabasqueño Carlos Cabal Peniche, hoy preso en Australia, después de haber acumulado una fortuna inexplicable bajo la protección de Miguel de la Madrid y Carlos Salinas de Gortari.
Entre tanto, en el canal 13 de Televisión Azteca -adquirido por Ricardo Salinas Pliego con dinero de Raúl Salinas de Gortari, hoy preso por el asesinato de José Francisco Ruiz Massieu-, el chistoso Paco Stanley (pues cómico nunca fue) da la bienvenida al nuevo elenco del programa Entre Mujeres, y despide al equipo saliente, en el cual figuraba la guapísima hija del senador priísta Dionisio Pérez Jácome. Tras un corte comercial -que difunde los productos de la cadena de electrodomésticos del dueño de TV Azteca y los servicios de banca paralela que Salinas Pliego brinda para estafar a los mexicanos pobres que mandan su dinero desde Estados Unidos a través de Western Union-, Stanley regresa al aire.
Ahora comenta saludos del auditorio. Barajando los papeles, de pronto lee algo y enmudece. Mira la siguiente hoja y se pone lívido. Ve la tercera y sale del set. Una hora después, mientras el doctor Zedillo encabeza la ceremonia que festeja la ``libertad de prensa'' en Los Pinos, Stanley recibe cuatro impactos de bala en el cráneo y muere dentro de su camioneta Navigator, de 70 mil dólares, a la puerta de un restaurante que presumiblemente pertenece a Raúl Sánchez Carrillo, multimillonario locutor de Hechos, famoso por su colección de motocicletas de lujo.
Al dar la primicia, TV Azteca resuelve el caso instantáneamente: el único y verdadero responsable de este crimen es el gobierno de Cuauhtémoc Cárdenas, y durante doce horas consecutivas, llorando a Paco sin consuelo, alabándolo sin comedimiento y venerándolo sin recato, pide y llama a su público a pedir la cabeza del ingeniero con la visible complacencia de Los Pinos, que en modo alguno interviene para frenar el linchamiento y contener la creciente histeria social.
Viernes 11 de junio de 1999. En algunos periódicos, la noticia más grande y más negra avisa: Banca Unión (de Carlos Cabal Peniche) entregó 47 millones de pesos al PRI en 1994, revela una auditoría. El descubrimiento confirma lo que Andrés Manuel López Obrador denunció en mayo de 1995 y ha venido repitiendo desde entonces: Cabal financió las campañas presidenciales de Colosio y de Zedillo, y la de Roberto Madrazo Pintado para el ``gobierno'' de Tabasco, un tema que el Instituto Federal Electoral semanas atrás decretó asunto ``juzgado y cerrado''.
Pero mientras la bomba informativa pulveriza la credibilidad del vocero de la Presidencia, la gente de la calle sigue absorta en el asesinato de Stanley, cuya autopsia ha puesto de relieve, hoy más que nunca, el carácter faccioso y fascineroso de TV Azteca. Con rastros de cocaína en la orina y en la sangre, con medio gramo del blanco polvo en la ropa, con un molinito para triturar el alcaloide en su costosa camioneta, el chistoso, que no cómico, ha resultado ser una chucha cuerera: dueño de enormes cuentas bancarias, propietario de cinco mansiones, metido en el mundo de la prostitución donde regenteaba suntuosos establecimientos de table-dance, amigo de poderosos capos del narcotráfico, Stanley, con su muerte, ha puesto en peligro la nominación de su tocayo, Paco Labastida Ochoa, a la candidatura presidencial.
El martes, mientras Stanley era enterrado sin permiso de cremación por aquello de las futuras autopsias, el procurador del Distrito Federal, Samuel del Villar, presentó a los medios una credencial expedida apenas el 11 de mayo pasado por la Secretaría de Gobernación que entonces encabezaba Labastida Ochoa, a favor de Francisco Jorge Stanley Albaitero, para acreditarlo como ``servidor público'' y autorizarlo a portar ``cualquier tipo de armas para el servicio civil''. Y sólo ayer, el propio Del Villar añadió que Mario Bezares, el patiño de Stanley, su amigo y cómplice de parrandas y quizás de negocios turbios durante muchos años, también recibió una credencial de la misma clase y con el mismo fin. ¿No lo sabía Labastida Ochoa?
Lo extraordinario del caso es que ayer por la mañana, antes de conocer las nuevas revelaciones de Samuel del Villar, y como parte de su campaña política, Labastida Ochoa visitó las instalaciones de TV Azteca, se dejó ver y retratar por todo mundo, y formuló declaraciones acerca de su tema favorito: la mano dura que le tiene reservada al país para ``combatir'' la inseguridad pública.
¿Cuál es la moraleja de esta fábula? Con Bartlett perseguido por la DEA, con Madrazo Pintado envuelto en el escándalo de Cabal Peniche y con Labastida bajo las sombras que ahora proyectan las credenciales de Stanley y Bezares, Humberto Roque Villanueva se convierte en el más sólido aspirante a la candidatura presidencial del PRI.
