Una de las características de este siglo es que en muchos países del mundo hubo movimientos revolucionarios, algunos para lograr la independencia y los más en búsqueda de reivindicaciones sociales. En México esto tuvo fuertes manifestaciones en el campo artístico. Quizás no es exagerado afirmar que el aporte más importante de nuestro país al arte universal de este siglo es el muralismo, que tiene como propósito esencial la transmisión de mensajes de denuncia de la injusticia social, la explotación de los trabajadores, la maldad de la burguesía, etcétera, mismos que al plasmarse en los muros de los edificios públicos se buscaba que llegaran a todo el pueblo.
Dentro de ese espíritu se formó la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios (LEAL). De ella nos dice la experta crítica de arte Raquel Tibol: ''En la sección de artes plásticas de la LEAR los pintores reafirmaron su credo, formaron equipos y pintaron entre 1933 y 1937 murales antifascistas, antiimperialistas y antibélicos, estrechamente vinculados a los intereses de la clase trabajadora''.
En Estados Unidos un joven artista hijo de japonés y estadunidense, con inquietudes sociales, escuchó lo que estaba sucediendo en México y decidió unirse a ese movimiento artístico que le pareció revolucionario y con enorme sentido popular. Así llegó a México en la década de los treinta Isamu Noguchi; en esos momentos se estaba terminando de construir el mercado Abelardo L. Rodríguez, en los restos de lo que había sido el Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo. La obra del arquitecto Antonio F. Muñoz, en estilo neocolonial, incorporó varias partes de la antigua institución jesuita del siglo XVII.
Este mercado tiene la peculiaridad de haber sido concebido como un lugar que combinara el arte y la cultura con la vida cotidiana, por lo que se le adjuntaron una biblioteca y un teatro y los muros fueron pintados por jóvenes artistas, miembros de la LEAR y el japonesito inquieto que se sumó con enorme entusiasmo.
Todo esto aún esta allí, en la calle de Venezuela, en el corazón del Centro Histórico. Coronando las lechugas, rábanos, papayas, mangos, chiles y demás rozagantes mercancías, se encuentran los murales de Pablo O'Higgins, Antonio Pujol, Angel Bracho, Ramón Alva Guadarrama, Marion y Grace Greenwood, Pedro Rendón, Raúl Gamboa, Miguel Tzab Trejo e Samu Noguchi, quien habría de convertirse en uno de los grandes escultores del mundo, como se puede constatar admirando su obra en la exposición que presenta actualmente el Museo Tamayo.
La maestra Graciela Vidaña, quien dirige este fascinante complejo cultural, platica que a Noguchi le pagaron por el mural 88 dólares (la mitad de lo pactado), por lo que tuvo que hacer algunos retratos escultóricos con el fin de juntar dinero para regresar a Nueva York. La excelente obra es realmente un relieve de casi 20 metros de largo. Noguchi esculpió directamente sobre los ladrillos, recubriéndolos después con cemento de color. Actualmente se está restaurando, procedimiento que se piensa llevar a cabo con el resto de los murales, muchos bastante necesitados. Otra labor interesante de la dinámica y encantadora directora es que va a poner cédulas con biografías breves de los autores, acción utilísima, pues casi ninguno está firmado, y a menos que sea la maestra Tibol o alguien así, son difíciles de identificar. No resisto comentar que la maestra Vidaña siempre está de buen humor y estoy segura de que una de las razones es que vive a unas cuadras de su trabajo, en una casona del Centro Histórico, por lo que no usa automóvil, evitándose los problemas del tráfico, marchas, calor, irritación, agotamiento, agresión y demás torturas que neurotizan a los automovilistas en esta ciudad.
Pero llegó la hora de ir a tomar un aperitivo previo a una sabrosa comida; en estos días calurosos se apetece un sitio abierto como el restaurante-terraza del nuevo hotel Holiday Inn, en la esquina de 5 de Mayo y el Zócalo, que además le ofrece una de las vistas más bellas de la majestuosa plaza de todos los mexicanos.