La Jornada Semanal, 13 de junio de 1999
Irving Wohlfarth,
Hombres del
Extranjero,
Taurus,
México, 1999.
Irving Wohlfarth encabezó este pequeño libro sobre Walter Benjamin y el Parnaso Judeoalemán con la frase Hombres del extranjero o Manner aus der Fremde, expresión alemana que no sólo significa extranjero sino también extraño, distante, exógamo, y evoca el pathos de la distancia nietzscheano y romántico. El autor recordó, en una charla reciente, que se trata en realidad de una cita de un poema de Schiller que todo alemán reconoce sin demasiado esfuerzo. Nosotros, para quienes la cita puede pasar desapercibida, advertimos en la conjunción del título y el subtítulo lo que se convertirá en uno de los motivos recurrentes del texto: el extranjero no es un lugar de procedencia sino una alegoría de la alteridad.
No pude dejar de notar que Wohlfarth prefiere hacer uso de la expresión ``emblema'' para decir, o eso creo, lo mismo que acabo de nombrar como una ``alegoría''. Sin embargo, ambas expresiones no pueden significar lo mismo. La buena filosofía nos aconseja no confiar en las coincidencias y tratar como sospechosa a la sinonimia. Locke y Kant, Platón y Heidegger, tan ajenos entre ellos, coincidían en un imperativo indeclinable: atacar la sinonimia y la confusión que produce con el más profundo instrumento de la razón y el espíritu humanos: el discernimiento. Lo que para el resto de nosotros, hombres y mujeres prácticos, se llama pura y simplemente distinguir, es decir, distinguir usos, contextos, modalidades de la palabra para pensar con mayor claridad y penetración algo que no está completamente fijado de antemano.
Por consiguiente, un emblema no está críticamente comprometido con lo que nombra como lo estaría la alegoría; un emblema se resiste a la poesía y a la política y se presenta con la crudeza de una figura histórica grabada sobre una muy usada moneda. Sometido a la circulación, también el rostro del prócer sobre el papel moneda se desdibuja, se gasta, pierde paradójicamente lo que le otorga sentido: su identidad inmediatamente reconocible. Entonces, probablemente la palabra extranjero, que recoge las señales del excluido -del que no posee ningún derecho y a quien no le asiste ninguna ley, ninguna justicia-, palabra que a la vez fija en la memoria colectiva la imagen del desprotegido, es también la palabra de la que se ha abusado, vulgarizándola. El extranjero -a causa de su raza, género y religión- representa emblemáticamente el dolor que hemos olvidado justamente por haberlo nombrado en demasía.
Por otro lado, la idea de la alegoría no debe desecharse inmediatamente. Quien se adentre en el texto de Wohlfarth descubrirá cómo la condición del extranjero comporta alegoría y emblema a la vez; representa de manera ejemplar la injusticia en la historia de Europa antes y durante los aciagos años de la segunda guerra mundial, y comprende a la vez la imposibilidad, o más bien la crítica a la posibilidad de que un acto humano singular, el destino del judío en este caso, se convierta en el modelo universal, paradigmático, de la violencia del hombre contra el hombre, sea éste un judeoalemán, un negro, un indígena, una mujer o un niño, puesto que la violencia no tiene preferidos.
Es esta segunda versión la que el libro se dedica a trazar con gran cautela y me permite suponer que hay en él una poética de la experiencia crítica en ciernes. Crítica literaria, crítica política, crítica ética; en fin, crítica sin más de lo que consideramos nuestra humanidad.
La heteronomía resulta ser un emblema de la violencia; situación esta última que prevalece lamentablemente en nuestros días y que vuelve necesario, más que nunca, el reflexionar sobre ese núcleo emblemático que subyace bajo los actos violentos de los hombres contra sus semejantes.
Enigmáticamente, la alteridad es una condición envidiable y deseable. La condición de ``extranjero en su propia lengua'', más difícil si cabe que ser ``extranjero en su propia tierra'' es la figura exquisita y disfrutable, la cara positiva, alegórica, de la crítica más aguda y necesaria.
Se puede ser un extranjero en la tierra o en la lengua, pero de ambas, sólo la lengua parece la decisiva, puesto que en sentido estricto el extranjero que fue Benjamin, a diferencia de algunos de sus contemporáneos judeoalemanes -según lo relata Wohlfarth-, no posee un hogar, origen o destino geopolítico o místico asignable, una Tierra Prometida, en sumaÊ-el regreso a la tierra de Israel que Scholem intentó, sin conseguirlo, forzar sobre Benjamin.
