La Jornada lunes 14 de junio de 1999

Héctor Aguilar Camín
Una(m) derrota

Aun entre quienes apoyaron el proyecto de cobrar cuotas en la UNAM se escuchan hoy críticas a la impericia política de Francisco Barnés. Se dice que era predecible el conflicto y que el rector se tiró a él sin un plan de batalla. La victoria tiene muchos padres pero la derrota es huérfana.

El rector Barnés carga hoy con toda la paternidad de la derrota padecida por la UNAM.

Me temo, sin embargo, que lo que ha sucedido en la UNAM es algo más serio que la derrota de un rector ``impolítico''. En todo caso, es la derrota del tercer rector ``impolítico'' que trata de cobrar cuotas y establecer exigencias académicas. Los tres rectores que no han podido suspender esos privilegios son Jorge Carpizo, a fines de los ochentas, José Sarukhán a principios de los noventas y Francisco Barnés este año. Habrá que concluir de esa experiencia que la UNAM no produce rectores con el talento ``político'' necesario para emprender los hercúleos trabajos de cobrar cuotas, exigir rendimientos y suprimir privilegios académicos en una universidad pública.

Lo cierto es que en la UNAM han triunfado la fuerza sobre la razón y el conflicto sobre el cambio institucional. La UNAM se ha mostrado como una casa vulnerable a los actos de fuerza y poco sensible a la necesidad de su propia reforma. En lo que hace a los actos de fuerza, la institución vive desde hace décadas el drama de tener una autoridad a la que pueden tomarle sus instalaciones por la fuerza sin que pueda hacer nada por recuperarlas. Los más talentosos universitarios, de Ignacio Chávez al propio Barnés, pasando por Pablo González Casanova y por Jorge Carpizo, han vivido en carne propia esa vulnerabilidad política de la institución.

Grupos gansteriles hicieron imposibles las rectorías de Chávez y González Casanova. Movimientos estudiantiles conservadores investidos de radicalismo progresista impidieron la reforma de Carpizo y la de Barnés. Todos esos grupos y movimientos procedieron ocupando por la fuerza instalaciones claves de la universidad, y no hubo poder humano que las retomara. Esta es una razón estructural por la que no puede haber rectores fuertes en la UNAM: no tienen fuerza para cuidar los bienes de que son responsables. La misma comunidad los repudiaría si se portaran tajantemente como autoridades en defensa del patrimonio universitario y la legalidad.

Otra razón estructural de la debilidad de los rectores es obvia: el dinero de la institución viene de afuera, de autoridades federales que, a menudo, han querido someter más que ayudar a la UNAM. Los rectores de la UNAM no pueden portarse entonces como políticos eficientes. Son autoridades vulneradas en lo esencial del mando: carecen de fuerza y recursos propios.

Esta es una vieja dolencia cardiaca de la UNAM. Le ha quitado fortaleza y la ha hecho una institución débil para asumir su propia reforma. En el cambio mundial de todas las cosas, la educación es una de las más revolucionadas. Cuesta trabajo imaginar cómo podrá seguir el paso de esos cambios una institución educativa que no puede establecer siquiera normas de pago y de rendimiento académico.

Los huelguistas de la UNAM plantean ya el regreso al pase automático y salirse de las evaluaciones externas de su rendimiento (el Ceneval). Muchos de sus maestros los apoyan. Han ganado. No quieren cambiar ni siquiera estas condiciones mínimas del desempeño universitario. No obstante, dicen no querer otra cosa que el cambio a fondo de la universidad y la educación superior. Recuerdan la experiencia de aquel periódico en que todos querían hacer la revolución y cambiar el mundo, pero habría una conmoción interna y hasta una asamblea sindical si se pretendía cambiar de lugar y escritorio a un grupo de redactores.

El mensaje implícito de la huelga de la UNAM es quizá la derrota mayor de este episodio: un mensaje de erosión institucional y de descrédito público. Ya andaba mal la UNAM en su prestigio como primera alma mater de México. El saldo regresivo de este conflicto sembrará más desconfianza en ella. Los ganadores de este pleito están convencidos de que es obligación del Estado y de la sociedad darles lo que les da y mucho más (les dan 850 millones de dólares cada año). Han ganado la primera parte de la batalla: derrotar a un rector ``impolítico''. Ahora sólo tienen que convencer a la sociedad de que se merecen lo que dicen merecerse. La UNAM puede haberse merecido eso y mucho más. Los ganadores de la huelga, quién sabe.