La repentina visita de Carlos Salinas mostró la real penetración e importancia que este personaje tiene en la actualidad del país: la que quieren darle los medios. Su influencia en la carrera sucesoria, muy rebuscada por columnistas que ven conjuras y extensiones perversas por doquier, parece muy por fuera de sus posibilidades. Menos aún logra influenciar el pensamiento analítico de lo ocurrido durante su administración como malhadado presidente, o calentar el desenfado de cualquier ciudadano atento a sus propias necesidades y urgencias. La ironía de las caricaturas se robusteció con sus muecas y frases con referentes rotos. Un observador atento de los fenómenos cotidianos pudo distraerse por su frívolo accionar con el micrófono en la mano, al ritmo de un síntoma que E. Clavé llama de merolico televisivo. Pero más allá de eso únicamente permanece el recelo, la indignación por lo perdido y las afrentas de su impunidad.
Su exposición acerca de las fuerzas que actuaron en el asesinato de Colosio está plagada de referencias comunes y derivada de una visión harto reduccionista del entorno, sazonada con la "egregia" relación que entre los dos mantuvieron a lo largo de la vida funcional del malogrado candidato priísta, que poco viene a cuento. En fin, mucho ruido noticioso y de comentario mediático, frente a las muy escasas razones argüidas por el actor para mejorar la convivencia. En adición a sus forzadas y sensibleras inflexiones de voz para dramatizar ciertas experiencias e intenciones de su aparición ("mostrar mi respeto de hijo"), poco puede obtenerse de las largas entrevistas concedidas que no haya sido alegado por Salinas en varias ocasiones a lo largo de su exilio. Todas ellas sin fuerza de argumentación, menos aún con peso creíble.
Las afirmaciones de haber contribuido, durante su sexenio, a disminuir desigualdades y miseria extrema sólo tienen el referente de su esgrima verbal, muy repetitiva por cierto, y los endebles datos de la Cepal que usa como fuente. Varios estudios y trabajos de campo, además de la evidencia cotidiana en calles, pueblos, regiones secas, selvas y montañas del país refutan tales presunciones. Lo cierto es que la desigualdad, durante su mandato recibió un fuerte impulso y la miseria aplastó a grandes grupos de mexicanos.
Los logros en la economía que sostiene como hechos objetivos se deshacen frente al enorme costo de su política financiera: la parte del quebranto bancario que proviene de los últimos tres o cuatro años de su periodo de mal gobierno. Con la cuantificación del Fobaproa queda hecha añicos su pretendida conducción de lo que fue su mayor prestigio de tecnócrata hacendario con el que llegó a la presidencia. A pesar de que la reforma electoral llevada a cabo al pardear su tiempo se votó por consenso partidario, ello obedeció al ríspido clima generado con motivo de la insurrección zapatista y la presión opositora de gran parte de la sociedad política ante los nubarrones de ingobernable inestabilidad. En ningún momento de su función pública mostró Salinas la menor voluntad de contribuir a la transición democrática de un México urgido de balances y aperturas, siempre diferidas por él y por su entorno decisorio cercano. Primero trastocar la economía y luego vendrá el cambio democrático, se decía en Los Pinos y repetían sus difusores y estrategas. Cuajó un tratado de comercio con Estados Unidos y Canadá (TLC), que se ha revelado como instrumento efectivo para el avance de la fábrica nacional. Habría no obstante que hacer un minucioso recuento para resaltar sus bondades, males y limitantes, tanto en la forma de la negociación como en los dramáticos resultados posteriores sobre las cadenas industriales y el empleo. Con este preciso punto queda asentada, posiblemente, toda su contribución. Ni el campo (artículo 27), tampoco en sus intentonas de cambiar al PRI o las mismas privatizaciones, se encuentran los puntos medulares de su periodo de gobierno. Muy recargado éste, eso sí, de dispendios, costosas y hasta asesinas fobias cardenistas así como de variados excesos, sobre todo los propagandísticos.
Pero vino y partió. Nada sucedió después de ello aparte de toda esta tinta regada y las descargas de adrenalina derivada de los insultos proferidos. Nada sobrevendrá después a no ser la referencia compulsiva de una parte de la sociedad crítica o del periodismo oficioso. Que vuelva cuando quiera y ojalá deje de ser atendido por todos los que, forzadamente, tenemos que ocuparnos de verlo y oírle repetir su cantaleta "victoriosa e incomprendida". El gran poder que se le atribuye a través de los empresarios beneficiados por sus maniobras de venta, que en muchos casos fueron regias concesiones de su cómplice gracia, para fines prácticos y contantes, puede registrarse como un etéreo fantasma que recorrerá las tesorerías de las grandes empresas sin adicionales concreciones efectivas. Tales empresas nunca moverán sus cuantiosos recursos para sostener caprichos, solazarse en vendettas personales, montar campañas intimidatorias o intentarán inclinar las simpatías colectivas, adicionalmente a lo que sus propios y directos intereses les ordenan y posibilitan hacer. Lo demás es especulación y chisme de salón para pasar un triste o aburrido rato que ojalá no se repita.