La guerra es el medio clásico en las sociedades hasta hoy existentes para fijar fronteras, repartir territorios y establecer zonas de influencia. Su aprobación por la mayoría de la población de los Estados naciones atacantes es, por lo general, conditio sine qua non para el éxito militar.
Mientras los reyes decían contar con la voluntad de Dios para establecer las fronteras y justificar los cambios en ellas, los Estados burgueses-ilustrados tienen la aplastante necesidad de justificarlas con argumentos racionales o pseudo racionales. Para ello se establecieron criterios supuestamente naturales como la homogeneidad lingüística, creada desde arriba con reglas gramaticales y ortográficas. Fue así como surgieron, por ejemplo, las diferencias entre el alemán, el inglés y el holandés.
La conclusión lógica de que, en la sociedad burguesa, los derechos humanos y la igualdad no son -por definición- plenamente realizables, no pudo ser alcanzada por la fantasía generalizada de que una sociedad sin coerción es irrealizable. Pero, a partir de la experiencia de las dos guerras mundiales, se llegó a una cierta consciencia práctica sobre la contradicción entre los derechos individuales y los derechos de cada Estado nación. Así se desarrolló un muy complejo juego de reglas mundiales, que se expresaban en el derecho internacional y en la Carta de Naciones Unidas como el principio de la no-intervención en otros Estados naciones y la aceptación incondicional de las fronteras establecidas en 1945. Sin llegar a la conclusión teórica de que no pueden existir fronteras justas en un mundo injusto y contradictorio por su forma de reproducción, se llegó a la conclusión práctica de que no tiene sentido buscar nuevas fronteras.
Se admitía el derecho de cada Estado nación para solucionar sus conflictos internos mediante la fuerza física contra rebeldes separatistas. El derecho de intervenir en otro Estado nación quedó cancelado. Sólo en caso de que un país o una alianza de países fueran agredidos, tenían el derecho de defenderse militarmente.
Para casos extremos se daba a Naciones Unidas el derecho exclusivo de usar la fuerza para terminar con violaciones masivas a los derechos humanos. Por la experiencia histórica se limitaba rigurosamente esta posibilidad. Se daba la última palabra al Consejo de Seguridad, en el cual son miembros permanentes y con derecho a veto los ganadores de la Segunda Guerra Mundial.
En la época de la Guerra Fría no había ningún conflicto bélico en Europa, no sólo por el equilibrio del horror, sino en gran medida por la experiencia histórica y la consiguiente consciencia práctica que la mayoría de los políticos europeos tenían -inclusive por experiencias personales- de la Segunda Guerra Mundial. Hoy, en cambio, Yeltsin presenta una excepción en este sentido.
El respeto a un juego de reglas internacionales y el referente a experiencias personales probablemente influyen en algunos políticos conservadores europeos, quienes son más prudentes en sus observaciones sobre esta guerra que la supuesta izquierda reformista, la cual tiene el poder en los tres principales países europeos intervencionistas.
La OTAN restauró el poder de Milosevic
Aunque es posible que algunos políticos de la llamada centro-izquierda europea estén subjetivamente convencidos de lograr algo por los derechos humanos violando el derecho internacional, objetivamente están haciendo, a gran escala, lo mismo que el piloto militar estadunidense que mató 70 refugiados bombardeándolos ``de buena fe'' cerca de Prizren.
La clásica manera de la izquierda para detener un gobierno represivo como el de Milosevic hubiera sido la solidaridad internacional con la oposición interna en Yugoslavia. Hace dos años había manifestaciones de cientos de miles en Belgrado para derrumbar a Milosevic, y la respuesta internacional, incluyendo a la izquierda, era sumamente tibia. La oposición yugoslava quedó destruida como consecuencia directa de los bombardeos. Por un lado fueron marginados en la ilegalidad y por otro lado se unieron a la defensa de su país, que implica una tregua interna.
Primero, el gobierno de Belgrado declaró el estado de guerra a partir de los ataques, cosa que cualquier gobierno -represivo o no- hubiera hecho. Con esto quedaron cerrados los medios informativos opositores, estaciones de radio y periódicos anteriormente existentes.