En su sentido más íntimo, la alteridad es la marca de una permanente incomodidad de la lengua, de una suerte de falla en la designación y el signo. Ni el error de expresión, ni la ambigüedad de las palabras, ni el libre juego de las pasiones que atraviesan el lenguaje saturan su significado, pero ella las abarca a todas juntas. Habría que decir más bien que la heteronomía no proviene del cielo ni del corazón humano, pero tampoco basta decir que procede de la voluntad del individuo. La perspectiva del otro para ver nuestros asuntos internos, que fue también la señal del distanciamiento brechtiano, se juega en el límite entre lo que la lengua permite al hablante común y aquello que en el uso menos habitual de la misma, ya sea literal o exquisito, se presenta como anómalo y se resiste a ser interpretado, fijado, sistematizado, es decir normalizado. La mirada del extranjero o del flaneur baudelairiano es en Benjamin la metáfora de una crítica desinteresada, de la destrucción de la autocomplacencia y de la filantropía peor entendida, que siempre empieza en casa.
Hay aún otra condición de extranjería en Walter Benjamin que el lector debe juzgar por sí mismo, puesto que el autor se rehusa a dar un juicio definitivo de la misma; me refiero a la aporética fortuna, en manos del pensador alemán, del misticismo de la cábala judía y el materialismo histórico. Gershom Scholem se lamentaba de que Benjamin hubiera extraviado su camino apartándose de la mística. Adorno tampoco se quedó atrás: recriminó a Benjamin la escasa seriedad en su tratamiento del marxismo. Permaneciendo en el conflicto y la inmediatez de la experiencia, sin apelar a la mediación, abandonando la confianza en la superación dialéctica, Benjamin no podía dejar de ser en sus peores momentos, refiere Adorno, sino un burdo sensualista.
Por su parte, Wohlfarth no parece conceder a Adorno más de lo que otorga a Scholem: ambos, diríamos coloquialmente, se quedaron cortos en su apreciación del papel intrépidamente paradojo de Benjamin. Precisamente el papel de hombre del extranjero, encabalgado en un corcel místico, alado pero al mismo tiempo notoriamente parado con firmeza sobre sus cuatro patas.
Alegoría, emblema o metáfora, el caballo nos incita, como el libro de Wohlfarth que inaugura la colección La huella del Otro, a contemplar su hermosa e inteligente estampa y a ceder ante el deseo, que espero urgente, de dominarlo
José Luis
Rivas,
Estuario
Consejo Nacional para la Cultura y
las Artes,
Col. Práctica Mortal,
México, 1998.
No es nombrar la desnuda esencia de las cosas como si fuera el retrato de un paisaje. Tampoco cargar al paisaje de emociones para convertirlo en vehículo de la expresión del poeta. La aventura de Estuario, de José Luis Rivas, consiste en la caza del equilibrio, la caza de las palabras como la fauna de un lenguaje. En este libro, el poeta es un cazador. Tanto él como su conciencia y el lenguaje forman parte de ese paisaje que no ha de ser violado con la intromisión de palabras ajenas a su esencial naturaleza, ni tampoco enajenado de sí mismo merced a la artificial inmortalidad del retrato.
¿Es posible esta identificación total entre la palabra y lo nombrado? ¿Puede la poesía unirse al universo de lo que ha sido creado y convertirse en un solo cuerpo vivo, con su respiración casi animal? La tarea es titánica y Rivas se entrega a ella con la trágica heroicidad de los poetas: sabe de antemano que no existe el triunfo total sobre el artificio que es el arte, la palabra escrita. Sin embargo, su valentía es recompensada con un poema que parece surgir de un lugar distinto al de la escritura; sus imágenes responden a los estímulos del mundo natural convirtiéndose en miembros del vasto cuerpo de la tierra, animados por el mismo aliento. A medida que avanzamos en la lectura de Estuario, el creciente suspenso nos seduce y al mismo tiempo nos espanta. No hay anécdota y, sin embargo, algo está por suceder, algo magnífico o terrible que cimbrará los cielos y la tierra. No es un desastre natural. No es, tampoco, la historia de un hombre o una mujer rodeada por el ornamento del paisaje. Es la lenta transformación de un organismo en el que flora y fauna, tierra y agua, el cambio de la luz en el cielo, los cambios de temperatura, tienen el mismo peso y poder evocativo que la conciencia humana, el intelecto y las emociones, las tiernas y furibundas bestias de la pasión y el deseo.
