Astillero ¤ Julio Hernández López
Una tras otra: no acaba de estallar un escándalo, que en apariencia podría acallar al anterior, cuando ya está otro en el escenario.
Primero, las revelaciones judicialmente comprometedoras de Carlos Cabal Peniche en cuanto a la entrega personalísima de millones de dólares para campañas presidenciales priístas; luego, la gran alcantarilla del caso Stanley con sus indelebles salpicaduras a los ámbitos de Francisco Labastida Ochoa y Ricardo Salinas Pliego; más adelante, la extradición de otro donante incómodo, como es el aeronáutico Gerardo de Prevoisin, y ahora la aparición explosiva, pero tramposa, del ex presidente cómodo, Carlos Salinas de Gortari.
¡Pácatelas! Pareciera una concatenación intencional de acontecimientos que tratan de tapar uno al otro, y que, al darse cuenta de que la gravedad de cada cual va en crecimiento, moverían a poner en escena espectáculos cada vez más riesgosos, más estremecedores, para que los nuevos montajes puedan ganar atención y medio hacer olvidar el escándalo precedente.
Sí hayÉ y buenoÉ Por lo pronto, el baúl de las sorpresas que ha presentado el sistema PRI-gobierno en la actual venta de garage ha resultado deslumbrante. Hay de todo. Búsquele usted por donde quiera y encontrará cosas interesantes. Tantas que, de pronto (y justamente eso es lo que buscan los promotores de tantos escándalos desmoralizadores), la saturación informativa comienza a pasar de la excitación y el morbo a una temprana sensación de que finalmente nada tiene remedio, que los problemas son tan graves y complicados, y tanta la impunidad y el cinismo reinantes que, en verdad, de nada sirven los esfuerzos en pro de la democracia y el cambio político.
El subcomediante Salinas
La tramposa reaparición pública de Carlos Salinas de Gortari confirmó la amarga percepción de que el país vive a la deriva política.
Sin nadie que con poder suficiente se atreva a impedir su ofensiva visita (pues el actual gobierno ha pactado con el salinismo una alianza cuyo primer resultado fue el traslado de cárcel del hermano Raúl, y la posterior aparición de Carlos con declaraciones, artículos y cartas públicas), el semiexiliado de Dublín viene a confirmar a todos los mexicanos que su corriente tendrá un peso importante en los dificilísimos meses que faltan para la elección presidencial, y que su reinserción en la vida política del país es un firme proceso en curso.
Por lo demás, el momento escogido para su fugaz retorno le ha hecho un importante servicio al régimen zedillista: atemperar el escándalo político del caso Stanley, con las graves implicaciones que ha ido teniendo en relación con el ex secretario de Gobernación Francisco Labastida Ochoa y con el ex subsecretario de Asuntos de Seguridad Pública, y ahora encargado, con el mismo rango, del ámbito de gobierno, Jesús Murillo Karam.
Un escándalo que ha puesto en riesgo el proyecto labastidista, no sólo por sus implicaciones intrínsecas (la conversión complicitaria de un reconocido inmiscuido en asuntos de narco, como era Stanley, en ``servidor público federal'', con influyentísima credencial de Gobernación), sino también por haber revelado la breve capacidad de respuestas inteligentes a coyunturas de crisis de parte de ese equipo que aspira a gobernar a México el próximo sexenio.
Prófugo de su propia historia
A escondidas, rodeado de elementos del Estado Mayor Presidencial, encubierto a la salida del ITAM en autos de vidrios polarizados, festivo en auditorios o salones de ingreso restringidísimo, fraterno visitante carcelario en Almoloyita, alerta en todo momento al riesgo de la agresión o el insulto, virtualmente prófugo, el ex presidente mexicano quiso aparentar normalidad y dominio escénico en entrevistas exclusivas arregladas (el salinews electrónico de Televisión Azteca), o en conferencias colectivas de prensa (el salinews escrito, Crónica, quiso aprovechar para insistir en el tema de las reuniones de Salinas con Cuauhtémoc Cárdenas) en las que derrochó cinismo y regaló gestos y poses demostrativas de la alteración conductual que le afecta.
Pero el principal logro de la relampagueante operación de guerrilla mediática desplegada por Salinas de Gortari es el de introducir al cuerpo cívico nacional el virus de la desesperanza. Ver ese rostro nuevamente en acción, pretendiendo conseguir efectos mágicos, ha resultado insoportable para muchos mexicanos que, sin embargo, comprueban, al ver al ex presidente buscando nuevo espacio político, que en México no hay castigo para nada ni para nadie que tenga suficiente poder para el chantaje, la compra o el crimen.
