La Jornada Semanal, 13 de junio de 1999
El comienzo de la edad de la producción razonada
Justas o injustas, de liberación o de intervención, de agresión o de ayuda humanitaria, las guerras de los últimos siglos son en esencia violentos intercambios de metales: aquel que logra perforar, aplastar y romper más cuerpos enemigos, generalmente gana. Por lo menos desde que Francia invadió Italia en 1494, equipada con novedosos cañones móviles, la pólvora comenzó a jugar un papel determinante en la forma en que se peleaban las guerras. La campaña con que Carlos VIII reclamaba el trono de Nápoles cambió la historia bélica y desató una carrera armamentista que alcanzó su madurez con la aparición del rifle en el siglo XIX y la posterior creación del peor asesino del campo de batalla: la bala cónica. Los métodos de manufactura artesanal e individual de las armas fueron reemplazados por la producción en masa, desarrollada por los ingenieros militares estadunidenses y franceses a principios del siglo pasado, quienes introdujeron por primera vez la estandarización y sistematización de las rutinas de procesos y movimientos en la planta industrial. ``De hecho el empuje militar del siglo XIX para crear armas con partes perfectamente intercambiables marcó el comienzo de la edad de la racionalización de los procesos laborales'', como señala Manuel de Landa en su indispensable War in the Age of Intelligent Machines (Zone Books, 91).
La edad de la razón engendra a la bomba inteligente
La urgente demanda universal de artefactos mortíferos dio origen a uno de los sectores industriales más consistentemente productivos y rentables de la era industrial. No obstante, al término de la Guerra Fría el negocio de las armas comenzó a tambalearse, no porque no hubiera consumidores voraces sino porque las reglas del juego habían cambiado y la industria tenía que redefinirse para satisfacer las demandas del Nuevo Orden Mundial. En Estados Unidos las corporaciones armamentistas comenzaron a consolidarse, a desaparecer, a fusionarse o a reducir de tamaño mediante despidos masivos (downsizing), de manera que tan sólo quedaron tres gigantes: Lockheed Martin, Boeing y Raytheon, además de centenares de pequeñas empresas rémoras que les sirven como subcontratistas. La Guerra del Golfo llegó justo a tiempo para salvar los intereses de los contratistas militares del Pentágono, quienes pusieron énfasis en promover el uso de los misiles ``inteligentes'' Cruise (que cuestan entre uno y dos millones de dólares cada uno) y las bombas guiadas por satélite o láser (alrededor de 50 mil dólares por pieza). A pesar de que tan sólo el 9% de las bombas usadas en la guerra contra Irak eran ``inteligentes'' (lo que no significa que el proyectil tenga inteligencia artificial o pueda tomar decisiones), sus efectos y atributos quedaron grabados, gracias a CNN, en la conciencia colectiva y garantizaron un mercado para los conflictos venideros. Pero, finalmente, ni siquiera la celebradísima victoria del ejército estadunidense logró asegurar un verdadero incremento del presupuesto bélico. Por el contrario, el gasto militar llegó el año pasado a su nivel más bajo en más de una década: 44 mil millones de dólares. Aparte, el gobierno presidido por el ex pacifista Clinton ha mandado a sus tropas a casi cuarenta zonas de conflicto (desde Somalia hasta Haití, pasando por Corea del Sur) y de desastre (como el Caribe y Centroamérica). En comparación, el belicoso Bush tan sólo envió a sus tropas en 14 ocasiones. Cada una de estas misiones implica un gran gasto de material y parque, por lo que, al acercarse el final del siglo, los arsenales estadunidenses se encuentran en uno de los niveles más bajos de la historia.
El tiradero de los Balcanes
Hasta el momento, el conflicto de Kosovo ya tiene dos ganadores claros: los ultranacionalistas serbios que festejan bajo las bombas la purificación étnica de aquella provincia de la ex Yugoslavia (alcanzada con sus propias armas de baja tecnología y con la alta tecnología de la OTAN), y los contratistas militares del Pentágono, quienes han sido beneficiados por la reciente aprobación del Congreso de jugosos aumentos presupuestales para armas y municiones en los próximos cinco años. Tan sólo el año entrante se gastarán 53 mil millones de dólares para adquirir armas y 60 mil millones en el 2001 (lo cual aún está muy por debajo de los casi 100 mil millones de 1985). Lo que parece claro es que no alcanzan los blancos en toda la ex Yugoslavia para satisfacer los inmensos deseos que la marina, el ejército y la fuerza aérea tienen de acabarse sus arsenales. Independientemente de utilizar planos de Belgrado anticuados o de olvidar qué cuarteles del ejército serbio llevan semanas en manos del Ejército de Liberación de Kosovo, muchos de los ``errores'' de la OTAN se deben a que se han agotado los blancos ``legítimos''. Más allá de las supuestas razones estratégicas para justificar semejante uso de la fuerza, hay una razón mucho más poderosa para tirar cientos de miles de proyectiles: el equipo que está siendo usado en Kosovo es (para los fabricantes de armas) anticuado, obsoleto o está fuera de producción, como los cazas F-15, F-16, el avión de transporte C-5, el carísimo bombardero B-2 y los misiles Tomahawk, entre otros. Los generales del Pentágono ya se preparan para ir de shopping en busca de las armas del siglo XXI, y esto es una oportunidad invaluable para los contratistas, quienes ya ejercen presión, a través de sus poderosos lobbys o cabilderos en Washington, para colocar sus productos. Está por demás añadir que mientras llueven los misiles sobre Kosovo y Serbia (y eventualmente Bulgaria) los inversionistas se arrebatan las acciones sobrevaluadas de los fabricantes de armas y equipo bélico en Wall Street.
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