La concentración necesaria para dar luz a ese organismo y dotarlo tanto de elocuencia como de vida, exige un rigor inusual por parte del poeta. Podemos creer que en las páginas de Estuario hay huellas auténticas de sangre y, a la vez, deslumbrantes destellos arrancados a golpes en el yunque de la inteligencia. ¿Cómo enunciar lo que es sin distanciarse o sin volverse un paisajista? En ocasiones Rivas recurre a palabras poco usuales, términos elegidos tanto por su significado como por su fuerza sonora: al alejar la palabra como un raro espécimen de la simplicidad de lo creado, da un giro completo y cierra el círculo, hasta que el acto de nombrar y el significado mismo forman un solo cuerpo. También juega con el lenguaje, con las rimas internas, con la carga de sonido en las palabras convertidas en el canto de un pájaro, en el rugir del río, el chapoteo del caimán al salir del agua, en el viento cortado por un ventilador, en el jadeo de los amantes.
La aventura, digo, es riesgosa. Por momentos, el poeta parece flaquear y asirse a la pura retórica para no naufragar; su minuciosa huida de la artificialidad de la palabra es tan atenta que logra el efecto contrario: evidenciar la naturaleza de la batalla y, por lo tanto, el artificio. La magnífica tensión que sostiene este poema, la belleza en el dominio del lenguaje tanto en su sonoridad como en su camaleónica identificación con lo nombrado, las profundas y a veces inclementes iluminaciones de la conciencia, se ven constantemente amenazadas por los fantasmas de una poesía que sólo busca ``lo poético'', fantasmas de una ``retórica salvavidas'', de una obsesiva pero estéril fascinación por la palabra.
Creo que en Estuario, José Luis Rivas no triunfó por completo en la legítima ambición de estos versos, pero eso no significa una batalla perdida. El resultado es más que digno y revela con claridad el hilo plateado de un sendero entre el follaje, una búsqueda poética que ya ha arrojado en este libro los frutos valiosos de la imagen, la intensidad, la desnudez de la palabra ardiente que no sólo quema y no sólo deslumbra: también revela
Tania Libertad interpreta poemas
de Mario
Benedetti
La vida ese paréntesis,
Mulata
Records-Alfaguara
Ojalá que La vida ese paréntesis, título del más reciente disco de Tania Libertad, así como del homónimo y enésimo poemario del escritor uruguayo Mario Benedetti, tuviera de corregible solamente la ausencia de una necesaria coma. Pero se trata de un problema menor ante el otro, ese sí duro de enmendar, consistente en usar la palabra vida queriendo denominarlo todo y acabando por no decir nada. Un lugar común, pues, que recuerda los inanes diálogos entre Gekrepten y la señora de Gutusso en la cortazariana Rayuela.
Si el título repele, el contenido es una perfecta amenaza cumplida. Pero no toquemos aún las letras -o, para decirlo con las mismas palabras del cuadernillo, ``los poemas que se incluyen en este disco''- y detengámonos un poco en las fotografías que lo aderezan: primero, Tania y Mario muy cruzados de brazos, muy sonrientes y, si hemos de estar de acuerdo con José Saramago -quien se encarga de las loas en una ¿introducción, presentación?-, muy humanos y artistas.
Después vemos a Tania y su arrobo mirando a Mario y Mario descansando la pensativa cabeza en un puño, con la mirada perdida en lontananza. Otro lugar común, pues. Más adelante, Mario y Tania en primer plano mirando a otro Mario en segundo plano que dirige sus pasos hacia otro Mario en tercer plano. ¿Usted entendió algo? Pues propio ni mirando la fotografía, se lo digo yo.
Las letras de las canciones podrían ser, literalmente, otro cantar, pero Benedetti recala en frases y conceptos que no lo han abandonado nunca: así la enumeración de objetos vertida en Nostalgia, donde concluye que el único extrañamiento que importa es el de la noche de tu piel, justo en el mismo sentido en el que Sabines concluyó, hace muchos años, que no es nada de tu cuerpo. Lo adivinó: otro lugar común. Por si no bastara, en El barrio, Niños y niños y De vereda a vereda, pueden escucharse frases que se creerían abolidas del terreno poético: trocitos de pasado, mortandad infantil del tercer mundo y, sin más ni más, el adverbio disimuladamente elevado a la categoría de verso.
Hace ya muchos ayeres que de Tania Libertad no cabe esperar sino un musical lugar común multiplicado: desde el ya viejo álbum Como una campana de cristal, hizo de su trayectoria como cantante un prolijo muestrario de ritmos y géneros, en el que caben tango, bolero, balada, salsa, trova, candombe y cualquier otro que su sonoro eclecticismo -o la compañía discográfica- pueda proponerle, exactamente como sucede con una gran cantidad de intérpretes de los que no se sabe bien, en medio de tantos, cuál es su estilo; exactamente, también, como ocurre en este disco.
