Ojarasca, junio 1999

Cuentos negros
 
 

Dos escritoras del Caribe traen voces negras en los dos extremos del siglo. En 1997, los editores de Icaria (Barcelona) pusieron nuevamente en circulación Cuentos negros de Cuba, de Lydia Cabrera, recordando que en 1936, cuando apareció la primera edición, Alejo Carpentier había escrito: "Acaba de publicarse en París un gran libro cubano. Un libro maravilloso. Los cuentos negros constituyen una obra única en nuestra literatura. Aportan un acento nuevo. Son de una deslumbradora originalidad. Sitúan la mitología antillana en la categoría de los valores universales". Cabrera nació en La Habana con el siglo, y allí mismo, hacia fines de los años veinte, recogió estas historias, y sólo se le han regateado sus méritos como autora, folclorista y musicóloga por haberse exilado de la revolución cubana en Miami en 1960.

Jamaica Kincaid nació más de medio siglo después, en otra isla antillana y en la aguas de otro idioma. De Saint John, en Antigua, también se trasladó a Estados Unidos y actualmente vive en Vermont. Cuando en 1984 se publicaron en Londres los cuentos de At the Bottom of the River (Al fondo del río), Susan Sontag escribió: "estos espléndidos relatos de deseo personal y cósmico me parecen más emocionantes que cualquier otra prosa que haya yo leído en un escritor del continente americano". Sontag también ha dicho de Kincaid: "es uno de los pocos autores actualmente escribiendo en inglés que yo quisiera leer siempre".

 

Dos reinas
Lydia Cabrera

 

Eran dos reinas. Dos reinas lucumí. Vivían frente por frente. Una se llamaba la reina Eleren Güedde y la otra se llamaba la reina Oloya Gúanna.

Eleren Güedde hacía en su casa comida buena. Las dos eran ricas: sólo que a Olaya Gúanna no le gustaba gastar de su dinero. Iba a comer a casa de la reina Eleren Güedde. Un día Eleren Güedde dicen que dijo que aquello era abuso...

-Oye, Eleren Güedde, oye Olaya Gúanna: el que da, siempre le parece que da mucho, aunque dé poco; el que recibe, siempre cree que le dan poco, aunque reciba mucho.

Otro día la reina Eleren Güedde se paró en la puerta y tenía el moño virado. Cuando vio venir a la reina Oloya Gúanna canturreando:

Eleren Güedde, guola tóa

Eleren Güedde, guola tóa,

Replicó:

-¡Uguaka maka! (Espera un poco que voy a entrarte a troncazos.)

Y le pegó.

De resultas de esto hubo una gran guerra...

Pero la reina Oloya Gúanna no volvió a comer más en casa de la reina Eleren Güedde y todos los días se encontraban en misa y al salir de la iglesia, en la plaza, se arrancaban las orejas que volvían a crecerles de noche...

Esta es la historia de la reina Eleren Güedde y de la reina Oloya Gúadda.
 
 

Negrura
(Fragmentos)
 
Jamaica Kincaid

 

Qué suave es la negrura mientras cae. Se pone en silencio y aun así ensordece, aunque no se oye otro sonido que la negrura cayendo. La negrura cae como hollín de una lámpara de pabilo descuidado. La negrura es visible y también invisible, pues veo que no puedo verla. La negrura llena un cuarto pequeño, un campo extenso, una isla, mi propio ser. La negrura no puede traerme júbilo pero con frecuencia me pone contenta. La negrura no puede separarse de mí pero con frecuencia puedo estar sin ella. La negrura no es el aire, aunque la respiro. La negrura no es la Tierra, pero camino en ella. La negrura no es agua o alimento, si bien la como y la bebo. La negrura no es mi sangre, pero me corre por las venas. La negrura entra en mis espacios de muchas ataduras y pronto la palabra y el hecho significativos retroceden y eventualmente se desvanecen: de este modo quedo aniquilada y mi forma deviene informe y soy absorbida en una inmensidad de materia que fluye. Así, quedo borrada en la negrura. Ya no puedo decir mi nombre. No puedo apuntar hacia mí y decir "yo". En la negrura mi voz está en silencio. Así, primero he sido mi yo individual, desterrado cuidadosamente de la casualidad de mi existencia, ahora soy devorada por la negrura y me hago una con ella.

Hay breves destellos de gozo presentes en mi vida diaria: la cara volteando arriba al cielo abierto, la pelota roja rebotando de una a otra manita, mientras las vocecitas reprimen la risa; las astillas naranja en el horizonte, reminiscencias del sol que se oculta. Queda la vasta quietud, temblorosa, esperando ser destrozada por las demandas de la impaciencia.

("¿Me puedo comer el pan sin la corteza?"

"Pero si hace tanto que dejó de gustarme el pan sin corteza.")

Toda clase de sentimientos se encuentran encerrados en mi pecho humano y toda clase de sucesos los convocan a salir.

Cuánto me asusté una vez al mirar abajo para ver un objeto de forma rara y color ceniza que tardé en reconocer como una pequeña parte de mi propio pie. Y qué poderoso encontré entonces aquel momento. Ya no era una conmigo misma y me sentí aparte de mí, como una sustancia quebradiza, estallada y destrozada, y cada una de sus partes sin conocimiento de las demás. Y entonces me agarro a un objeto común y familiar (mi lámpara, sin encender, sobre la limpia superficie del mantel), hasta que me estabilizo, ya no a mitad del mar en una barcaza, y las olas crueles e indomables. ¿Cuál es mi naturaleza? Pues en el aislamiento soy toda propósito y laboriosidad y determinación y prudencia, como si fuera la única sobreviviente de una especie cuya historia evolutiva puede rastrearse hasta lo más remoto de la antigüedad; en aislamiento aro toscamente los silencios profundos, buscando mis oportunidades como el minero busca las vetas de un tesoro. ¿En el espacio de qué cercana astilla de luz encontraré qué destello de gloria?

La rígida, pedregosa superficie montañosa, se convierte en verde arroyo rodante, y en manantial de agua clara, de origen misterioso y belleza y propósito constantes, absorbe toda clase de existencia atribulada en busca de consuelo. Y una y otra vez, el corazón --enterrado como nunca en el humano pecho--, sus cuatro cámaras expuestas al amor y el gozo, el dolor y los pequeños dardos que entre tanto caen con desesperación.
 

Escucho la voz silenciosa; se para al otro lado de la negrura y sin embargo no se opone a ella, porque el conflicto no está en su naturaleza. Sacudo mi rebozo de odio. Nuevamente enamorada me dirijo a la voz silenciosa. Me paro dentro de ella, la voz silenciosa me cubre. Y lo hace tan completamente que incluso borra de la memoria la negrura. Vivo en silencio. El silencio no tiene fronteras ni cercas los pastizales. El león merodea los continentes. Los continentes no están separados. A través de la tierras bajas sin diques va el río. Las montañas no se rompen más. Dentro de la voz silenciosa, no hay profundidad misteriosa que me separe; ninguna visión es tan distante como para removerme el recuerdo. Escucho la voz silenciosa. Qué suavemente cae y captura en sí todo lo que existe. En la voz silenciosa dejo de ser "yo". En la voz silenciosa al fin estoy en paz. En la voz silenciosa, al fin me borro.
 

Traducción (hb)
 
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