Abraham Nuncio
Financiamiento electoral y corrupción

Una hipótesis peregrina y una presunción preñada de potencialidades. La hipótesis peregrina: en México nunca ha habido ni hay corrupción. La presunción: habrá corrupción en la medida que las campañas electorales sean financiadas mediante aportes privados.

Eugenio Clariond Reyes, presidente del Consejo de Hombres de Negocios, anunció en semanas pasadas que los empresarios --los más ricos, para empezar-- apoyarían la candidatura de Francisco Labastida Ochoa.

Seguramente molestos, Labastida y otros priístas se apresuraron a atenuar lo que todo mundo vio como una vil cargada. Héctor Luna de la Vega, presidente del Comité de Fiscalización del PRI, declaró que su partido busca impedir que los grandes grupos económicos pretendan pervertir o mercantilizar el proceso de elección del candidato de su partido para las elecciones del 2000. Y precisó: "Queremos que no sea una democracia maquillada. Una democracia maquillada es que se tenga un patrocinio central que conduzca la intención o el compromiso del precandidato y, posiblemente, del posterior candidato, en una determinada vertiente... No queremos que salga comprometido el candidato".

Faltó a los priístas dar solidez a sus declaraciones exigiendo que se supriman las aportaciones privadas para que la democracia no sea una simulación y un negocio con riesgos mínimos, sobre todo si existe un candidato oficial, y ventajas máximas para unos pocos.

Las aportaciones de banqueros e industriales a diversos candidatos del PRI, entre ellos el doctor Zedillo, en su momento, fueron legales, como él mismo ha dicho. Las que se comprometieron a hacer los hombres de negocios --75 millones de nuevos pesos por piocha-- en aquella famosa velada en la casa de Antonio Ortiz Mena, presidida por Carlos Salinas de Gortari, no fueron de ninguna manera maculadas por la ilegalidad. Las peticiones que a cambio le hicieron a Salinas los notables miembros del Club de Industriales, según el relato de Miguel Alemán Velasco recogido por Julio Scherer en Estos años, también destellaron notabilidad: "Franquicias, facilidades, su bienestar, sus negocios". No, nunca, pudieron haber sido motivo de corrupción. Tampoco motivo de corrupción fueron las aportaciones que hicieron Gerardo de Prevoisin, Angel Isidoro Rodríguez El Divino, Carlos Cabal Peniche. Menos aún la conversión de las enormes deudas privadas en deuda pública, Fobaproa de por medio.

En el libro Corrupción y cambio, que prologa --of all people-- Arsenio Farell Cubillas, los autores consideran que "la corrupción política sería la más grave, ya que alcanza la esfera donde se definen los asuntos que conciernen o afectan a los miembros de toda una comunidad... tiende a inhibir la manifestación ideológica de los ciudadanos, toda vez que lo que podría conseguirse mediante la organización y la acción concertada no se puede lograr sino a través de negociaciones y acuerdos individuales de carácter privado, muchas veces de forma encubierta, aunque éstos tengan que ver con cuestiones de interés general... Así, la corrupción política estaría vinculada a procesos electorales y con la inhibición de la competencia libre y equitativa por el ascenso al poder o todas aquellas acciones ilegales y/o inmorales que busquen preservar y mantener el control de una sociedad".

Los autores de Corrupción y cambio centran su atención en la corrupción administrativa, acaso porque la política, como se asienta en la hipótesis peregrina, no ha existido ni existe en México.

La presunción preñada de potencialidades es ésta: los hombres ricos del país desean agradecer algún favor pasado --legal sin duda-- al régimen priísta, pero sobre todo asegurar que el próximo presidente les garantice concesiones, facilidades, su bienestar, sus negocios. La manera más segura de hacerlo será aportando dinero a la campaña del candidato priísta o bien del candidato panista (los Amigos de Fox ya lo hacen) para comprometerlo. Dinero que saben recuperarán en un parpadeo luego de que el candidato al que apostaron se siente en la silla presidencial. Corromperán al sistema político mexicano (puro hasta ahora) desde el núcleo del poder que descansa sobre los hombros del Presidente de la República. Tendremos una democracia maquillada y se cumplirá el principio feudal (antirrepublicano) de que el que más tiene es el que manda. Porque no sólo querrán garantías dinerarias, sino condicionar a sus intereses la política del gobierno.

Con ese dinero, las campañas se traducirán, fundamentalmente, en un gran despliegue televisivo. Si la popularidad alcanzada por Roberto Madrazo en pocos días de hacer propaganda por televisión no es un hecho extraordinario, el candidato al que las televisoras le dediquen más tiempo y mejores ángulos y difundan sus videoclips con mayor carga de show será el que aventaje a los otros. El que menos coincida con sus intereses, será al que menos favorezcan. Esos intereses son, sobre todo, los del PRI y los hombres de negocios que lo patrocinan. Promotoras de la irracionalidad y la histeria (el caso de Paco Stanley), su poder se torna en un peligroso instrumento de manipulación vinculado a los procesos electorales y a la inhibición de la competencia libre y equitativa por el ascenso al poder o todas aquellas acciones ilegales y/o inmorales que busquen preservar y mantener el control de una sociedad. La nuestra, nada menos.