Rojo profundo
Leonardo García Tsao n Con pocas posibilidades de permanecer en cartelera, se ha estrenado Sueños de un asesino, la más reciente realización hollywoodense del cineasta irlandés Neil Jordan. Despreciada de manera casi unánime por la miope crítica estadunidense, la misma que no encuentra suficientes calificativos para elogiar un monumento al jingoísmo como Rescatando al soldado Ryan (producida por la misma compañía, por cierto), la cinta es una perturbadora fantasía onírica que, en apariencia, trabaja el sobado tema del asesino en serie.
Después de las imágenes simbólicas de un pueblo inundado por la construcción de una presa, Jordan nos sitúa en la mente de Claire Cooper (Annette Bening, en una actuación temeraria), una madre de familia que padece sueños premonitorios sobre la desaparición de una niña y su posible asesino. La relación con su espo so, el piloto Paul (Aidan Quinn), se vuelve más tensa después de que su propia hija Rebecca (Katie Sagona) desaparece también tras una representación infantil de Blanca Nieves. Cuando el cadáver de la niña es rescatado del lago artificial, Claire sufre un colapso mental por el cual siente que el asesino se ha apoderado de su mente.
A instancias de su esposo, la mujer es internada en una clínica psiquiátrica, bajo el cuidado del doctor Silverman (Stephen Rea, el actor predilecto de Jordan), donde su estado se deteriora aún más por las terribles revelaciones de sus sueños, mismas que le permitirán descubrir la identidad del psicópata, seguir los pasos que él tomó para escapar de la misma clínica, años antes, e impedir la muerte de otra niña.
La mayoría de las cintas de Jordan pueden interpretarse como cuentos de hadas para adultos. De hecho, Sueños de un asesino es su creación que más similitudes guarda con su primer largometraje, esa inspirada revisión del mito de Caperucita Roja llamada Lobos: criaturas del diablo (1984), en tanto que también se desarrolla en un tono onírico, pesadillesco, lleno de alusiones freudianas y bajo una atmósfera gótica. Las intenciones del realizador están lejos de las convenciones del thriller ordinario --de ahí el despiste de los críticos gringos--, pues apuesta por inquietarnos con un flujo de imágenes de significados ocultos, que igual tocan el tema del doble, la fijación edípica y la represión sexual.
Con su notable habilidad técnica, bien apoyada por la fotografía deslavada de Darius Khondji y la tensa edición de Tony Lawson, Jordan establece una narrativa que se mueve en una permanente duermevela, una sensación de trastorno sostenida en la ambigüedad de no distinguir entre el sueño y la realidad. Asimismo, Jordan juega con los objetos y sus significación atávica.
La imagen de la manzana, por ejemplo, es utilizada para representar lo mismo el bíblico fruto del conocimiento que la amenaza de la bruja de Blanca Nieves. Y su color es aprovechado para teñir de rojo sangre una película que es violenta sin mostrar, en términos gráficos, un solo hecho sangriento.
Incluso el cinéfilo no muy versado en Freud, Jung o la Biblia, podrá divertirse con las referencias a películas definitivas en el género, como Psicosis (el hijo dominado por su madre), El silencio de los inocentes (la conexión mental entre la protagonista y un psicópata) y hasta Vestido para matar (el asesino travestido como la enfermera que ha matado para escapar de un manicomio).
Quizá el realizador pierde un poco el pulso en la secuencia climática, cuando la aparición de Robert Downey Jr. como el ogro del bosque, con una guadaña en la mano, inclina el asunto hacia lo obvio. Pero lo recupera gracias a una poética representación de la muerte y un epílogo en el que los roles se invierten. La pesadilla continúa.
Sueños de un asesino (In dreams). D: Neil Jordan/ G: Bruce Robinson, Neil Jordan, basado en la novela Doll's eyes, de Bari Wood/ F. en C: Darius Khondji/ M: Elliot Goldenthal/ Ed: Tony Lawson/ I: Annette Bening, Katie Sagona, Aidan Quinn, Robert Downey Jr., Stephen Rea/ P: Dream Works Pictures. Estados Unidos, 1998.