Paco Stanley y Giovanni Sartori
Arturo García Hernández n La cobertura televisiva del asesinato de Paco Stanley mostró con elocuencia varias de las tendencias y efectos --estudiados por el politólogo italiano Giovanni Sartori-- más negativos de los usos de la pantalla chica: 1) enfatizar la espectacularidad (visual) como máximo valor de una noticia; 2) favorecer la "emotivización" de la política; 3) inducir una opinión pública "que en realidad es el eco de regreso de la propia voz" de la televisión.
La manipulación, las distorsiones, los excesos en que incurrieron ambas cadenas televisivas --señaladamente, Tv Azteca-- encajan con notable precisión en los aspectos descritos y analizados por Sartori en su libro Homo videns. La sociedad teledirigida (Taurus), presentado en México en noviembre del año pasado, con la presencia de propio Sartori, invitado --inefable paradoja-- por la televisora de Ricardo Salinas Pliego.
1) La espectacularidad como máximo valor de una noticia: Tv Azteca y Televisa hicieron, en las primeras horas después del crimen, un auténtico y prolongado reality show del hecho. La noticia reunía las características necesarias para ello. Se trataba de un personaje de indudable popularidad, asesinado con extrema violencia y se contaba con imágenes que remarcaban y se regodeaban en dicha violencia (sangre, vidrios rotos, el cuerpo de Stanley cubierto por una sábana, el ir y venir de policías, el seguimiento desde un helicóptero del traslado de la camioneta --con el cadáver dentro-- en que murió el comediante). En cambio, la información propiamente dicha fue escasa, falsa (llegaron a dar por muerto al conductor Jorge Gil, compañero de Stanley en el programa Una tras otra), incompleta. No importó. Hubo imágenes para sostener por horas la transmisión. Al predominar --reflexiona Sartori-- "el valor espectacular" de la información televisiva, generalmente "no da nada o da información relevante pero incompleta, no ofrecen el contexto".
2) La "emotivización" de la política: es decir --escribe el también profesor de la Universidad de Columbia-- el favorecimiento de una "política dirigida y reducida a episodios emocionales (...), contando una infinidad de historias lacrimógenas y sucesos conmovedores". En el caso de Stanley se mezclaron los testimonios sobre su simpatía, su profesionalismo, su generosidad, su bonhomía, sus últimos momentos en vida, con la insistente demanda de que renunciaran las autoridades del Distrito Federal que no han podido dar seguridad a la ciudadanía. Fue el desplazamiento de las opiniones fundamentadas o especializadas sobre un tema o situación, en favor de los "mensajes candentes que agitan nuestras emociones, encienden nuestros sentimientos, excitan nuestros sentidos y, en definitiva, nos apasionan. (...) Apasionarse está bien cuando se hace en su momento y en su lugar, pero fuera de lugar es malo. El saber es logos, no es phatos, y para administrar la ciudad política es necesario el logos".
3) La inducción de una opinión pública "que en realidad es el eco de regreso de la propia voz" de la televisión: a lo largo de sus transmisiones, sobre todo el día del asesinato, Tv Azteca intercaló las voces de sus conductores y actores con entrevistas aisladas con ciudadanos comunes y corrientes. Esto permitió a la televisora de Salinas Pliego enarbolar sus opiniones en nombre de "todos los mexicanos". Sobre este punto, Giovanni Sartori apunta en Homo videns: "La sondeo-dependencia es la auscultación de una falsedad que nos hace caer en una trampa y nos engaña al mismo tiempo. Los sondeos no son instrumentos de demo-poder (...) sino sobre todo una expresión del poder de los medios de comunicación sobre el pueblo; y su influencia bloquea frecuentemente decisiones útiles y necesarias, o bien lleva a tomar decisiones equivocadas, sostenidas por simples 'rumores', por opiniones débiles, deformadas, manipuladas, e incluso desinformadas. En definitiva, por opiniones ciegas".
Los anteriores son sólo algunos aspectos de un asunto complejo. Lo que queda claro es la urgencia de actualizar y replantear la importancia de la televisión --por su impacto y alcance-- como un asunto de interés público. La enorme infraestructura que hace funcionar a la televisión es privada, las señales, no.