VENTANAS Ť Eduardo Galeano
El mandato
Desde la muerte de su tía, Nicolasa cocinaba poco. Llamada por otros trajines, pasaba sus días lejos del fogón.
Al pie de ese fogón, Nicolasa había aprendido a caminar y a cocinar. Ella conocía los secretos de la tía, los manjares que nacían de su mano por herencia o invención:
la tía rellenaba los chiles poblanos con flores de calabaza y con misterios;
sabía dar alegría a las quesadillas, porque el maíz y el queso se llevan bien, pero juntos se aburren;
y en sus platos celebraba asombrosos matrimonios de sabores y picores que nunca antes habían tenido el gusto de encontrarse.
Al tiempito de morir la tía, llegaron quejas del cementerio. Los difuntos no podían dormir, por el ruido que metía ese ataúd.
El ataúd fue desenterrado, y fue abierto. La sobrina descubrió un papel, estrujado en un puño de la difunta. Y leyó: ''Yo no descansaré en paz, hasta que se cocinen mis recetas''.
Nicolasa no tuvo más remedio que fundar una cantina, en algún lugar de la ciudad de México.