Conferencia Mundial sobre la Ciencia de los Países en Desarrollo
Nueva oportunidad para AL
Eduardo Andrés Sandoval Forero
La Conferencia Mundial sobre la Ciencia de los Países en Desarrollo, organizada por el Consejo Internacional para las Ciencias de la UNESCO, tendrá lugar en Budapest, Hungría, del 26 de junio al 1Ɔ de julio de este año.
Indudablemente que por encima de los objetivos políticos y la retórica de los eventos internacionales, resulta interesante para la comunidad científica el proyecto acerca de la Declaración Mundial sobre la Ciencia y el Uso del Conocimiento Científico que proclamará esa conferencia.
Algunos de los capítulos a tratar son: ciencia para el conocimiento, conocimiento para el progreso, ciencia para la paz, ciencia para el desarrollo y ciencia en la sociedad y para la sociedad.
Muy probablemente, los científicos de América Latina van a estar representados en la conferencia por ilustres políticos y administradores de la ciencia. Pero, Ƒqué se puede decir de la ciencia, el conocimiento y la tecnología en nuestro continente? Tal vez la cienciometría ayude a decir algo, pero también tengamos en cuenta que la ciencia se debe evaluar (y no sólo medir) por lo que no hace o deja de hacer en la sociedad.
Empecemos por considerar que nuestros países no cuentan con una política propia en ciencia y tecnología, pues es claro que las políticas, los esquemas, los planes y en gran medida los programas (donde existen) son tomados del modelo estadunidense, el cual es efectivísimo para esa nación, pero de resultados poco exitosos para América Latina dadas sus diferencias estructurales, económicas y políticas.
Los países desarrollados invierten alrededor de 4 por ciento del PIB en ciencia y tecnología. Pero la clave del éxito económico se explica no sólo en la alta inversión, sino también en la distribución y administración de sus presupuestos. Los países de América Latina invierten cerca de 0.5 por ciento del PIB, lo cual se encuentra muy lejos del 2 por ciento recomendado por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) con el fin de superar el subdesarrollo.
A pesar de que en los países en desarrollo se concentra 75 por ciento de la población mundial, tan sólo tienen un escaso 6 por ciento de los científicos del mundo. Por su parte, los países desarrollados, con una población inferior a 25 por ciento del total en el orbe, poseen 94 por ciento de los científicos, liderean los sistemas de mercado, desarrollan tecnología y ciencia de punta y controlan la trasferencia y comercialización de la técnica y el conocimiento (Llinás, 1995).
Es evidente que la sociedad del conocimiento es extremadamente desigual, pues no todos los países ni todos los humanos acceden al saber, a la ciencia y al poder en igualdad de condiciones.
Estados Unidos, la Unión Europea y Japón son los tres bloques económicos, políticos, científicos y culturales que se disputan la hegemonía del mundo: realizan 77 por ciento del comercio, controlan 96 por ciento de las transnacionales, ejercen 86 por ciento del gasto militar y más de 90 por ciento de las comunicaciones las realizan en inglés. Es decir, capital, ciencia y tecnología son los pilares del mundo desarrollado, que hacen que las políticas macroeconómicas de los países en desarrollo pierdan autonomía por los poderosos procesos internacionales de los grandes consorcios.
En México, por ejemplo, de acuerdo con la aplicación de los estándares mundiales de calidad en la investigación, el Conacyt reconoce para 1998 un total de 6 mil 356 investigadores, es decir, que en la generalidad, y sin olvidar las desigualdades regionales, en México hay un investigador por cada 16 mil habitantes, mientras que en los países desarrollados el promedio es de un investigador por cada mil.
En esas condiciones, Ƒpodremos competir en el concierto internacional? Y, más puntualmente, Ƒestamos en condiciones de desarrollar la ciencia al servicio de la población y la democracia, en contra de la miseria, la violencia, la injusticia y la desigualdad propia de los países pobres?
Las diferencias se avizoran con los países desarrollados, pues en ellos el papel de la educación, la ciencia y la cultura ha sido históricamente componente fundamental para el funcionamiento global de su sociedad; nunca han utilizado la educación y la ciencia para adornar estériles discursos oficiales, por lo que su desarrollo no depende de la legitimidad de las decisiones políticas entre los grupos de poder.
El nuevo contexto internacional ha conducido a que los países desarrollados perfeccionen la ciencia y la tecnología, reduciendo cada vez más el uso de materia prima tradicional, modificando sustantivamente los métodos de producción y desplazando las ventajas geográficas y de recursos naturales ųque otrora fueron determinantesų a niveles poco significativos.
En América Latina es lamentable que en muchos países el aparato militar cuente con más presupuesto que la ciencia y la tecnología, pues aún no se entiende que investigando también se desarrolla la paz, el crecimiento económico y el bienestar social. Lo paradójico del problema (a punto de iniciar un nuevo milenio) es que los científicos tengan que hacer ingentes esfuerzos para que políticos y gobernantes se convenzan de que la investigación científica es factor de desarrollo, y su ausencia o mediocridad causa de subdesarrollo, atraso y pobreza.
Tal vez la Conferencia Mundial sobre la Ciencia de los Países en Desarrollo sirva para comprender esos y otros problemas medulares de la ciencia y la tecnología en América Latina, de tal manera que los gobernantes se apiaden de esas actividades y elaboren políticas y partidas presupuestarias básicas para su necesario y urgente crecimiento y consolidación.
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