La Jornada Semanal, 13 de junio de 1999



Eduardo Hurtado

Lo demás son palabras

Una segunda modernidad

Hacia el siglo II de la Hégira (s. VIII-IX d.C.) surge en el mundo árabe una corriente poética vinculada con movimientos revolucionarios que demandan igualdad y justicia. Con voces provenientes del diccionario religioso (ihdat=actualización, muhdath=actualizada) el Jalifato condena esa poesía que, en abierta discordancia con la tradición del Profeta, se atreve a especular sobre lo aparente y lo esencial, la ley y la verdad. La temprana modernidad de la poesía árabe acarrea las señas de una herejía. En una sociedad especialmente susceptible a las amenazas de lo exterior (toda innovación es un amago de extranjería), resulta explicable que haya predominado una retórica de los fundamentos. Las manifestaciones de ruptura sufren un repliegue considerable desde la caída de Bagdad, en 1258. ¿Cuál es el origen de las estructuras clásico-tradicionales que durante siglos prevalecieron en las poéticas árabes?

La poesía yahilí (preislámica) nace en una cultura primordialmente oral, para la que los valores sonoros de la palabra guardan una estrecha relación con los contenidos emocionales. Como el aedo de la antigua Grecia, como el juglar en la Europa medieval, el poeta preislámico describe cosas y circunstancias que los oyentes conocen de antemano: las acciones de un héroe individual y colectivo, y junto con ellas la vida cotidiana de una comunidad. Por esta razón, lo que se dice importa menos que la amplitud de registros empleada en el decir. Esto le otorga a la expresión poética de la yahiliyya una extraordinaria unidad temática y, al mismo tiempo, una notable versatilidad fundada en los matices diferenciales de la dicción.

``Y canta todo verso que digas,/ pues la canción es la tierra del verso'', afirma Hassán b. Thábit. En esta idea del poema los metros no tienen otra función que la de ``organizar'' la melodía. De ahí la importancia que posee para los poetas yahilí la forma de cultivar el recitado: algunos lo ejercían de pie; otros consideraban que sólo era digno hacerlo en posición sedente; muchos vestían un atuendo especial, como si cada sesión tuviera el carácter de una ceremonia; había quienes agitaban el cuerpo entero, en una especie de performance hecha de palabra y movimiento.

En la yahiliyya el ritmo empieza como prosa rimada, sach, el antecedente más remoto de la qasid o casida. La polisemia del vocablo sach guarda una cerrada correspondencia con el espíritu de la poesía preislámica: se dice que la paloma sacha'at, zurea para excitar; la misma expresión se utiliza para designar el lamento nostálgico con el que la camella busca atraer al macho. Sach es también ``caminar recto'' y ``seguir un orden''. En los manuales de retórica sacha'a significa ``hablar de una manera que adopta finales como los de la poesía, pero sin medida fija'', y en otra acepción ``hacer paralelismos al hablar''. El inquietante carácter metafórico de la sach, aunado al hecho de que siempre se le vinculó con la adivinación, son el origen de su ocaso al principio de la era islámica. El Profeta lanzó una prohibición en su contra, que se transmitió de boca en oído durante siglos.

Con la qasid la poesía árabe confirma su esencia recitativa y musical. Muy pronto, lexicógrafos y gramáticos musulmanes emprendieron la tarea de fijar su factura, en un intento de resguardar la identidad de lo árabe; ese propósito derivó en manía, en especial durante la época en que la permanente interacción con otras culturas (griegos, siriacos, indios y persas) exacerbó el temor de que la lengua se desvirtuara y, junto con ella, el Corán. Una crisis de inmovilidad aquejó a la poesía árabe. Ningún lenguaje se consideró poético si no estaba confeccionado de acuerdo a una normatividad muy estricta, que sin tardanza se incorporó a un estatuto nacional-ideológico.

Pero la proscripción y la regularización contradicen la naturaleza de la poesía. Desde el arranque del siglo XIX y hasta mediados del XX, el mundo árabe vive un momento de apertura que los historiadores han registrado como Nahda (incorporarse, renacer). Entonces se aborda otra vez el tema de la modernidad en poesía. Surgen dos corrientes principales: una que quiere ver en la religión el fundamento de la tradición poética árabe, y otra que le asigna un origen laico. Esta segunda orientación, llamada tayawuzi (ultraísta), encuentra una seria resistencia y pronto se intenta combatirla como innovación cismática.

A partir de los años sesenta, algunos poetas interesados en renovar la poesía árabe se han empeñado en releer la producción poética de su lengua desde una nueva perspectiva. ¿Cómo se decidió que la poesía yahilí se inscribiera en la historia literaria con un enfoque meramente normativo? El intento de aferrarse a lo beduino -símbolo de unas raíces nacionales-, ¿no representa un rechazo al carácter híbrido de la ciudad?

Esa obstinación en afirmar lo propio -plantea hoy Adonis (1962), uno de los más notables poetas en lengua árabe de nuestros días-, al inclinarse por abolir todo lo demás acaba por contradecir cualquier identidad. Esa preceptiva de lo antiguo, dice el autor de las Canciones de Mihyar el de Damasco, oculta un silencio; los poetas árabes de hoy están frente a un patrimonio que los doctos han deformado hasta convertirlo en una ausencia.

En una cultura donde el intento de fundar una tradición del cambio lleva siglos de resistir las condiciones más adversas, la noción de ``moderno'' se ha vuelto clásica. Lo moderno ya no puede sostenerse como lo opuesto a lo antiguo. Los modernos de antes se sientan a la mesa con los modernos de hoy: el moderno Yubrán convive en una misma casa poética con el moderno al-Sayyab. Más allá de patrones impuestos, lejos de todo folklorismo, en algunos poetas árabes de hoy resuena la oralidad más viva: las voces de la ciudad negada. Al replantearse la actualidad de la poesía árabe, Adonis apuesta por una segunda modernidad que, sin negar lo clásico preislámico, luche por afirmar la renovación de la vida.