La Jornada Semanal, 13 de junio de 1999
Sería muy melodramático afirmar que la 52» edición del festival de Cannes ha atestiguado la caída de los dioses. El programa parecía prometer un desfile de obras maestras y, al menos en su primera mitad, esto no se ha cumplido. ¿Nombres prestigiosos? Pues ahí estaban el canadiense Atom Egoyan, el chino Chen Kaige, el francés Leos Carax y el ruso Nikita Mijalkov, entre otros. Este último había montado toda una campaña para promover El barbero de Siberia, una superproducción de añoranza por los tiempos del zarismo que, a su vez, hubiera servido a sus ambiciones políticas. Ni él ni nadie previó la posibilidad de que fuera un latazo de tres horas de duración, con incontables escenas de torpes bufonadas y actuaciones que hacen ver a Joaquín Pardavé como un actor del Método. El vergonzoso estreno de El barbero de Siberia no sólo manchó la reputación de Mijalkov como cineasta sino que tal vez ha puesto fin a sus ambiciones presidenciales: si Rusia va a ser gobernada con la mano pesada con la que hizo esta película, hasta Boris Yeltsin resulta una mejor opción.
Otro cineasta que suponía un regreso triunfal fue Leos Carax, objeto de un dudoso culto, inactivo tras el ruinoso fracaso de Los amantes del Puente Nuevo. La experiencia no lo ha vuelto modesto. Pola X es una libre adaptación de una novela de Herman Melville sobre la caída existencial de un escritor burgués, que sacrifica su bienestar por las culpas que sufre ante la presencia de una media hermana, refugiada de un país no especificado pero imaginable. Carax carece de la disciplina necesaria para ordenar sus ideas visuales, algunas de ellas muy llamativas, y acaba por despeñarse por la barranca de la incoherencia. ¿Por qué la película se titula así? Porque es el acrósticoÊde las iniciales de la novela en francés: Pierre ou les ambigüités. La X ya fue de cortesía. Así se las gasta Carax.
Más violento fue el descalabro de Atom Egoyan, hasta ahora autor de una filmografía coherente y rigurosa como pocas. Motivado por los sanos deseos de cambiar de registro, el realizador adaptó Felicia's Journey (El viaje de Felicia), una excelente novela de William Trevor, para quedar a medio camino entre el melodrama y el thriller psicológico, cayendo en obviedades, truculencias y hasta moralismos que nunca habían aparecido en su obra. Egoyan debe intentar otros cambios. Por ejemplo, dejar de incluir en el reparto a su esposa Arsinée Khanjian, una actriz limitada que aquí ensaya una caricatura gruesa de madre castrante.
Chen Kaige fue muy criticado en su propio país por la excesiva ambición de su cinta épica El emperador y el asesino. En efecto, la película es demasiado larga y, a ratos, hasta confusa. Pero no oculta el talento de un narrador capaz de momentos grandiosos, aunque muchos críticos no supieron apreciarlo. El ninguneo a esta concursante fue tan generalizado, que ni una decena de periodistas se presentó a la conferencia de prensa. La decepción era evidente en el bello rostro de la actriz Gong Li.
Quienes sí rindieron lo que se esperaba de ellos fueron los representantes del cine hispanoparlante. El manchego Pedro Almodóvar sacó del letargo a la competencia con Todo sobre mi madre, un compendio impúdico de sus temas y obsesiones llevadas a su quintaesencia. Entre mujeres tragicómicas, homenajes al melodrama clásico, procacidades hilarantes y un trabajo formal de primera línea, la película fue elogiada de manera unánime. El propio Almodóvar se divierte tanto con sus ocurrencias que, por lo general, le cuesta trabajo suspenderlas; los finales nunca han sido su fuerte y esta vez echa abajo su elaborado argumento con una conclusión demasiado atropellada.
Mientras, Arturo Ripstein presentó El coronel no tiene quien le escriba, emotiva adaptación de uno de los mejores textos de García Márquez. Sobre un guión de Paz Alicia Garciadiego que sabe serle fiel al espíritu del libro y, a su vez, al universo ripsteiniano, la película es una muestra depurada del virtuosismo formal del director y también de una faceta menos sórdida. De alguna manera, Ripstein cumple un ciclo: su opera prima fue sobre un argumento de García Márquez y su primera colaboración con Garciadiego, El imperio de la fortuna, también involucraba a un gallo de pelea como fetiche.
Se exagera la catástrofe porque así es uno de quejoso. Hubo otros títulos meritorios en la sección oficial: Moloch, del ruso Alexandre Sokurov, es una aproximación a la vida íntima de Hitler, bajo una fascinante estética de pesadilla deslavada; Steven Soderbergh demostró otra vez su aptitud en el neo noir con The Limey, superando un gastado argumento de venganza con un juego narrativo que revelaba significados ocultos; y Werner Herzog recordó con amor/odio al temible actor Klaus Kinski en Mein liebster Feind (Mi querido enemigo), un documental narcisista y algo reiterativo, pero afectuoso.
Ya veremos en la segunda mitad cuáles de los nombres prestigiosos -Marco Bellocchio, Jim Jarmusch, Peter Greenaway, Takeshi Kitano, David Lynch, Manuel Oliveira- se unen al selecto grupo de los cumplidores.