Luis Hernández Navarro
El olvido imposible

Aunque Carlos salió de México desde febrero de 1995, siempre ha estado aquí. Durante estos últimos cuatro años podía encontrársele en los niños que vendían máscaras con su rostro en Paseo de la Reforma, en la política editorial del diario Crónica, en las opiniones de connotados voceros empresariales, en la nostalgia e indignación de sus amigos intelectuales ante su desprestigio público, en el interminable escándalo de su hermano o en las entrevistas que brindó y los artículos que publicó en distintos medios. Durante 53 meses, el ex presidente vivió en Canadá, Irlanda y Cuba, pero nunca abandonó realmente el país.

Hoy, sin embargo, su presencia política coincide con su aparición en territorio nacional. Y aunque afirme lo mismo que ha dicho o escrito desde que partió al autoexilio, el Carlos Salinas que da entrevistas a las cadenas televisoras y conferencias de prensa hoy, es diferente. No hay novedad en sus palabras, pero sí un tono distinto en sus gestos. El tono ponderado de sus respuestas a los reporteros, su negativa a responder preguntas embarazosas, contrasta con el hecho mismo del desafío que representa el regreso a su tierra.

El gesticulador de Agualeguas vestido con traje azul oscuro, camisa azul clara y corbata verde que apareció en Co- yoacán este 12 de junio está muy lejos de ser el efímero huelguista de hambre que usaba camiseta blanca y chamarra con cuello de borrega en una colonia popular de la ciudad de Monterrey beneficiada por el programa Solidaridad el 3 de marzo de 1995. Tampoco se trata del derrotado personaje dublinense que, ataviado con cazadora de cuero y cachucha de piel negra, se recarga en la mano de su esposa. No, el reloj de la política nacional lo ha convertido en otro hombre. El tiempo se agota aceleradamente para Ernesto Zedillo. Su nueva imagen es la de un campeón sin corona (o sin banda presidencial) que paladea el sabor de la inminente revancha.

El gran vendedor de ilusiones declaró que regresaba a México por motivos "privados" y anunció su retiro definitivo de la "trinchera política". Sin embargo, al igual que lo ha hecho desde que partió al extranjero, durante su estancia se dedicó a hacer política. No dijo quién era su candidato, pero se esmeró en aparecer ante los medios de información. No criticó abiertamente al Presidente, pero le abonó a su cuenta la responsabilidad de la crisis económica. No enfrentó a Camacho, a Cárdenas o a los zapatistas, pero reafirmó su presencia en círculos empresariales y políticos. Con la defensa acrítica de su política de privatizaciones y de combate a la pobreza en plena campaña electoral no busca recuperar la honra perdida, sino imponer una parte de la agenda del futuro candidato del PRI.

Incapaz de reconocer los agravios cometidos, el villano favorito se dice víctima de una campaña de linchamiento. Olvida que su descrédito público nació de una larga lista de compromisos incumplidos y del uso abusivo del poder, que los sueños de prosperidad que ofreció sólo se hicieron realidad para un reducido número de nuevos millonarios incubados a la sombra de privatizaciones poco transparentes; que el enriquecimiento inexplicable de su hermano Raúl sólo se explica por su relación de parentesco con el que fue Presidente. La sanción que se le ha aplicado es el desprecio y la deshonra. Para muchos es insuficiente, y hace falta llevarlo a los tribunales.

La estancia de Carlos Salinas en México no es un saludable rasgo de normalidad, sino una muestra más de la impunidad que cobija a los poderosos. Los agravios que cometió no son asunto cerrado; son parte de la vida cotidiana de millones de mexicanos. La indignación y el repudio que propició su aparición es un termómetro de la imposibilidad de tratar de recuperar su reputación.

Nietzsche afirmaba: "...es absolutamente imposible vivir sin olvidar... se trata de saber olvidar adrede... el sentido no histórico y el histórico son igualmente necesarios para la salud de un individuo, de una nación, de una civilización".

La respuesta popular ante el retorno del ex presidente mostró que, por más esfuerzos que algunos medios realicen para amnistiarlo, para la sociedad mexicana no hay perdón. Con Carlos Salinas el olvido es imposible.