Ojalá que, como se apuntaba al principio, La vida ese paréntesis no fuera una demostración de cuán ubicuo puede ser un lugar común, aunque sea nada más para que, parafraseando a Borges, no se convirtiera en uno más de los muchos, los demasiados discos. Habría sido bueno poder concluir de otro modo y no afirmando que las intervenciones de Joan Manuel Serrat y Willie Colón son lo mejor del disco de Tania Libertad pero, como reza el lugar común por excelencia, ya palo dado ni Dios lo quita
Ensayo (biográfico)
Nahui Olin. La mujer del sol, Adriana Malvido, Edivisión Compañía Editorial, México, 1999, 171 pp.
Ensayo (histórico)
Cartas mexicanas de Alexis de Tocqueville, José Antonio Aguilar Rivera, Editorial Cal y Arena, México, 1999, 177 pp.
Ensayo (sociológico)
El EZLN y Sendero Luminoso. Radicalismo de izquierda y confrontación político-militar en América Latina, Jorge Lora Cam, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla / Dirección General de Fomento Editorial, México, 1999, 448 pp.
Promoción Social. Una opción metodológica, Silvia Galeana de la O. (coord.), Escuela Nacional de Trabajo Social / Plaza y Valdés Editores, México, 1999, 166 pp.
Fotografía
Imágenes de Pancho Villa, Friedrich Katz, Col. Fototeca, Ediciones Era/Conaculta/INAH, México, 1999, 70 pp.
Macrofotografía. Guía Rápida de Fotografía, Edivisión Compañía Editorial, Madrid, España, 1998, 48 pp.
Ensayo (monográfico)
Guadalajara. Una visión del siglo XX, Beatriz Núñez Miranda, Col. Grados, El Colegio de Jalisco/Ayuntamiento Constitucional de Guadalajara, Guadalajara, México, 1999, 241 pp.
Ensayo (filosófico)
Semiótica, estesis, estética, Eric Landowski, Raúl Dorra, Ana Claudia de Oliveira (editores), edición bilingüe, Centro de Pesquisas Sociosemióticas/Seminario de Estudios sobre la Significación, México, 1999, 278 pp.
Cartas credenciales, ensayos, Alejandro Rossi, Col. Obras de Alejandro Rossi, Editorial Joaquín Mortiz, México, 1999, 207 pp.
Diálogos socráticos, Platón, estudio preliminar Angel Vassallo, Col. Biblioteca Universal, Conaculta / Oceano, España, 1999, 365 pp.
Las confesiones, Juan Jacobo Rosseau, estudio preliminar de Jorge Zalamea, Col. Biblioteca Universal, Conaculta / Oceano, España, 1999, 602 pp.
Ensayo (político)
El conservadurismo mexicano en el siglo XIX (1810-1910), Humberto Morales Moreno y William Fowler (coords.), Benemérita Universidad Autónoma de Puebla/University of Saint Andrews, Scotland, U.K./Secretaría de Cultura, Gobierno del Estado de Puebla, México, 1999, 338 pp.
Narrativa
Cuentos dispersos, Fernando del Paso, selección y prólogo de Alejandro Toledo, epílogo de Elizabeth Corral Peña, Col. Confabuladores, Universidad Nacional Autónoma de México, México, 1999, 167 pp.
Fausto, Johann Wolfgang Goethe, estudio preliminar de Francisco Ayala, Col. Biblioteca Universal, Conaculta / Oceano, España, 1999, 401 pp.
La sangre de su corazón, Bernardo Ruiz, Col. Confabuladores, Universidad Nacional Autónoma de México, México, 1999, 113 pp.
Amarillo fúnebre, David Olguín, Serie del volador, Ed. Joaquín Mortiz, México, 1999, 207 pp.
En la boca del incendio, Amelia Domínguez, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla/Dirección General de Fomento Editorial/Daga Editores, México, 1999, 76 pp.
Los placeres del dolor, Pedro çngel Palou García , Col. Asteriscos, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla/Dirección General de Fomento Editorial, México, 1999, 75 pp.
La vida es bella, Roberto Benigni, Vincenzo Cerami, Editorial Mondadori, España 1999, 87 pp.
Poesía
Poetas dramáticos griegos, Esquilo, Sófocles, Eurípides y Aristófanes, estudio preliminar de José de la Cruz Herrera, Col. Biblioteca Universal, Conaculta / Oceano, España, 1999, 365 pp.
La Divina Comedia, Dante Alighieri, estudio preliminar de Jorge Luis Borges, Col. Biblioteca Universal, Conaculta / Oceano, España, 1999, 494 pp.
Revista de poesía
Alforja, Revista de Poesía, núm VIII, ensayos y poesía, entre otros, de Jorge Brash, Marc'h E. Polange, Karla María Calva Valdés, Heriberto Yépez, Fraternidad Universal de los Poetas, México, 1999, 147 pp.