El tiempo, ese viejo enemigo, no se deja atrapar

Marcos Winocur

tiempo "El tiempo, esa invención de Sata-nás", escribió el poeta Antonio Machado, significando que algo tan malo no pudo salir de Dios. Así es. El tiempo, nuestro viejo enemigo, que nos hace envejecer, es, además y por naturaleza, fugaz y no se deja atrapar. "Comprendo lo que es ųdecía San Agustínų, pero cuando me piden que lo explique, ya no lo sé más". Y Momo, un libro muy recomendable para niños y adultos, cuyo autor es Michael Ende, nos plantea esta adivinanza: tres hermanos viven en la misma casa; al primero se le espera, ha de venir; el segundo tampoco está, ya se fue, y el tercero sólo se hace presente porque el segundo se convierte en el primero.

El tiempo, pues, irresuelto enigma.

Algo sabemos, y desde la época de Aristóteles: depende del movimiento. En la quietud absoluta no puede haber tiempo. Los cambios se suceden gracias al movimiento, y el tiempo, ese transcurrir, mide su duración. Los cambios, entre ellos el surgimiento de la vida. Dos milenios y medio después de Aristóteles, pero diez años antes de formularse la relatividad por Einstein, H. G. Wells, el padre de la ciencia ficción, publica el libro La máquina del tiempo. Es 1895, y el autor, al corriente de los progresos en física y matemáticas, inserta la cuarta dimensión en la novela. Vale la pena dar cuenta del pasaje, presentado en forma de diálogo.

El personaje llamado El Explorador del Espacio resume:

ųUna recta o un plano no tienen existencia real, son abstracciones. ƑY para un cubo, dotado de las tres dimensiones?

ųSí tiene existencia real ųle contestan sus amigos.

ųEs lo que cree la gente ųreplica ésteų, pero no es suficiente.

ųƑQué falta?

ųFalta la cuarta dimensión: el tiempo. Sin que el objeto pueda durar un cierto lapso, no existe.

En efecto, sin esa cuarta dimensión ųque después manejará la relatividad como uno de sus paradigmasų no hay objeto: nunca pudo nacer. Así, cuatro dimensiones: tres pertenecientes al espacio, y la cuarta, el tiempo.

La evolución, esa gran colectora de los cambios desde que hay vida en el planeta, calcula que hace unos 15 millones de años éramos una familia dentro de los primates. Seguimos siendo primates, pero dentro de otra familia, la del Homo sapiens sapiens, así llamados, con esa doble calificación. Poco tiempo si consideramos que la evolución existe también en el reino inorgánico. Y ésta calcula que hace unos 15 mil millones de años éramos átomos de hidrógeno y nada más.

Así, el tiempo. En cuanto lo medimos, nos asombra con cifras increíbles. El, en cambio, sigue impávido e inmutable; tanto le da una cantidad u otra, viene desde la eternidad, hijo del movimiento. En rigor, las cosas no suceden en el tiempo, sino éste en las cosas, como su comadrona, abriéndoles paso. Hace casi tres siglos, el filósofo Leibniz pudo escribir: "Los instantes, considerados sin las cosas, nada son en absoluto".

Leibniz agrega que los instantes "consisten sólo en el orden sucesivo de las cosas". Nosotros, terrícolas ocupantes del tercer planeta del sistema solar, estamos insertos en el orden comprensivo del tiempo y de los cambios, somos parte suya. Y por lo que sabemos, se trata de una flecha dirigida en un solo sentido, del pasado al futuro, haciendo escala en ese infinitésimo que es el presente. Cual si fuéramos más que dioses o El Explorador del Espacio de Wells, nos planteamos regresar al pasado o saltar al futuro, no son pocas las películas y los libros que desarrollan el argumento. Pero el tiempo, esa obra de Satanás, al decir de Antonio Machado, ese viejo enemigo, no se deja atrapar, sólo se nos somete en tanto medida. Así, tomamos la duración de la rotación terrestre y la dividimos en 24: son las horas, y de ahí, para obtener intervalos menores, al minuto, al segundo, al nonasegundo. Pero el orden de los sucesos, que sepamos, no se altera.

Aristóteles, que ya hemos citado, definió al tiempo como "la medida y el número del movimiento", entendido al segundo como orden. He comentado: antes fuimos miembros de otra familia dentro de la especie de los primates, y que antes de antes éramos nada más que átomos de hidrógeno. Pensar que la evolución podría darse en otra sucesión, en la que no se pase de lo simple o lo complejo, permanece, por el momento, en el terreno de la ciencia ficción.

La definición de Aristóteles fue interesante hasta que Einstein, en este siglo, formuló la relatividad. Pero, tal cual sucediera con las leyes del movimiento de Newton, la definición no se alteró, más bien fue completada por la relatividad. Y ésa es ya otra historia.