La Jornada Semanal, 13 de junio de 1999
El cuarto poder, de Costa Gavras, es una parábola de cómo los medios, sobre todo la TV, divulgan pero también construyen la noticia. Lo ocurrido el lunes 7 de junio pasado fue un claro ejemplo de falseamiento y apropiación de los hechos que llevó a las dos principales televisoras mexicanas, TV Azteca y Televisa, a hacer uso de un poder en beneficio propio. Por la mañana, al recibir el Premio Nacional de Periodismo, otorgado, entre otros, a La Jornada Semanal, Hugo Gutiérrez Vega se refirió al periodismo como una tarea ``tan pavorosamente frágil que pueden desnaturalizarla las presiones de los poderes públicos o las solicitaciones del mercantilismo''. El manejo que se hizo de la noticia del asesinato de Francisco Stanley fue apenas un ejemplo de la doble moral que priva en las cadenas de TV. Además de las clases de ``Gordobics'', de bailar el Gallinazo y de repetir ad nauseam la consigna: ``Paco, Pacorro, de los cueros el más rorro'', en diversas emisiones de su programa Stanley hablaba con vehemencia en contra del uso de las drogas. Sin embargo, a pocas horas de su muerte, TV Azteca eludió mencionar cómo y en qué circunstancias había ocurrido. Fue hasta el día siguiente, y a través de la prensa y la radio, que se dio a conocer que Stanley llevaba cocaína ``en ropa y cuerpo''.
Para cualquier ciudadano, el modus operandi del crimen dejaba entrever las características de un narco-asesinato. El énfasis de los medios estuvo puesto, en cambio, en la inseguridad pública y en la ineptitud del gobierno de la Ciudad de México para detener y prevenir ``la violencia''. De pronto, como por contagio, diversos comunicadores comenzaron a reconvenir a las autoridades, a pedir su renuncia y a sugerir -en pleno arrebato neofascista- que ``debíamos tomar la justicia en nuestras manos''. Sembrar el terror entre la ciudadanía parecía no ser su único objetivo; también la descalificación de partidos y personas -concretamenteÊdel PRD y Cuauhtémoc Cárdenas- era parte del programa. Lo peculiar de esta ``lectura'' de un incidente hecha por los medios es que, queriendo ensalzar las glorias de Stanley (la víctima), frente a la maldad y la indolencia del gobierno de la ciudad (el victimario), lo que se puso de manifiesto fue, una vez más, el usufructo de un muerto. La desproporción de comparar a Stanley con Colosio como mártires de la libertad debería hablar por sí misma del oportunismo de creer que cada votante es también o sobre todo un consumidor de artículos y telenovelas, ondas gruperas y programas de concurso. Para nuestra fortuna (y nuestra desgracia) el dictum del presidente Zedillo en el día de la libertad de prensa, de que ``en nuestro país quien tiene algo qué decir puede hacerlo con libertad'' fue -en este caso, aunque de modo equívoco- cierto. La pregunta que deberíamos hacernos quienes formamos parte de los medios es para qué queremos esa libertad.