El tercer Paco en problemas, y muy serios, es el doctor Francisco Barnés, aún rector de la UNAM. Su postura ante el Consejo Universitario del lunes pasado ha enfurecido a la derecha del claustro académico, la cual piensa que entregó todo sin resolver el problema creado por él mismo. Pero al mismo tiempo ha dejado perplejo, y sin salidas políticas a la vista, al movimiento estudiantil.
Barnés restableció el carácter gratuito de la enseñanza superior, aceptó extender el semestre hasta el 7 de julio y promulgó una ``amnistía'' para quienes cometieron estropicios. Pero habiendo creado así las condiciones para pactar un Congreso Universitario que incorporaría los temas de las reformas neoliberales, no resueltos por el conflicto, le dio una patada a la mesa de negociación que nunca existió, y con torpeza y arrogancia alucinantes, ahora intenta restaurar su majestad, como si fuera un autócrata y no un intelectual, diciendo que no atenderá ninguna otra petición de la comunidad estudiantil que preside ¡hasta que transcurran 30 días después del levantamiento de la huelga!
Como principal dirigente de un conglomerado social gigantesco y de suyo explosivo, Barnés ha incurrido en una irresponsabilidad inexcusable, que debe rectificar de inmediato. Tiene la solución a la mano. Haga una declaración política, comprometiéndose a resolver la demanda del ``espacio resolutivo'' en cuanto las actividades se normalicen. Es lo que necesitan las corrientes moderadas para vencer el estridentismo provocador de los porros al servicio del PRI.
Pero en lugar de optar por la prudencia, Barnés pretende echar más leña al fuego, convocando a los estudiantes inconformes con la huelga a recobrar las instalaciones universitarias por la fuerza. ¿Qué intenta con esto? ¿Que haya muertos y heridos el próximo lunes?
Hay una lectura aún más tétrica. Puesto que fracasó el linchamiento de TV Azteca, ¿ahora de lo que se trata es de incendiar la UNAM para que la violencia política se derrame sobre la ciudad y decir entonces que, otra vez, el único y verdadero culpable es Cuauhtémoc Cárdenas? ¡Brincos dieran Barnés y el ``gobierno'' porque el PRD tuviera en verdad el control de la huelga!
Pese a las risitas burlonas y los chillidos frenéticos, pese a las actitudes policiacas de quienes han impuesto un discurso militarista a la conducción del movimiento, hay una verdad del tamaño del mundo: la huelga está ganada. Los jóvenes han conquistado el objetivo central que se habían propuesto cuando se organizaron contra el Reglamento General de Pagos. Por la vía del paro ya no pueden obtener más.
A quienes se empeñan en que esto debe continuar hasta las últimas consecuencias, cabría recordarles que en 1968, la primera vez que el movimiento llenó el Zócalo y colgó la insignia rojinegra del astabandera central, Sócrates Campos Lemus, el más ultra de los ultras de entonces, propuso que la gente pasara la noche en la gran plancha de asfalto. Así, cuando una buena parte de los menos ingenuos se habían retirado, se abrieron las puertas de Palacio Nacional y salieron los tanquesÉ Meses después, la noche del 2 de octubre, en las instalaciones del Campo Militar Número Uno, Campos Lemus empezó a recorrer las celdas delatando a sus compañeros.
Si este ejemplo por antiguo no convence a nadie, aún tenemos bien fresco en la memoria eso que Marcos ha llamado ``los errores de Ocosingo'', cuando el 2 de enero, después de tomar aquella población, los combatientes del EZLN demoraron excesivamente en retirarse, gracias a lo cual llegaron las tropas del gobierno y se produjo un enfrentamiento cuyas consecuencias todos conocemos.
¿A quién le interesa que la huelga triunfante se caiga por la derecha o sea destruida por medio de la violencia ultraizquierdista? Dice el tonto del pueblo: ``A quienes la utilizaron instrumentalmente para propiciar que los medios golpearan a Cárdenas, y a quienes ahora conspiran con el objeto de promover la desorganización y lograr que el movimiento estudiantil se disuelva. Muy bien saben que si esto ocurre, se debilitarían otras luchas, como la de los electricistas que pronto requerirán el apoyo del estudiantado victorioso para impedir que el PRI y el PAN vendan, junto con la industria eléctrica, los más importantes y caudalosos ríos de México''.
Ahora que ha terminado la guerra en Yugoslavia, es oportuno coger la guitarra y entonar una canción que, en 1988, el cineasta gitano, Emir Kusturica, introdujo en la banda sonora de su más reciente película: ``Gato blanco, gato negro''. Después de filmar Underground, su genial y enloquecida crónica de la historia de su país en tiempos de Tito y de la guerra en Croacia y en Bosnia-Herzegovina, Kusturica decidió retirarse del cine. Pero el año pasado, al ver los desastres que se avecinaban sobre la pequeña Serbia, encargó a sus músicos componer y ejecutar la siguiente melodía que a la letra dice así:
``It«s time to trouble
It«s time to go
It«s time to put my little darling
We gonna find another world''
(Es tiempo de problemas/ Es tiempo de irse/ Es tiempo de agarrar a mi chava/ Vamos a buscar otro mundo.)
El domingo pasado, alguien la cantó delante de más de 30 mil personas, convocadas por la Asociación Ya Basta, frente a la base de la OTAN en Aviano, al norte de Italia, de la que ese día, por lo menos, no despegó un solo avión.