La forma japonesa del budismo, el zen, tiene muchas aportaciones de las religiones chinas y cuenta con adeptos en todo el mundo, que aceptan su principio básico de desdeñar el apego a las cosas mundanas. Si escribí la palabra mito encabezando este artículo ųque ha de tratar de dos espectáculos muy disímbolosų no fue por falta de respeto, sino en la acepción que ofrece la Real Academia de la Lengua, de alegoría religiosa. En este sentido, Interrogaciones, palabras de los maestros zen, el espectáculo basado en textos budistas chinos de los siglos XI al XIII, se aviene muy bien con el término. Las pequeñas aporías zen que se ofrecen al espectador resultan muy herméticas para nuestra cultura occidental, como se vio en la primera función a la que asistí. Pero primero hay que ubicar al actor y director, aunque resulta tan conocido por un sector del público que se agotaron las localidades para verlo.
En México hemos podido apreciar el trabajo actoral de Yoshi Oida, por la versión que Peter Brook hizo de El Mahabarata, que vimos a través del canal 22 de televisión y por la película El libro de cabecera, de Peter Greenaway. Entrenado en artes marciales y actor de los géneros Noh y Bunraki en su Japón natal, Oida emigró en los años sesenta a Europa en busca de formas menos perfectas pero más contemporáneas de desarrollar su arte, según contó a quien es ya su director casi de cabecera (ver Peter Brook, La puerta abierta, El Milagro) y con el que encontró esas formas de actuación, que pueden resumirse en un ejercicio que plantea Brook en el mismo libro y en el que se conjugan la concentración y la libertad. Esa sería la vertiente occidental de los ejercicios corporales que presenta en el espectáculo, unido a muchos movimientos que provienen de su veta oriental. Los ejercicios, acompañados por el músico Wolf-Dieter Trüstedt, resultaron la parte teatral de un espectáculo que no lo fue en todo momento.
A pesar del deseo del teatrista japonés de acercar el mundo antiguo al moderno, ese mundo antiguo de los enigmas zen está muy lejano de nuestra formación, como se echó de ver cuando el maestro ųen traducción al español de Rodolfo Obregónų los planteó a un auditorio formado en el racionalismo y con una religiosidad, si la tiene, de origen judeocristiano. Los más prudentes, aunque no conozcamos el zen, logramos entender que no hay respuestas lógicas a esos enigmas, pero muchos audaces ųqueriendo quedar bien con un maestro a cuyo curso ya habían asistidoų intentaron dar respuestas razonables e incluso, ante la actitud un tanto burlona del actor, respondieron con ciertas burletas de alumnos indisciplinados. El resultado, que me defraudó un tanto, fue que no se apreciaran a cabalidad las propuestas actorales del teatrista, plenas de libertad improvisatoria, manejo extraordinario de rostro y cuerpo ųa veces en contradicción uno del otroų y la disciplina interior y exterior que conllevan. Creo que no se logró un real encuentro entre oriente y occidente y entre el actor y su público.
Otra escenificación, pero esta vez sumamente fallida, que intenta acercarnos un viejo mito es Medea, el mito dirigida por Rocío Carrillo en una dramaturgia colectiva cuyos resultados son muy poco eficaces. Desde Eurípides, la confrontación de dos culturas (recordemos a Jasón respondiendo a los reproches de Medea con el argumento de que permitió a la bárbara vivir entre los civilizados griegos) sería la veta que permitiría actualizar la historia, no la aparición de los personajes del poder en televisión, discurso que por otra parte ųel poder de los mediosų resulta poco claro e integrado. Las muchas manos que intervienen hacen reiterativa la anécdota, cuando no se presentan hechos contradictorios entre sí.
El asesinato de Apsirto (olvidando los otros crímenes de la maga, que no aparece como tal) que Medea primero niega ante Lisa y termina confesando es el eje del drama. Los diálogos, amén de reiterativos, por momentos parecen de alguna telenovela y las actuaciones son muy pobres, Gabriela Reynoso es una mujer bella y de fuerte presencia, pero no logra superar la chatura de dramaturgia y dirección; de los otros actores es más piadoso no ocuparse. A todo ello agregue el mal gusto de los corazones verdaderos y sangrantes de animal que se supone de los hijos de Medea y Jasón, la caótica iluminación, el trazo escénico desconcertado y se tendrá un montaje que nunca debió subir al devaluado espacio universitario.