n En Coyoacán, expresiones de repudio contra CSG
56 reporteros, 82 preguntas y el efímero placer de los reflectores
Elena Gallegos y Roberto Garduño n Llegó cuando nadie lo esperaba. Su visita llenó los espacios de radio y televisión. En la calle, atónitos transeúntes se enteraban del regreso y de inmediato hacían patente su repulsa. Los muros de piedra de la casa familiar de Coyoacán fueron rociados con aerosol rojo, luego de lo cual se leyó en ellos: šAsesino!
Después de cuatro años, cuatro meses y un día, Carlos Salinas de Gortari estaba de vuelta en México. ƑPacto en la cúpula? La pregunta quedó sin respuesta.
ƑA qué vino? ƑPor qué en este momento? ƑCree que el pueblo ya está preparado para su regreso? ƑEstá dolido con el presidente Ernesto Zedillo? ƑRoberto Madrazo es su candidato? La campaña de desprestigio de la que usted habla, Ƒse produjo en Los Pinos? ƑEste es un borrón y cuenta nueva... es la paz?, hábil, dueño de la situación, jugando su propio juego, el ex mandatario sólo dijo lo que quería. Ni una sola frase de más... El mensaje estaba dado para quien quisiera entenderlo.
A la medianoche del viernes comenzó a circular el rumor de su visita, y se confirmó en la madrugada. Carlos Emiliano, el mayor de sus hijos, presentaba a primera hora del sábado su examen por el título de licenciado en Economía, en el ITAM. El le había prometido que lo acompañaría. Así lo hizo.
También quería ver a su papá. El mismo comentó que dado su delicado estado de salud, necesitaba expresarle su afecto de hijo. Además, se casaban José Antonio González y Gabriela Gerard, sobrino de uno de sus mejores amigos, Claudio X. González (quien en la semana contendió -y perdió- por el liderazgo del CCE), y la hermana de su esposa Ana Paula, respectivamente, lo que constituía otro buen motivo para el regreso.
Antes de llegar a México y de acuerdo con su propia versión, Carlos Salinas de Gortari estuvo en Londres. De ahí, voló a Nassau, y de ese punto en el Océano Atlántico, viajó al aeropuerto de Toluca, en vuelo privado.
Alrededor de las 6 la mañana con 30 minutos, la nave aterrizaba. Una vez en tierra, un amplio dispositivo de seguridad protegió al visitante. Una camioneta blindada color negro lo condujo a la capital del país.
El convoy se dirigió a Las Aguilas. En una residencia de la calle de Rivera -una de las casas de la familia-, se encontró con su padre enfermo. Raúl Salinas Lozano no veía a Carlos desde marzo, cuando se reunieron en Cuba, luego de que se dio a conocer la sentencia que condenó a cincuenta años de prisión al hijo mayor, Raúl, por el asesinato de José Francisco Ruiz Massieu.
Según se supo, el ex presidente permaneció ahí poco más de media hora. Enseguida, al ITAM. Un reducido número de invitados lo acompañó. Se mencionó entre ellos a José Carreño Carlón. También estuvieron Cecilia Occelli, Cecilia Salinas Occelli y Sergio Salinas de Gortari.
Mientras tanto, comenzaron a sonar los teléfonos en las casas de conductores de televisión, columnistas y reporteros: "Hablamos de la oficina del licenciado Carlos Salinas, quien le invita a tomar un café a las 15 horas con 30 minutos", del otro lado de la línea, una amable voz de secretaria comunicaba la cortesía, daba la dirección y solicitaba que los convocados llevaran una identificación para tener acceso al lugar.
šSalinas está de vuelta! Poco a poco, frente al número 157 (B) de Dulce Oliva, en El Carmen, Coyoacán -el mismo sitio en el que aquél 28 de febrero de 1995, Pablo Chapa Bezanilla detuvo a Raúl-, comenzaron a llegar decenas de informadores. Sergio Sarmiento fue el primero en ingresar a la casona. Luego Joaquín López Dóriga. A Salinas le interesaba fundamentalmente hablar primero con las dos cadenas más importantes de televisión en el país. Fue lo que ocurrió.
Cuando los otros invitados aguardaban la ofrecida conferencia, Sarmiento transmitía ya una amplia entrevista. Corresponsales extranjeros, fotógrafos y camarógrafos pudieron verla a través de un pequeño monitor que llevaba uno de los equipos de informadores que estaba en el lugar. En ese momento, las televisoras y estaciones de radio comenzaron a realizar encuestas sobre la estancia del ex presidente. De esa forma se comenzó a medir el sentir de la sociedad.
Cerca de las dos de la tarde, a bordo de una camioneta Cherokee verde botella, el ex diputado perredista Marco Rascón cruzó frente a la casa donde el ex presidente se presentaba ante los medios. "šƑY ahora quién es el destapado?!, bromeó con algunos reporteros. "ƑA poco no sabes?" "ƑNo sé qué?" "šCarlos Salinas de Gortari está de vuelta!", le comentaron. Con gesto de desagrado meneó la cabeza y se fue.
En punto de las 15 horas, elementos de su escolta del Estado Mayor Presidencial informaron a los periodistas que tuvieran a mano su identificación, porque ya era hora de pasar a la casa. Agolpados junto al enorme portón de madera, escucharon la larga lista de congregados (en total, entraron 56).
"Primero la prensa extranjera", instruyó uno de los edecanes militares. Salinas -dijeron varios de los presentes- siempre tuvo especial gusto por los corresponsales internacionales. Algunos chacotearon: "šƑPor qué los extranjeros?! šNo sean gachos!" Un coro de risas festejó la ocurrencia.