El efecto no es desdeñable: cuando los mexicanos ven al PRI retorciéndose para tratar de convencer de que su vieja rutina del dedazo ha sido renovada, cuando los mexicanos ven que Labastida Ochoa tiene todo el respaldo del sistema para ser candidato presidencial del tricolor, cuando Roberto Madrazo Pintado lucha para conseguir espacio y cuotas de poder para el salinismo, cuando la oposición panista y perredista está como pasmada viendo salir tanta podredumbre junta, en ese momento aparece el máximo exponente de la impunidad y el cinismo.
Olvídense, mexicanos, de toda esperanza de cambio, pareciese decir el Carlos de nuevo presente. No se hagan bolas: las fuerzas del sistema hemos pactado y vamos a defender el poder al costo que sea, sería el mensaje de Salinas de Gortari.
Astillas: Cuando más emocionados estaban anoche quienes veían la película Estación Central, en una de las salas del Lumire Reforma, escucharon el repiqueteo de un teléfono celular. El destinatario de la llamada contestó a plena voz, sin recato, absolutamente decidido a hacerse escuchar bien del otro lado de la línea. Los asistentes a la función protestaron por lo que consideraron una increíble falta de respeto. Chistaron, otros gritaron. El fonoparlante dejó su asiento y se fue a las filas traseras para hacer menos ruido. Cuando prendieron las luces, vieron que el hombre del celular molesto era Francisco Labastida OchoaÉ Que me disculpen por favor los señores chiapanecos que quieren demostrar con cartas que sí hay libertad de expresión en aquella entidad y que no hay represión para periodistas independientes. El villano favorito les arrebató la oportunidad de ilustrar a los lectores de esta columna, en la que se habrá de reproducir la esencia de sus escritos a la mayor brevedad. Ni modo, como en la baraja: Salinas mata jefe de prensa de Chiapas y director de diario de Tuxtla GutiérrezÉ Preguntan algunos lectores si acaso los Hechos de Peluche incorporarán pronto a un pintoresco personaje que se llame Pacoco (como dice Catón en los chistes que cuenta y que supone que no aprobarían las sociedades pías y los censores religiosos: no le entendí, ¿Pacoco?) Si alguien tiene alguna pista favor de hacerla llegar a este tecleadorÉDon Hernán González Gómez comenta, por correo electrónico, que si no fuese por casos como los de Stanley y de Carlos Salinas, el PRD pareciese no tener discurso y propuesta ideológica en el Distrito Federal a pesar de tener más de año y medio en el poder de la capital del paísÉ Marcela de los A. Magaña de la Garza se suma a quienes exigen poner un alto a la manipulación fascistoide de los medios de comunicación, como acaba de suceder con el caso del animador de televisión asesinadoÉ Desde Colima, Adolfo Amezcua asegura que una de las características esenciales para juzgar adecuadamente al gobierno cardenista de la capital del país es la de la honestidad, de la lucha real contra la corrupciónÉ En la misma línea de razonamiento que va en el cuerpo de esta columna, Margarita Flores Hernández detecta el salvamiento de Salinas de Gortari al sistema en medio del escándalo de la expedición de charolas comprometedoras por parte de GobernaciónÉ Desde Tuxtla Gutiérrez, Carlos Mayorga comparte sus reflexiones con esta columna en el sentido del valor comercial que para las cadenas nacionales de televisión tienen los hechos delictivos. Esclavas del rating, las televisoras compiten en programación para ver cuál ofrece las escenas más crudas, inclusive pagando escenificaciones y promoviendo enfrentamientos. Tal cual se ha llegado a prohibir en otros países la difusión de escenas dañinas para la salud física o mental de los televidentes, debería pensarse en México en impedir que haya esa espiral de competencia por transmitir las peores desgracias o infamias.
También recuerda el ingeniero Mayorga la sospechosa coincidencia del peculiar, pero escandaloso, asalto al vagón del Metro en la estación Polanco y el violento robo a un minubús. ¿No estarán de alguna manera asociados los adoradores del rating con ciertos delincuentes para producir la materia prima deseada?
Fax: 5 45 04 73 Correo electrónico: