Mario Núñez Mariel
Napoleón de Agualeguas
Aparte de la estatura física, no así la histórica, Carlos Salinas se parece a Napoleón Bonaparte en la necesidad irresistible de querer engañar a todo el mundo todo el tiempo, al servicio de una determinación indeclinable de permanecer en el primer círculo del poder político y económico de sus respectivas oligarquías. Mismas que todo les debían para después traicionarlos, abandonándolos a la peor de las suertes de todo megalómano: el ostracismo, el exilio y el abandono. En el caso de Salinas, el cinismo predomina, intenta recuperar la influencia y el poder perdidos a pesar de haber llevado a la debacle histórica y social a su propio país, a pesar del repudio de la mayoría absoluta de sus conciudadanos, pretendiendo que el pueblo mexicano no tiene dignidad ni memoria, esto es, dando por hecho que una campaña de marketing político en los medios puede más que la memoria histórica. Me atrevo a señalar que Salinas tiene la batalla perdida, así como Napoleón fue derrotado en Waterloo, y esperemos que el exilio en Dublín dure tanto como el cautiverio de Napoleón en Santa Elena.
Debo reconocer mi incredulidad, cuando el viernes pasado por la noche me comentaron la muy posible presencia de Carlos Salinas en México para asistir a la graduación de su hijo, entre otros asuntos familiares. Simplemente me pareció increíble que el ex presidente se atreviera a confrontar el desprecio de millones de mexicanos agraviados, exponiéndose a ser lapidado en caso de aparecer en público. Me equivoqué en toda la línea, Carlos Salinas sí estuvo dispuesto a correr el riesgo de morir ahogado en un mar de insultos y escupitajos ciudadanos a cambio de recuperar, aunque sólo fuese ilusoriamente, el terreno perdido ante la opinión pública nacional e internacional.
No obstante, ahora me resulta inverosímil que la entrevista de Carlos Salinas con Sergio Sarmiento, ayer al mediodía, haya sido concedida sin aviso previo. Estoy convencido de que esa entrevista fue planeada y concertada dentro de un esquema estratégico de recuperación de la figura de Salinas y de su pasado, dentro del contexto de la alianza inextricable entre la familia Salinas de Gortari y Ricardo Salinas Pliego. Sarmiento es un simple peón en el tablero de la alta política oligárquica, y Salinas Pliego no puede menos que prestarse al juego y otorgar todo el costoso tiempo de transmisión en el aire a sus antiguos benefactores ųcuando les debe la apropiación de Televisión Azteca. Al parecer, Salinas Pliego está condenado al ridículo, al fiasco monumental. De la canonización del adicto cocainómano Paco Stanley ahora seguirá el fiasco del intento de canonización de fray Carlos Salinas.
En la referida entrevista con Sarmiento, Salinas adopta una estrategia consistente con sus intervenciones espectaculares anteriores: defiende con cautela la hipótesis del asesino solitario en el caso de Colosio, sin dejar de reafirmar hasta casi las lágrimas su amistad con el desaparecido, para de esa manera desvirtuar las sospechas en su contra y descontar las afirmaciones dejadas para la posteridad por Diana Laura, la viuda de Colosio, que en dudosa paz descansa; insiste en la inocencia de su hermano en relación con el asesinato de Francisco Ruiz Massieu y reitera, en el colmo del cinismo, haber sido desinformado sobre el enriquecimiento ilícito de Raúl, claro, sin referirse al enriquecimiento de sus otros hermanos y al suyo; sobre su sexenio sólo tiene expresiones de autocomplacencia, y el pasado le sirve para racionalizar o justificar los estragos causados al país por su política económica; finalmente, insiste en no querer intervenir en la sucesión presidencial, cuando en toda evidencia, su reaparición intempestiva en el país tiene ese significado ųnótese, dicho sea de paso, que la figura de José Córdoba no aparece en las reflexiones de Salinas, y sería del todo interesante saber de qué manera se inscribe cada cual en el proceso sucesorio.
En todo caso, no habría que descartar el apoyo de Carlos Salinas a uno de los precandidatos priístas ųposiblemente a Roberto Madrazoų en la esperanza de lastimar el juego sucesorio de Ernesto Zedillo, para después imponer las condiciones de su futura estadía en México y la reducción de las penas carcelarias de su hermano, en caso de salir victorioso su candidato. Valga insistir, Carlos Salinas tuvo el arrojo de regresar momentáneamente al país, pero se equivoca cuando pretende que dos o tres entrevistas le permitirán borrar la conciencia nacional de su perverso papel en la historia contemporánea del país.