Uno a uno, el oficial fue dando nombre y medio. Muchos de los aludidos ya ni siquiera están en México. Fulano de tal, decía el militar y una corresponsal lo corregía: "Uuuyyy está en Kosovo". Carcajadas. "Perengano". "No, hombre, ya vive en Argentina". Carcajadas.
Y así, se fue dando santo y seña de quienes entrarían, y de pronto que sale un "José de Córdoba (The Wall Street Journal)". Una voz divertida devolvió: "šEse está adentro!" Carcajadas.
Enseguida, correspondió el turno a los representantes de los medios nacionales, muchos de los cuales, en su momento, habían cubierto la fuente "presidencial" en tiempos de Salinas. También, nombre por nombre, de uno en uno. A las 15 horas con 40 minutos, el ex presidente apareció en el porche de la casona. Se hizo el silencio.
"Quiero decirles que hace más de cuatro años salí de México por mi voluntad, y en pleno disfrute de mis derechos ciudadanos. Regreso hoy, también, por mi voluntad, y también con pleno disfrute de mis derechos ciudadanos. Prefiero que ustedes fijen la temática, así que estaré atento a sus preguntas...".
La reacción a la oferta fue instantánea, decenas de brazos se alzaron para interrogarlo. Durante cincuenta y cinco minutos, éste respondió sin salirse del script. Los periodistas formularon toda clase preguntas para que diera nuevas luces a su inesperada visita. Les dio la vuelta. Una y otra vez repitió que deja la "trinchera política". Ofreció participar en la reconciliación nacional, y sin mencionar el nombre de Ernesto Zedillo, externó respeto a la figura presidencial.
En total, fueron 82 las preguntas que se le plantearon. Los informadores fueron insistentes. Querían saber los motivos políticos de su visita. Salinas se limitó a repetir que ésta era "estrictamente privada". En esas estaban cuando el director del periódico La Crónica, levantó la voz: šƑCuántas veces se ha reunido realmente con el ingeniero Cárdenas?!
"Hace un momento expresé que he tomado la decisión de no hacer comentarios sobre los procesos, ni sobre las personas en este ambiente electoral del país".
Afuera de la casona, estalló la impaciencia de los fotógrafos. No se les había permitido -salvo a unos cuantos- la entrada, el aparato informativo y de comunicación del ex presidente contaba con cámaras de televisión, estenógrafos y reporteros gráficos.
La irritación llegó a tanto, que sin importar los riesgos de una caída, algunos se encaramaron en la barda de piedra. Otros se brincaron por la casa vecina y se montaron en el tejado del portón. Algunos más se treparon en los árboles y, profesionales como son, pidieron al personaje: "šUn saludo señor!" Este miró a las cámaras y alzó la mano. Por un momento, la imagen trajo el recuerdo de aquellos, sus tiempos de gloria. No había duda: anímicamente, a Salinas le vienen muy bien los reflectores.
Al mismo tiempo, Jesusa Rodríguez, una de las más exitosas escritoras, productoras e intérpretes del teatro político en México, llegó acompañada de un grupo de actores, y frente a la casona de los Salinas levantaron pancartas de rechazó a la presencia del ex presidente: šFuera Salinas criminal! ƑšMás sangre o más despojos, a qué vienes!? šTe vas mañana, pero a Almoloya! šSalinas de Gortari: narcopolítico!
Entre el repudio de medio centenar de personas que exigían la salida inmediata del ex presidente, a quien acusaban de "ratero" y le gritaban "vete, no te queremos", "ya basta de engañar al pueblo de México", los fotógrafos seguían escalando la barda. Uno de ellos, de la estación Radio Trece, como el hombre araña trepó la alambrada que corona el muro de piedra y brincó a la casa. Con sigilo, los escoltas intentaron sacar al joven, pero Salinas los frenó: šdéjenlo! šdéjenlo!
Le siguieron otros. No importaron los raspones, las camisas rotas o el equipo averiado. En segundos, ya estaban amontonados sobre el techo de la marquesina interior. Y comenzó una serie de solicitudes al ex mandatario: "señor un saludo", pedían sin cesar, y éste los satisfacía sonriente.
Como en la mejor época, controló el escenario, y quiso echarse a la bolsa a los agraviados con un: "šSean comprensivos, la casa es pequeña!"
Habían transcurrido cincuenta y cinco minutos, las preguntas iban de un tema a otro y terminaban en el punto ya tratado. De muchas maneras, los reporteros trataron de buscar respuestas. Carlos Salinas, ya dueño del escenario, se permitió repetidos: "usted ya preguntó, a ver usted que no lo ha hecho, hágalo".
Sobre su estancia, señaló que no era política. Nadie le creyó. Aseguró que este mismo domingo abandonaría el país, y que en su agenda aún no hay fecha para un nuevo regreso. Sin embargo, sí dejó claro que su residencia permanente siempre será el suelo nacional. En tres ocasiones aseguró que no asistiría a ninguna boda, aunque por la noche se supo que mintió.
Al terminar las preguntas, bajó las escaleras del porche desde el cual habló a los representantes de los medios y saludó a sus invitados. Prometió entrevistas. Recibió tarjetas de presentación. Todos pedían una "exclusiva". Alguno le soltó: "A ver si más adelante sí platicamos en serio".
Por ahí estaban su abogado, Mariano Albor y Héctor Cervera (durante su gestión director de Cepropie), quien coordinó al equipo de prensa que sacó videos y versiones. Nadie más lo acompañó. Ninguna otra figura.
Con mejor semblante del que se le había visto en las últimas fotos que se difundieron en México, impecablemente vestido, con más peso, Carlos Salinas de Gortari encaró a la prensa. Dijo sólo lo que venía a decir. Ni una frase de más. Ni una de menos. Afuera, en el muro de piedra de la casa, con letras rojas, de un rojo intenso: šAsesino!