Bernardo Bátiz Vázquez
Epoca de incongruencias

De tanto repetirse una actitud negativa o de tanto amontonarse hechos contrarios a la razón o la verdad o al orden, acabamos viendo lo irregular como normal y lo absurdo como aceptable.

Estamos así habituándonos a la violencia manifestada en diversas formas y lugares, en los que antes imperaban el orden y la paz.

De aquellos policías con una macanita de caucho que caricaturizaba Abel Quezada, rodeados de moscas y con la gorra mal puesta, a los granaderos armados de punta en blanco, con cascos, chalecos antibalas, toletes y escudos, hay una gran distancia. Pero ya nos habituamos a ellos y a las escopetas de los guardianes de bancos y a las armas automáticas; antes imponían temor, hoy pasamos frente a ellas como si nada. La violencia se coló en la realidad y en la realidad virtual, en la vida diaria y en el descanso frente al aparato de Tv.

Otro ámbito en que nos estamos acostumbrando a lo irregular, a lo anormal, lo encontramos en el de la congruencia pública; las contradicciones, los juegos dobles, las palabras equívocas, los ''rollos'' vacíos, para embrollar, para aturdir, para engañar, se hacen cotidianos y que alguien diga hoy una cosa y mañana otra, que alguien se contradiga sin rubor o diga lo contrario de lo que hace o que haga lo contrario de lo que profesa, ya no asombra a casi nadie.

La incongruencia la encontramos en los anuncios de marcas de cigarros, que pretenden venderlos a base de publicidad subliminal, en la que aparece por ley, simultáneamente a la invitación a comprar, el anuncio de que fumar causa cáncer. La incongruencia aparece en una cadena de televisión, que condena el consumo de drogas, pero que exalta a sus ''estrellas'' como modelos sociales, a sabiendas de que son en buen número, adictos a ella.

Incongruencia en los programas que exhiben al lumpen de la delincuencia con una insistencia machacona, condenándola con la voz, pero exaltándola con la imagen. Es contradictorio condenar por una parte la inseguridad pública por boca de voceros oficiales y por locutores a sueldo, y por otra exhibirla en toda su crudeza en programas sangrientos y hasta crueles que, quiérase o no, se convierten en escuelas prácticas del delito y la agresividad.

Es incongruente, también, oír sermones moralistas y quejumbrosos en voz de personajes descalificados por la opinión pública, como son los casos de Carlos Salinas de Gortari y de Cabal Peniche, que olvidando su pasado dañino para este país, abusan de la hospitalidad de medios de comunicación que les son adictos, para exagerar sus defensas y enviar veladas o abiertas diatribas en contra de quienes opinan mal de ellos.

Incongruencia y falsedad de estos señores, es una de tantas en un mundo en que muchos se contradicen y mienten sin recato. Es cierto que la repetición hasta el cansancio de una mentira, la hace creíble, como decía Goebbels, pero a condición de que haya un público receptivo que ponga algo de su parte para ser engañado. Especialmente la campaña de Salinas para rescatar en algo su imagen negativa, le fue contraproducente, pues aun en un mundo de incongruencias, una tan extrema como la de presentar como sólido y positivo su sexenio, no puede pasar: el pueblo sigue viviendo en la pobreza y la incertidumbre que él nos heredó.

Para no caer en la debilidad de aceptar sin más las contradicciones de políticos, de ex políticos o de medios, es necesario estar alertas, dar la voz de alarma y echarles en cara cuando su desfachatez llegue al extremo. Por eso tienen valor las condenas por escrito a Tv Azteca, las respuestas de repudio a la presencia de Salinas, las caricaturas y los editoriales condenatorios. Si aparentemente toda esta oposición pacífica parece que es ineficaz, a la larga se verá que produce sus efectos y que no es labor estéril.

Decía Orwell que la libertad consiste en poder decir lo que incomoda a los poderosos. Hay que ejercer la libertad en contra de la incongruencia.