La Jornada Semanal, 13 de junio de 1999



Juan Villoro

DOMINGO BREVE

De Stanley a Rocha:
el tiempo cero de la información

En México nada escapa a la ironía: el Día de la Libertad de Prensa el locutor Paco Stanley fue acribillado y la televisión aprovechó la circunstancia para desatar una irresponsable cacería de brujas contra el gobierno de la ciudad y su titular, Cuauhtémoc Cárdenas.

De acuerdo con la Red de Protección de Periodistas y Medios de Comunicación, en los últimos cuatro años 18 informadores han sido asesinados y 629 han sufrido agresiones. Hablar y escribir son oficios de alto riesgo. Aunque es improbable que el asesinato de Stanley tuviese un móvil político (seguramente estamos ante un saldo más de la violencia que domina nuestras calles con total impunidad), el hecho de que la víctima fuera un popular conductor de televisión aumentó la ola de indignación ciudadana y provocó que sus colegas de los noticieros pasaran de un muy legítimo clamor de justicia a un linchamiento político en nombre de la paz.

Así las cosas, el Día de la Libertad de Prensa fue un homenaje a la desinformación. El noticiero Hechos juzgó que la persona idónea para comentar el asesinato era el panista Carlos Castillo Peraza, quien perdió las elecciones para jefe de gobierno de la ciudad. Con la parcialidad que da el rencor, Castillo Peraza habló como si Cuauhtémoc Cárdenas hubiese patentado la inseguridad en el DF. Es obvio que los capitalinos somos rehenes del hampa y que el gobierno del PRD no ha mejorado la situación; sin embargo, el problema viene de muy lejos; es producto de la corrupción crónica de los cuerpos policiacos, la falta de controles cívicos, la parálisis económica que convierte al crimen en la mejor opción de movilidad social. ¿Cómo elegir a un secretario de seguridad pública si la gente con experiencia se ha curtido en sótanos innombrables? Castillo Peraza recordó que Cárdenas ha tenido que remover funcionarios en esa área. Es cierto: no escogió bien en un principio, pero supo rectificar, a diferencia del gobierno federal, que esperó el tiempo justo para que el gobernador de Quintana Roo redondeara sus vínculos con el narcotráfico y escapara hacia el exilio y la ignominia.

Hechos entrevistó durante largos minutos a un enemigo frontal de Cárdenas; luego transmitió unos segundos de la conferencia de prensa del jefe del gobierno capitalino. La inequidad de los discursos fue el sello de la hora. Las escenas en la funeraria, los infundios vociferantes y las tomas en picada desde un helicóptero trazaron un guión del tremendismo donde Cárdenas aparecía como responsable del cruel atropello a Stanley. Estamos ante un acto sin precedentes, una necrofagia informativa que se alimenta de horror e invita a instalar un Comité de Salud Pública. Repasemos otros célebres asesinatos en la capital: el del cantante Víctor Iturbe El Pirulí, el del magistrado Polo Uscanga, el del político Francisco Ruiz Massieu, el del periodista Manuel Buendía. Estos archivos de sangre se remontan a los tiempos de los regentes priístas y no fueron resueltos a cabalidad; sin embargo, los medios no pidieron la cabeza del jefe del gobierno capitalino.

La distorsión noticiosa es particularmente grave porque el equipo de Cárdenas carece de un contradiscurso. Menos militante que Hechos, El Noticiero invitó al secretario de seguridad pública, Alejandro Gertz, a hablar del caso Stanley en sus estudios. Una oportunidad inmejorable de que otra voz informara en vivo y en horario preferente. Por desgracia, las exageraciones anticardenistas fueron relevadas por un vacío de ideas: el secretario de seguridad habló como un hombre genuinamente consternado por el drama, pero fue incapaz de explicar qué está haciendo para remediarlo. En una ciudad donde todo mundo habla de patrullas, ametralladoras AK-47 y detectores de mentiras, el encargado de impartir seguridad se limitó a dar condolencias y pronunciar vagas súplicas de solidaridad para salir adelante.

Para colmo, este pandemonio informativo ocurrió horas después de que Ricardo Rocha terminara su larga relación con Televisa. Nadie antes que él había logrado abrir un espacio tan significativo para el ejercicio de la libertad ante los micrófonos. Su programa cotidiano de radio y su emisión televisiva dominical Detrás de la noticia ofrecían periodismo de investigación de alto rating. En una empresa que durante años se limitó a repetir boletines de oficinas de comunicación social del gobierno, Rocha integró un equipo con reporteros como José Reveles y Rodolfo Guzmán y comentaristas como Carlos Fuentes y Carlos Monsiváis. No es exagerado decir que algunos de sus programas transformaron la convulsa realidad del país. La transmisión del video de la masacre de Aguas Blancas, en 1996, puso un clavo en el ataúd del gobierno de Guerrero, y los reportajes sobre los secuestros otro clavo en el ataúd del gobierno de Morelos. En su columna de Reforma, Miguel Angel Granados Chapa comentó que Rocha se disponía a presentar un reportaje sobre el estado de las investigaciones de Aguas Blancas, tres años después de la matanza, y que el programa fue enlatado. Durante años, Ricardo Rocha sorteó presiones con movimientos de surfing hasta llegar a la playa donde lo aguardaba la censura. Con una dignidad extraña en el medio, prefirió apartarse de Televisa a convertirse en otro robot que sonríe al servicio de sus patrocinadores.

Una de las razones para vivir en un país democrático es que ahí no hay que hablar de transición a la democracia. Mientras no haya avances discutiremos el tema. El cambio depende, en gran parte, de la apertura informativa y el Día de la Libertad de Prensa trajo pésimos augurios: el asesinato de Stanley desembocó en una guerra de ``limpieza política''; horas antes, el mejor programa de discusión y reportajes había salido del aire. Estamos en un tiempo cero, al margen de la noticia.