Guillermo Almeyra
La nación, ese bicho raro

Un artículo mío de hace dos domingos escandalizó a algunos judíos porque en él sostenía que Israel era un Estado sin nación. Uno de ellos, que es argentino, me acusó amistosamente de antisemita por negar la nación judía y se sorprendió doblemente cuando le dije que tampoco Argentina era una nación... Eso me obliga a precisar, a riesgo de chocar con el patriotismo.

El concepto de nación, en efecto, es reciente pues es contemporáneo de la Revolución Francesa. Los pueblos comenzaron entonces a descubrirse (o inven- tarse) mitos, héroes e historias, que dejan de ser los de las respectivas dinastías, y comienzan a identificarse con territorios más vastos que las ciudades, aldeas o regiones que habían sido hasta entonces el centro de su identidad y su vida cívica. Por supuesto, el problema de la identidad religiosa se sobreponía a esa identidad territorial, pero la identidad que contaba era la local. Como reza el mismo himno nacional argentino, escrito en esos años, lo importante era el territorio ("las Provincias Unidas del Sur") y "el gran pueblo argentino" era anterior a la "nueva y gloriosa nación" que aparecía ante los ojos del mundo. ƑQué historia y pasado comunes tenían los millones de personas, provenientes de todos los países, que tenían las más diversas religiones y lenguas, que hace menos de cien años poblaron y constituyeron la Argentina actual? ƑQué comidas, costumbres, héroes, mitos, santos o diablos comunes construían un solo imaginario colectivo en ese territorio que, por otra parte, era menos de la mitad del actual pues el resto estaba en manos de diferentes tribus indígenas? La matanza de éstas por el ejército, que dio la tierra a unos pocos, constituyó la base del Estado nacional y, así, a través de éste, la condición esencial para empezar a constituir una nación con la gente que bajaba del barco. Los héroes, los mitos, los gustos, las costumbres, la lengua, fueron los de los terratenientes oligarcas liberales triunfantes y con ellos moldearon éstos a los inmigrantes. Sólo a partir del fin de la Primera Guerra Mundial, hace apenas un suspiro de la historia, y desde el voto universal a comienzos de los 20, Argentina comienza a tener una población estable y un marco apto para tratar de convertir al pueblo en nación a partir del Estado. Pero, como desde los años 50 y particularmente desde los 70 cuando la dictadura militar incorpora el país al dominio del capital financiero mundial, el Estado se convierte en semiestado, esa asimilación anterior de los pueblos diferentes ya no resulta posible y por eso surge el racismo oficial contra los inmigrantes latinoamericanos, por la misma razón por la cual el melting pot, la anterior capacidad de asimilar gentes diversas, ya no es posible en Estados Unidos y cunde en ese país norteamericano el racismo antinmigrante a pesar de que allí el Estado mantiene sus atributos.

Israel está tratando hace medio siglo de crear con el Estado una nación mientras la nación palestina está tratando de darse un Estado. En efecto, en Israel hay 700 mil rusos, muchos de ellos disfrazados de judíos para poder escapar, y hay casi un tercio de ciudadanos árabes, cristianos o musulmanes. Los israelíes judíos pronto serán minoría. En cuanto a quienes se reconocen como judíos, un buen porcentaje no practica la religión hebraica, otros tienen tradiciones, literatura, costumbres, lengua comunes, pero pertenecientes al mundo ruso o alemán medieval, a esa cultura yiddish hoy agonizante, y ellas no son compartidas por los sefardíes, a los que los ashkenazis aborrecen y temen. Israel está construido, como Estado, sobre el fundamentalismo religioso y eso marca hoy la vida del país pues los rabinos ultrareaccionarios quieren eliminar el laicismo y darle un ulterior golpe a la democracia y la nueva derecha acepta ese chantaje.

Pero los demócratas de Israel, por fortuna, no basan su pertenencia a su comunidad en la religión. Intentan crear una base moderna, sin identificar cultura con religión. Por eso, con un Estado que quieren laico, están tratando de crear lazos culturales integradores y una democracia multicultural y multiétnica, no un país con ciudadanos judíos de primera y metecos e infieles de segunda. O sea, están creando desde el fin de la Guerra Mundial y en un territorio que sólo por casualidad fue Palestina, las bases para una nación con gente cuya identidad principal se la ha dado el temor al enemigo y no la comunidad de valores históricos.

 

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