Manuel Castells señala que en la era actual de la información "los medios audiovisuales son los principales alimentadores de las mentes de la gente en lo que respecta a los asuntos públicos". En México, junto con la transformación de la vida política, llegaron los medios. Parte insustituible de una dinámica más democrática, de información más autónoma, con menores niveles de censura, una liberalización de espacios informativos, encuestas de opinión, lucha por la audiencia, los medios electrónicos en México ųcomo grandes conglomerados de intereses económicos concentradosų se han convertido, en unos cuantos años, en el principal espacio de la batalla política.
Al mismo tiempo, de una manera continua en los últimos días, quizá años, el país se ha ubicado en la ruta del escándalo: de las noticias que abren mundos sórdidos y pestilentes como los del narcotráfico, de negocios clandestinos que resquebrajan la legalidad, de apoyos políticos alimentados por vínculos de complicidad entre la política y los negocios. Casi al final del siglo tenemos un desfile de acontecimientos que retratan cotidianamente a un país en el cual sus marcos institucionales (reglas y autoridades) se han visto rebasados, tanto por la avalancha de inseguridad pública, como por la creciente expansión de las mafias. En este contexto sólo faltaba una pieza: el encuadre de los medios y su potencia para crear climas de inestabilidad e intolerancia. El pasado 7 de junio, los medios electrónicos, y de forma protagónica las dos principales televisoras, nos dieron una desagradable probada de su poder con el caso del asesinato de Francisco Stanley.
El caso de Stanley mostró lo que era una hipótesis parcial, pero que no se había experimentado en México: la comprobación de que ya tenemos en el país una poderosa red mediática con alcances globales, con capacidades de vinculación inmediata, con escasos controles y contrapesos, y con enormes inercias autoritarias, en la cual se lleva a cabo una parte central de la vida pública. Lo que está fuera de los medios es prácticamente marginal. La película en cámara rápida muestra cómo después del asesinato, las televisoras comerciales crearon efectos virtuales, construyeron una ficción, interpretaron interesadamente los acontecimientos, juzgaron y emitieron su sentencia: el crimen fue producto de la inseguridad porque las autoridades locales de la ciudad no funcionan, por lo tanto, deben irse. ƑDónde quedó el espacio para que la ciudadanía pudiera primero informarse de lo que sucedió realmente con ese asesinato?
Evidentemente, hay un encadenamiento de premisas falsas que poco a poco las autoridades de la ciudad empezaron a desmontar en una compleja investigación. La primera versión del escándalo se vino abajo por el descubrimiento de otro escándalo en sentido inverso: con la autopsia practicada a Stanley aparecen nuevas evidencias y empieza a cambiar la historia; los rasgos del crimen organizado refutan el juicio sumario de las televisoras en contra del gobierno de Cárdenas. Así, otras versiones en otros medios, radio y prensa, generan un contrapeso, y entonces hasta el gobierno federal fue salpicado.
No se trata de un problema que tenga que ver exclusivamente con México, en otros países, incluso más desarrollados y democráticos que el nuestro, los medios tienen comportamientos escandalosos y distorsionadores; sin embargo, en México la situación es más delicada, porque atravesamos por una fase de debilidad institucional, existe una aguda falta de confianza en la autoridad, y se ha incrementado el predominio de actitudes de miedo y hartazgo frente a la inseguridad y el escándalo público, todo lo cual contribuye a generar un clima propicio para el endurecimiento y la mano dura, para oír un canto al fascismo.
Esta construcción mediática ya pasó una vez y puede volver a pasar, sobre todo en el contexto de una sucesión presidencial reñida. Para que la sociedad pueda protegerse de este tipo de embestidas se pueden hacer muchas cosas, como mejorar los sistemas de regulación, abrir las concesiones, tener opciones de información alternativa, exigir niveles mínimos de respeto y códigos de ética, otra de las muchas reformas pendientes. Al mismo tiempo, cada medio necesita regular sus relaciones con el mercado (el poder de los anunciantes), no sólo en función de sus fobias o intereses económicos, sino con base en sus niveles de credibilidad (el poder de los ciudadanos). Esta embestida mediática fue un síntoma de la crisis por la que atraviesa nuestra incipiente vida democrática.