Segundo, el jefe de la estación independiente de radio B 92, Veran Matic, llamó públicamente a ``detener de inmediato los bombardeos y regresar a la mesa de diálogo'', pues ``las bombas de la OTAN han arrastrado los primeros brotes de medios informativos y foros públicos democráticos que se han opuesto por muchos años al nacionalismo, al odio y a la violencia en Serbia''. Los organizadores de multitudinarios conciertos de rock, dirigidos contra Milosevic, se unieron con los oficialistas para realizar conjuntamente conciertos contra la guerra de la OTAN. El cerrar filas detrás de Milosevic tiene su origen, en gran medida, en la participación bélica del ejército alemán, que no autocriticó su papel en el nacionalsocialismo. Desde 1989 muchos yugoslavos opositores anunciaron que en caso de una nueva agresión alemana pensaban unirse a las fuerzas militares de su Estado nación. Los campos de concentración que establecieron los nacionalsocialistas alemanes junto con los fascistas croatas en los años 40 para reprimir y matar a cientos de miles de yugoslavos, sobre todo de origen serbio, no están olvidados. La duda en Yugoslavia de si la ideología nazi está realmente superada en Alemania es fundada. La negación mayoritaria a la reflexión seria sobre el genocidio nacionalsocialista une a la población alemana a sus instituciones, sobre todo al ejército, que se niega rotundamente a reconocer su papel central en lo que representaba Auschwitz.
Si el presidente yugoslavo hace paralelismos entre el actual ataque contra Yugoslavia y Hitler, esta argumentación -a pesar de su falsedad- es mucho menos absurda que las comparaciones irresponsables que en la OTAN se hacen entre Milosevic y Hitler. El primero se parece en sus actos en contra de los derechos humanos más bien a algunos de los dictadores auspiciados por Estados Unidos y la OTAN, como Franco y Pinochet o el actual jefe de Estado de Turquía.
Sabiendo esto, poca gente en Yugoslavia puede creer que la OTAN lucha en favor de los derechos humanos, como pretende hacer creer. Los ataques de la OTAN se entienden o como una repetición de los ataques nazis, o como un apoyo militar al movimiento separatista de ciertos grupos en Kosovo. La primera visión provoca el mayor apoyo interno que jamás haya tenido Milosevic y la segunda provoca muchos más refugiados de los que había antes de la guerra. Los ataques de la OTAN aumentaron la etnización del conflicto separatista y Milosevic percibe como enemigos de guerra a una parte cada vez mayor de la población de Kosovo definidos como albaneses, y así es el trato que reciben.
Estas reacciones eran fácilmente previsibles de acuerdo con las experiencias históricas. En el mejor de los casos, los políticos responsables de este conflicto bélico, que termina la era de la Guerra Fría para reanudar en Europa una época de guerra en el sentido propio, son políticamente ingenuos, históricamente ignorantes y teóricamente estúpidos. Además, no tienen ninguna experiencia histórica personal y ningún respeto hacia las experiencias históricas materializadas en las reglas internacionales establecidas en 1945, que hubieran podido llenar, parcialmente, ese vacío de competencias.
Intereses económicos detrás de la guerra
El sistema capitalista sufre periódicamente de crisis de sobreproducción. En una sociedad libre, la sobreproducción local se usará para dar comida, techo, salud, educación y cubrir otras necesidades humanas básicas. En el sistema de reproducción capitalista ello no es posible, pues otorgarlo a gente pobre significaría una reducción en los precios de estos bienes en general y, en consecuencia, de las ganancias. Hay grandes expectativas económicas para empresas de los países dominantes de Europa en la reconstrucción de las ciudades e infraestructura destruidas militarmente. Así pasó en Croacia y Bosnia, donde empresas de la RFA obtuvieron ganancias excepcionales y abrieron mercados futuros.
Para el sector militar de la economía de los países atacantes habrá ganancias extraordinarias. Además, los arsenales de estos ejércitos se pueden vaciar de armamento caduco y peligroso para las poblaciones de sus países. Por ejemplo, las municiones para los cañones GAU-8/A Avenger de 30 milímetros, que por el uranio rebajado que contienen son radiactivas y altamente tóxicas. Su empleo en la Guerra del Golfo provocó un incremento considerable de leucemia y otros tipos de cáncer, sobre todo en recién nacidos en el sur de Irak. Además, se considera corresponsable del Gulf War Syndrome que afecta a 100 mil personas vinculadas con la Guerra del Golfo en Estados Unidos y Reino Unido.
La destrucción de una gran parte de la industria de Yugoslavia disminuye la competencia que representa en el mercado internacional para los países atacantes. El automóvil Yugo, que se vende por ejemplo en Grecia, podría ser sustituido por Volkswagen o Citron. Como efecto colateral se disminuye la competitividad de toda la región de los Balcanes en el mercado europeo y mundial por la destrucción de las vías de transporte, como la del río Danubio.
Con el desastre económico que así se implantará por varias décadas en los Balcanes hay una muy alta probabilidad de más conflictos, que darán grandes oportunidades de ventas a los países exportadores de armas, principalmente los mismos que realizaron la actual agresión humanitaria.
En términos económicos esta guerra ha sido, desde la perspectiva capitalista, un gran éxito para los Estados nacionales atacantes.